Hay dos fechas en que vibran las conciencias de los defensores de la vida, el día 28 de diciembre, los Santos Inocentes, y la Anunciación del Señor, festividad situada en el calendario, justamente nueve meses antes de la solemnidad de la Natividad del 25 de diciembre. Pues bien mañana, lunes 25 de marzo, es la Anunciación, pero este año en nuestra patria tampoco se oirá ninguna voz que clame por los niños que perecen en los abortos, porque en España el movimiento provida no ha muerto, ha ocurrido algo mucho peor: en España el movimiento provida ha sido abortado por los líderes oficiales de los movimientos provida.
Yo formé parte de los movimientos provida en los primeros momentos, antes incluso de que se aprobase la primera ley abortista del 5 de julio de 1985. Y por esta circunstancia he sido testigo directo de la profunda herida moral, que han causado a la sociedad española personajes sin escrúpulos, que por bastardas razones comenzaron por secuestrar el movimiento provida, y han acabado por abortarlo, como ya he dicho anteriormente. Y creo que ha llegado el momento de contar cómo han sucedido los hechos.
El 28 de octubre de 1982 se celebraron elecciones generales, y en la campaña electoral los socialistas prometieron que si ganaban despenalizarían el aborto. ¡Y vaya que si ganaron! Obtuvieron una mayoría absoluta: de los 350 escaños del parlamento ocuparon 202. Como consecuencia de aquellos comicios, prácticamente desapareció la UCD, y su espacio político lo ocuparon Alianza Popular y el Partido Demócrata Cristiano, que con el tiempo se transformaron en el Partido Popular.
Pocos días después de la victoria electoral del PSOE, San Juan Pablo II realizaba su primer viaje apostólico a nuestra patria. Fueron aquellas, unas jornadas inolvidables las que vivimos los españoles junto al Santo Padre. Y recuerdo que flotaba en el ambiente la pregunta de si entonces el Papa se atrevería a condenar el aborto, mandando quienes mandaban entonces en España. Era lógica la duda, porque por entonces los católicos todavía no nos habíamos dado cuenta de que Juan Pablo II era un gran santo y de que los santos no tienen respetos humanos.
El día 2 de noviembre de 1982, un millón de personas asistimos en la madrileña plaza de Lima a la misa de las familias. En la homilía, tras referirse a las relaciones familiares, San Juan Pablo II prosiguió en estos términos: “Pero hay otro aspecto, aún más grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida, aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral”. Y al llegar a este punto, con toda la energía sobrenatural de su alma, lanzo al cielo de Madrid este grito: “¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente!”
Ese nunca de San Juan Pablo II se grabó a fuego en mi cabeza y en mi corazón. Nunca es nunca, porque en la defensa de la vida no caben ni el mal menor ni las componendas; sin embargo, yo no iba a tardar mucho tiempo en comprobar, que para algunos de los provida que me rodeaban nunca quería decir “depende”.
Efectivamente, los socialistas cumplieron lo que habían prometido y el 5 de julio de 1985, se aprobaba la primera ley de despenalización del aborto, que aunque solo se refería a determinados supuestos, en realidad era la luz verde para el aborto libre… ¡Qué digo el aborto libre…! Esa ley en realidad ha facilitado el aborto a chorros, que se ha llevado por delante cientos de miles de vidas inocentes.
¡Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente!, gritó San Juan Pablo II en Madrid
Algunos no tardamos en darnos cuenta de que para taponar la sangría del aborto no eran suficientes las acciones sociales, como manifestaciones y protestas ante las clínicas, donde se practicaban abortos. Unos cuantos provida de entonces vimos con claridad que había que meterse en el Congreso, y para poder empezar a tener voz política pensamos que una buena oportunidad para conseguirlo eran las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebraron en 1989.
Con el poco dinero que teníamos se encargó un sondeo, cuyos resultados decían que era razonable sacar un escaño. Era yo entonces amigo de un médico, que había realizado una brillantísima carrera en Madrid, había ganado varias oposiciones como cirujano infantil en la sanidad pública y era jefe de la Unidad de Gestión de Cirugía Pediátrica en Cádiz. Y le convencí para que encabezara la lista de Europa por la Vida y abandonara el quirófano durante la campaña electoral, con el fin de que pudiera recorrer toda España en “su” furgoneta. Puedo y debo decir su nombre, pues el doctor Jorge Rodríguez de Alarcón es una persona íntegra, noble y ejemplar, que nada tiene que ver con esos personajillos miserables que, desde la dirección de los movimientos provida y profamilia, han sido más nefastos para la causa de la vida que los propios abortistas.
La campaña electoral se dirigió desde un piso que una buena persona nos prestó en la madrileña calle del General Perón. Y cada día que yo acudía allí, me llevaba una desilusión mayor: primero, fue comprobar la inquina que nos tenía el muy católicoMarcelino Oreja, porque con el sentido patrimonial que tenía de la democracia, nos reprochaba que le quitábamos “sus” votos. Le ofrecimos retirarnos, si metía en su lista en un puesto de salida a Jorge. La respuesta fue negativa, porque Marcelino Oreja tenía otras preocupaciones mayores, antes que la del aborto.
