Hoy 23 de mayo celebramos al Beato Enrique Rebuschini, beatificado por Juan Pablo II, quien sufrió varias veces en su vida la depresión. Rezamos esta oración para pedir a Dios la fortaleza necesaria para lograrlo.
“A ustedes, queridos enfermos de todos los rincones del mundo, deseo anunciaros la presencia viva y consoladora del Señor.”
Padre nuestro mira a tantos hijos e hijas tuyos que sufren o sufrimos la depresión. Te pedimos que por intercesión del Beato Enrique, la presencia de Jesús de sentido a nuestras vidas y renueve nuestras fuerzas
Sabemos que sólo tu hijo Jesús puede satisfacer los anhelos más profundos de nuestro corazón.
Que Su mirada nos acaricie, y nos convenza de que Tu nos amas y nunca nos abandonas, y Su ternura renueve en nosotros la fuerza de la vida.
Dónanos Padre la verdadera curación y líbranos del miedo.
Amén.
CONOCE LA VIDA DEL BEATO ENRIQUE
Nació el 28 de abril de 1860 en el norte de Italia, en Gravedona, en la orilla noroeste del lago Como, su madre practicante pero su padre no, éste sería contrario a su vocación religiosa por años.
Fue militar, contador, después estudió en la Universidad Gregoriana de Roma, hasta que finalmente se prepara para entrar en la vida religiosa.
“Un obstáculo imprevisto surge de repente: entre marzo de 1886 y mayo de 1887, Enrique es atacado por una grave depresión nerviosa.
Su generosa alma y su sentido del deber, que no admite medias tintas, le mueven a realizar penitencias excesivas, sin tener demasiado en cuenta su fragilidad. En realidad necesitaría alimentarse mucho más, pero se esfuerza en imitar, incluso en sobrepasar, los ejemplos de austeridad que observa a su alrededor, por lo que desemboca en un estado de agotamiento nervioso y mental que suele ser causa de depresión.
“Antes de ver cumplida su vocación de religioso hospitalario, Enrique prueba la amargura del sufrimiento. Al igual que el Papa Juan Pablo II, habría podido decir:
«También yo conozco, por haberlo probado personalmente, el sufrimiento causado por la incapacidad física, la debilidad propia de la enfermedad, la falta de energía para el trabajo y el hecho de no sentirse en forma para llevar una vida normal.
Pero también sé, y quisiera que se entendiera, que ese sufrimiento tiene igualmente otro aspecto sublime, y es que otorga una gran capacidad espiritual; porque el sufrimiento supone una purificación para sí mismo y para los demás, y si se vive en su dimensión cristiana, puede transformarse en un don que se ofrece para completar en la propia carne lo que faltara a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.
A ustedes, queridos enfermos de todos los rincones del mundo, deseo anunciarles la presencia viva y consoladora del Señor. Sus sufrimientos, recibidos y aceptados con fe inconmovible, unidos a Cristo, adquieren extraordinario valor para la vida de la Iglesia y el bien de la humanidad» (Mensaje con motivo de la Ia Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 1992).”
El 27 de septiembre de 1887, Enrique Rebuschini, de 27 años de edad, ingresa en los camilos de Verona.
“El acto de profesión perpetua de Enrique tiene lugar el 8 de diciembre de 1891. Sin embargo, el Padre Rebuschini vuelve a recaer en la depresión nerviosa.
Esas recaídas son consecuencia de su principal defecto: un carácter perfeccionista que le mueve a un compromiso espiritual que no considera suficientemente su fragilidad nerviosa. Padece una nueva depresión durante los años 1890 y 1891, sufriendo mucho a causa de una tribulación espiritual, provocada por una excesiva concentración en el concepto de la eternidad, siendo tentado con fuerza por la idea de verse reprobado.
Gracias a su nombramiento como capellán de hospital consigue recobrar el equilibro y la serenidad, lo que le ayuda a olvidarse de sí mismo y a dedicarse a las miserias del prójimo.
Pero una nueva crisis se manifiesta en 1895. A pesar de haber sido nombrado vicemaestro de los novicios y profesor de teología, se considera incapaz, por desconfianza hacia sí mismo, de asumir sus responsabilidades, de lo cual se deriva un estado de continua tensión.
Sus superiores se ven obligados a librarlo de esas cargas y, gracias a Dios, recobra rápidamente su equilibrio. Finalmente, en 1922, un largo período de responsabilidades difíciles y de sobrecarga de trabajo será la causa de una última depresión, que verá superada en pocos meses.”
“En 1890, el Padre Enrique es nombrado capellán de los hospitales militar y civil de Verona. Tanto los clérigos como las religiosas, así como los soldados, lo consideran un santo. Pero su santidad es, en sí misma, la más silenciosa de las que puedan imaginarse para un capellán, ya que no está basada en actos notorios, sino —en primer lugar— en la ejemplaridad de su vida en el servicio que aporta a los enfermos.
En su apostolado, el Padre Enrique posee el don de conmover los corazones más endurecidos, de lo que da testimonio el párroco de Vescovato: «En más de una ocasión coincidí junto al Padre Enrique en la cabecera de algún enfermo.
Resultaba que mis feligreces a quienes no había podido dar los sacramentos en sus casas (en aquel tiempo la parroquia de Vescovato tenía fama de ser «difícil»), se confesaban y comulgaban con serenidad y gozo cuando estaban en la clínica, y cuando les preguntaba cómo se habían decidido a hacerlo, me contestaban que con un sacerdote como el Padre Enrique no había manera de resistirse, porque poseía las palabras y las actitudes para convencerlos».”
«Los últimos días del Padre Enrique fueron marcados por una serenidad ejemplar y un perfecto abandono a la divina Providencia» –según contó, durante el proceso de beatificación, un neuropsiquiatra que estudió su vida desde el punto de vista médico.
En los primeros días de mayo, tras haber recibido el sacramento de los enfermos, el Padre Enrique pide perdón a todos por los malos ejemplos que hubiera podido dar, por sus imperfecciones y por todas las ofensas que hubiera podido cometer.
Pide igualmente que recen por él, dejando en manos de Dios la evaluación de su vida pasada. El 9 de mayo, a las seis, el Padre Vanti celebra Misa en su habitación y, en el momento de recibir la comunión, el moribundo extiende los brazos, recibe el Cuerpo del Señor con enorme fervor y luego cruza los brazos y se queda absorto en la oración.
El supremo encuentro con su amado Señor acontece el 10 de mayo a las 5,30 horas. «Su ejemplo –dirá de él el Santo Padre en el momento de su beatificación– constituye para todos los creyentes una llamada imperiosa a ser atentos con los enfermos y con los que sufren en su cuerpo y en su espíritu».
Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 4 de mayo de 1997.
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