Las reacciones a los atentados del pasado Martes Santo en Bruselas, como las no-reacciones al atentado contra cristianos del Domingo de Resurrección en Lahore han sido, una vez más, las previsibles. Declaraciones retóricas de condena y gestos sentimentales de solidaridad en un caso; una relativa frialdad en el otro.
No han faltado los opinadores más preocupados por una hipotética islamofobia que por la cristianofobia real, que asesina y desplaza a cristianos por millares. Y no olvidemos a quienes sugieren que algo habremos hecho, que Occidente “recoge lo que ha sembrado”, como dijo Pedro Santisteve, alcalde de Zaragoza.

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Significativamente, en su perfil de Twitter, Santisteve sostiene que nuestro modelo social es “radicalmente injusto”. Si esto es así, si el sistema debería reconstruirse desde los cimientos, incluso aunque uno no aprobara los métodos de los terroristas, no sería difícil experimentar una perversa simpatía (en ocasiones poco disimulada) hacia quienes comparten, aunque sea por motivos distintos, los mismos oscuros deseos de demolición.
La izquierda no puede evitar percibir como aliados objetivos a quienes amenazan a sus bestias negras favoritas
No se trata sólo (aunque también) de que la izquierda intente reconducir todo debate, venga o no venga a cuento, a su monotema de que la culpa de todo mal la tienen el capitalismo y la Iglesia, sino de que no puede evitar percibir como aliados objetivos a quienes amenazan a sus bestias negras favoritas.
Pero incluso sin entrar a discutir la mayor, cabe señalar que el perfil de los yihadistas no se corresponde con el de víctimas del sistema. Estamos viendo que la mayoría son ciudadanos europeos que han gozado del acceso al sistema educativo y a las prestaciones sociales. Incluso aunque hubieran sufrido severas dificultades, hay que estar muy desinformado o muy ideologizado para ver en tal cosa una explicación del suicidio y el asesinato. Dentro de la cabeza de los terroristas tiene que haber algo más que meros sentimientos de agravio para desencadenar una violencia tan brutal.
Ese “algo” es por supuesto la ideología islamista, según la cual los infieles (es decir, todos quienes no compartimos su fe) debemos someternos a la ley islámica, porque esa es la voluntad de Alá, tal como le fue comunicada a su profeta Mahoma en el siglo VII. La idea es extraordinariamente simple, pero tremendamente sugestiva para cualquiera que busque una fácil vía de escapatoria del desarraigo espiritual.
Los objetivos de los yihadistas parecen irrisoriamente utópicos, salvo si nos detenemos a pensar en los 20 millones de musulmanes residentes en la Unión Europea
Los autores de los atentados suelen ser individuos que hasta poco antes habían manifestado escaso celo religioso, pero que de repente encuentran un atractivo refugio identitario en un islam redescubierto por conductos distintos de los tradicionales.
Los objetivos de los yihadistas parecen irrisoriamente utópicos, salvo si nos detenemos a pensar en los 20 millones de musulmanes residentes en la Unión Europea, y en que esta cifra, de por sí creciente, puede aumentar significativamente en poco tiempo, con la aportación de los refugiados que optan por emigrar a nuestro continente, antes que a países geográfica y culturalmente más cercanos.
Uno de los dogmas de la impuesta corrección política es que la mayoría de los musulmanes deploran el terrorismo yihadista. Pero ¿qué pruebas existen de ello? Las declaraciones de portavoces de la comunidad musulmana son de un valor estadístico nulo, por su exiguo número y su carácter políticamente calculado. Lo realmente llamativo es el contraste entre violentas movilizaciones de masas como las que se produjeron contra unas simples caricaturas de Mahoma, y la boca pequeña con la cual algunos representantes islámicos nos comunican que no aprueban matar en su nombre.
El problema seguirá ahí, y consiste en que hay un elevado número de musulmanes, en Molenbeek y en centenares de Molenbeeks en toda Europa, que no se integran en nuestra sociedad
De nada sirve negarse a ver los hechos, recurriendo a las etiquetas de ultraderecha y xenofobia para anatemizar a quienes se atreven a enunciarlos sin tapujos. El problema seguirá ahí, y consiste en que hay un elevado número de musulmanes, en Molenbeek y en centenares de Molenbeeks en toda Europa, que no se integran en nuestra sociedad, ante todo porque no lo desean, no porque nadie los discrimine previamente. Aunque a menudo sepan chantajearnos hábilmente con acusaciones de racismo, rara vez fundadas.
Dos musulmanas hablan para la prensa en el suburbio de Molenbeek, en Bruselas, cuna del yihadismo europeo / YouTube
Dos musulmanas hablan para la prensa en el suburbio de Molenbeek, en Bruselas, cuna del yihadismo europeo / YouTube
Se trata, por decirlo más claramente, de un elevado número de ciudadanos franceses, alemanes o españoles que sólo se consideran franceses, alemanes o españoles a la hora de percibir subsidios o reclamar derechos, no para cumplir las leyes ni respetar nuestra cultura.
Ahora bien, la causa fundamental por la cual nos pierden el respeto es que somos los primeros en no respetarnos a nosotros mismos. Mientras sigamos denigrando sistemáticamente aquello por lo que vale la pena luchar, privándonos de nuestras mejores razones y motivaciones, estaremos perdiendo la guerra que nos han declarado. Es lo que hacemos cada vez que denunciamos nuestra sociedad como un modelo “radicalmente injusto”, y sobre todo cuando persistimos en despreciar nuestras raíces clásicas y cristianas.
Una civilización que ha dejado de creer en el Dios verdadero puede caer perfectamente ante otra que cree en un dios falso
En toda guerra trascendental, el factor moral ha sido siempre el decisivo. Una civilización que ha dejado de creer en el Dios verdadero puede caer perfectamente ante otra que cree en un dios falso. No me imagino a soldados luchando con denuedo suficiente, contra fanáticos islamistas, sólo para defender el día del orgullo gay.
A medida que las élites político-burocráticas de la UE, en connivencia con los grupos de presión abortistas, laicistas, LGBTI, etc., profundizan en su agenda de desmoralización (no es casual la acepción militar del término), adquiere creciente verosimilitud la predicción de Edmund Burke acerca de lo que ocurrirá si nuestra civilización se despoja del cristianismo: “es de temer (sabiendo que la mente no podrá soportar un vacío) que alguna grosera, perniciosa y degradante superstición tome su lugar”.