Otro día recibí la noticia de que nuestros jóvenes provida en la Comunidad de Valencia se negaban a participar en nuestra campaña electoral, porque sus papás eran de Alianza Popular. Y ya en plena campaña supe que la responsable provida en Cataluña, que era una conocida doctora, no había hecho nada y se negaba a distribuir los carteles, para así no quitarle votos al partido de Jordi Pujol. Con el dinero que nos habían costado, no los íbamos a tirar a la basura y los recogimos. Como estaban escritos en catalán, no nos pareció oportuno pegarlos en Madrid, y empapelamos con ellos las Vascongadas.
Jorge Rodríguez de Alarcón se portó heroicamente y lo dio todo. Pero la campaña fue un desastre y a pesar de tantas traiciones, logramos sacar 30.252 votos. Y todas mis desilusiones se vieron rematadas, cuando comprobé con dolor lo compresivos que eran algunos de los líderes provida con nuestras juventudes de Valencia y con la dichosa doctora catalana de los carteles.
Los líderes provida y profamilia no convocaban manifestaciones contra el aborto, sino contra el PSOE y a favor del Partido Popular
A partir de esas elecciones, los que entendíamos que el nunca de Juan Pablo II era nunca, comenzamos a ser tildados de radicales y hasta de aburridos, porque nos parecía ridículo limitar nuestra acción a hacer manifestaciones, dando saltos por la calle como adolescentes al grito de ¡Viva la vida, alegre y divertida! Porque a partir de esas elecciones europeas, los providas oficiales renunciaron a la acción política, para dejar libre el campo a los partidos políticos de la derecha y muy especialmente al Partido Popular.
Los providas oficiales se integraron en asociaciones de defensa de la vida y de la familia, que decían ser apolíticas y aconfesionales. Desde ese momento corté mi relación con esa farsa moral, porque esos grupos se convirtieron en organizaciones pantalla del Partido Popular. Y cierto que eran aconfesionales, porque a pesar de que la casi totalidad de los dirigentes provida y profamilia pertenecían a los llamados movimientos y nuevas realidades de la Iglesia, eran tan cobardicas que no se atrevían a confesar su fe; pero a la vez eran más clericales que el breviario de un cura, y por eso, más de una manifestación la prepararon en la sede de la Conferencia Episcopal y las convocatorias se anunciaban en los carteles que pegaban en los tablones de anuncios de las parroquias.
Aquellos fueron los años del triunfo de los movimientos provida y profamilia, cuyos líderes fueron jaleados y sus acciones promocionadas en la emisora COPE de la Conferencia episcopal. Fueron los años en los que sacaron a la calle masas importantes en las manifestaciones. Y era impepinable, que en la noticia de los periódicos del día siguiente la información, invariablemente, estaba acompañada de una fotografía de la manifestación, en la que aparecían los líderes del Partido Popular. Entonces gobernaba el PSOE.
Y era así como se anestesiaba la conciencia de los votantes, haciéndoles creer que la vida ya estaba bien defendida con el Partido Popular, a pesar de que cada año las cifras del aborto aumentaban escandalosamente. Y a la vez, todas estas organizaciones pantalla del Partido Popular impedían que se dieran a conocer los partidos que iban surgiendo, para defender la vida de verdad, sin supuestos ni mal menor. Ya se encargaban los medios de comunicación del sistema, sobre todo la COPE, de presentarles como los defensores oficiales y únicos de la familia y de la vida, y de este modo ocultar a todo aquel que pusiera en evidencia esta enorme farsa moral.
Pero el influjo social de todos estos movimientos al día de hoy es nulo. Cuando volvió al poder el Partido Popular, se acabaron las manifestaciones y las protestas. Y pienso que será muy difícil que vuelvan a sacar aquellas masas de gente a la calle para defender la vida, porque las buenas personas que salieron a la calle entonces se han dado cuenta de que fueron manipuladas. Los hechos les han descubierto que en realidad, los líderes provida y profamilia oficiales, no les convocaban contra el aborto, sino contra el PSOE y a favor del Partido Popular.
A buen seguro que mis lectores habituales se habrán sorprendido de que, contra lo que es habitual en estos artículos, siempre sembrados de de nombres, en este de hoy no los haya. Y no lo hago por muchas razones, de las que solo voy a dar cuenta de una. Todos estos líderes que han abortado el movimiento provida, se han comportado tan miserablemente para ganarse un puestecillo político, para que les coloquen en una empresa pública, o por una subvención para pagar la sede de su organización y sus actividades, y en algún caso ni siquiera por eso, porque no falta quien se ha sentido bien pagado con poder figurar y aliviar de este modo su enfermiza vanidad. Nada han logrado, se han quedado en nada, han perdido todo el prestigio y la autoridad moral, ninguno de ellos tiene hoy ninguna relevancia social, y por eso no seré yo quien les saque a la luz en este artículo. Mejor que permanezcan en la sombra, con mi sincero deseo de que algún día cambien, al escuchar que su conciencia les repite que Roma no paga traidores.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá
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