No cabe la menor duda de que, hoy por hoy, el mundialismo globalizante está ganando la partida. Hay varios factores que lo confirman, además de la apariencia que siempre puede ser subjetiva. Internet, la economía, la política unionista, las ideologías, las nuevas religiones y la caída de la verdadera religión, el cristianismo católico. El Nuevo Orden Mundial (NOM) capitanea la razón de las personas con un sistema impuesto de pensamiento, de orden social, de políticas que legislan la sociedad en una dirección que se reduce al pensamiento acrítico, individualista y nihilista que lleva a no complicarse la vida.
El salto cultural que se ha venido declarando desde la segunda mitad del siglo pasado, ha ido deconstruyendo formas de vida y aspectos morales que antes, de alguna forma convenía, la manera en que la sociedad se ordenaba. Esta deconstrucción no se ha producido como una evolución natural del ser humano por los avances científicos, técnicos o conocimientos que le ha llevado a trascender y superarse a sí mismo. Es una caída por un plano inclinado, al principio suave, y desde los 90’ en picado, por la desmoralización del ser humano. El reconocimiento como un ser único e irrepetible que respondía a su naturaleza y a la antropología natural que le decía qué era, quién era y hacia dónde dirigirse para ser un reflejo de Dios que alumbrara al mundo y a la sociedad. Y todo empezó por la mujer, la dadora de vida, dueña del poder de engendrar nuevos seres. Cuando la idea de concepciónse tornó en un derecho sexual como un divertimento sin consecuencias, la razón de ser comenzó a ser otra cosa, hasta nuestros días, donde ser hombre o mujer ya no significa nada porque el nuevo dios-hombre decide sobre sí mismo qué es o qué deja de ser; qué o quién vive y qué o quién debe morir.
Cuando la idea de concepción se tornó en un derecho sexual como un divertimento sin consecuencias, la razón de ser comenzó a ser otra cosa
Internet sin duda ha sido la más poderosa palanca del concepto asumido por globalismo que ya nadie comenta como hace años se decía aquello de que vivimos en la "aldea global". Las nuevas generaciones han nacido en esa aldea y nadie se cuestiona la razón de ser del pueblo que le vio nacer, es lo más normal del mundo. Conocer en tiempo real los éxitos de un cantante, los cataclismos naturales o hablar con tu hermano por mensajería instantánea en las antípodas, nos pone ante un mundo que desconoce las distancias, el reloj o la paciencia de esperar la carta del amado.
La economía influye en todas nuestras aspiraciones, cálculos de futuro o irrumpe en el presente de forma bestial. Los poderes financieros cada vez son más uno solo. Las fusiones de bancos nacionales e internacionales se suceden de un día a otro, las bancas electrónicas influidas por el poder omnímodo de Internet, nos permiten operar aquí o allí, mover dinero de un país a otro e invertir en bonos de otros países o en la bolsa de New York. Ya no importa el color del dinero, da igual el dólar, el euro o los yenes. Pronto no existirán las divisas y el dinero será un valor virtual con el que comprar con el teléfono, el iris del ojo o un movimiento de la mano... Eso también dará igual.
La política unionista que se da en Europa, solo es un ejemplo de lo que pasará en otros espacios del mundo porque con la estrategia de que la unión hace la fuerza, nos hace más competitivos, reducimos costes, el mercado se hace más flexible y... ¡perdemos identidad! perder las raíces que nos orientan hacia una vida personal, convirtiéndonos en individuos de ningún lado, nos pone en manos de los dirigentes que nos digan hacia donde ir cuando haya que ir. Es otra forma globalizante que como todas, nos borran lo más importante del conocimiento que nos hace preguntarnos sobre nosotros: de dónde venimos y a dónde vamos.
Las ideologías son un punto unificante y globalista donde las haya, porque una vez que han conseguido absorber una masa crítica importante, estos están dispuestos a morir por la grey. Los viejos comunismos, fascismos y cualquier doctrina de clases, han sido sustituidos por la lucha de sexos, que la propia ideología en la neolengua impuesta llama géneros para que ahí quepa todo, hasta lo absurdo. Así los movimientos homosexualistas y feministas radicales se han hecho con el poder de opinión en todos los estratos sociales y de pensamiento, a golpe de inyecciones multimillonarias de forma que responden exactamente igual en cualquier rincón del mundo. ¿Es o no un mundialismo globalizante?
La verdadera religión, el cristianismo católico, vive la crisis más profunda de su historia
La nuevas religiones con sus santones y sacerdotes que las ofician en cualquier lugar por oscuro que sea: la democracia, el género, ecologismo, las migraciones, los derechos sin obligaciones... Todo un verdadero avance hacia la nada, que, sin duda, sujeta a los ciudadanos en las verdades teocráticas de la sociedad moderna. Un mudo alejado de Dios que, sin embargo, necesita creer en algo que dé sentido a su existencia. Ya no hay un Dios Padre Creador, ahora tenemos la Madre Tierra a la que hay que adorar por encima de todo y todos... Ni un sistema político que el democrático, para organizar a la sociedad en base a la libertad soberana del pueblo que decide lo que le dicen en los medios de comunicación lo que deben decidir...
La verdadera religión, el cristianismo católico, insisto, vive la crisis más profunda de su historia. Ríanse de los cismas luteranos; de las viejas herejías que reaparecen una y otra vez; de los Papas casados, políticos, ricos, poderosos y guerreros; de la pederastia de curas y obispos; de laicos que han abusado de su posición dominante dando un ejemplo nefasto a pueblos y generaciones... Ríanse de todo eso si lo comparamos con la Iglesia corrompida dentro de sus muros, que como ya declaró con angustia y pena san Pablo VI -entonces eran los años '60- que el humo del infierno se había colado por debajo de las puertas del Vaticano. Esa sí es la peor crisis, cuando dentro de la Iglesia no se distingue el bien del mal, ni los buenos de los malos, provocando una confusión -también global- en los católicos de todo el mundo y haciendo tambalear la fe en masa. El todavía cardenal Joseph Ratzinger también lo dejó claro allá por los '90: “cualquier futura dictadura anticristiana sería probablemente más sutil que las dictaduras que hemos conocido en el pasado: admitiría aparentemente la religión, pero sin que ésta pueda intervenir en la forma de conducta ni en el modo de pensar”.
Soros. Rompiendo España (Homolegens)
Juan Antonio de Castro y
Aurora Ferrer. Los autores de este ensayo afirman en él que esto no ha hecho nada más que empezar. Se trata de un estudio de los movimientos de este judío multimillonario y especulador financiero, sobre sus objetivos contra España y las herramientas con las que cuenta para cumplirlos. Presentan con claridad los intereses secesionistas, su compleja red de ONGs y think-tanks, el entramado gestionado por su Open Society Foundation, con su sede para Europa ubicada precisamente en Barcelona. El objetivo es claro: generar una ola de empatía internacional con los presos independentistas y su causa. La fragmentación de España será sólo el primer paso.
Sionismo, Iluminados y masonería (Sekotia)
Guillermo Buhigas. El autor explica que todo esto ha sido posible porque el
masonismo crea organizaciones ideológicas que se presentan ante la sociedad como modelos de fraternidad filantrópica, pero lo cierto es que comparten fundamentos ideológicos con otras de carácter “mágico”. Pero es que la conspiración permanente sobrevive. Su poder, que actúa en nombre del “progreso”, del “mundo feliz”, cada vez nos impone en mayor medida el Nuevo Orden Mundial. Sólo quien conoce su verdadera historia y su perversa metodología apuesta con fundamento por un mundo de hombres verdaderamente libres.
Masonería. Un reflexión cristiana (Buena Nueva)
Gerardo López Laguna. Del mismo modo que en determinados tiempos y lugares se respiran bocanadas sobrenaturales de esperanza y las comunidades dan a luz muchos santos y mártires, sucede que hay momentos en que el desaliento, la corrupción, el cinismo, parecen invadirlo todo. El hombre niega al hombre, y en consecuencia a Dios. Este libro pretende mostrar al hombre cristiano, qué son frutos del mal y cuáles se dejan llevar por él para poder distinguir en el horizonte de su vida, y decida siempre por el bien al que se debe.
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