Parece muy humano ese empeño de agarrarse al pasado, «embalsamar» la historia para que «aguante» un poco más, quedar aprisionados y enredados por los recuerdos... hasta el punto de tener delante lo totalmente nuevo... y no verlo.
María tiene que «volverse» (Convertíos para recibir el Espíritu Santo, que dice nuestra primera lectura), dar la espalda a la tumba, para mirar lo que está delante, mirar y aceptar la realidad, dejarse de añoranzas y... para poder reconocer a su Señor. Tiene que renunciar a su pasado, por muy fantástico que haya sido,para descubrirse nueva, para abrirse a una nueva presencia, a una nueva relación, a una nueva misión. Aunque sea importante conservar el amor, las relaciones personales, porque son parte de lo que somos, y el amor es más fuerte que la muerte. Esto no lo ha descubierto aún con toda su fuerza.
Lo cierto es que la resurrección de Jesús tiene mucho de ruptura con el pasado. Hay muchas cosas que con él se han quedado viejas, superadas, obsoletas:
- Una Ley que se antepone al bien de las personas y desemboca con frecuencia en legalismo
- Una idea de Dios prisionero de un Templo, de unas castas, de unos méritos, de unos ritos...
- Un modo de practicar el culto que se olvida de la misericordia, y que es ajeno a la vida cotidiana
- Un estilo de sacerdocio alejado del pueblo, lleno de privilegios, puros «funcionarios»
- Un templo con el velo rasgado (vacío), que nos invita a relacionarnos con Dios «en espíritu y verdad»
- Un modo de entender al ser humano: donde tantos quedan tirados al borde del camino, mientras los «buenos» pasan de largo, sin «aproximarse»
- Un modo de interpretar la Escritura, que ha supuesto la condena del Señor,
Precisamente por esto los cristianos no debiéramos ser «CONSERVADORES». Necesitamos, sí, una memoria histórica que nos haga mirar el presente con ojos transformadores, que actualice la salvación en las nuevas circunstancias. Como decía Isaías: Mirad, que hago nuevas todas las cosas. ¡Y tanto! Mirad qué «nuevo» es el Señor Resucitado. Y mirad qué «nueva» queda María Magdalena después de su encuentro con el «Jardinero».
Lo nuestro no son los «museos», ni los mausoleos, ni las viejas glorias. No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay que «soltar», pero manteniendo la búsqueda, siempre la búsqueda. Magdalena encuentra por salir de madrugada a buscar. Ellos, los discípulos, no había ido a buscar nada todavía.
El Dios de la vida es el Dios del presente y del futuro, que no deja de repetirnos:
- No temáis
- Paz a vosotros
- Id...
Hay muchas cosas que hay que dejar que mueran, e incluso ayudarlas a morir, porque son del mundo viejo, porque son historia, porque llegan a ser una auténtica losa inamovible, un sepulcro sin sentido.
El Resucitado y sus apóstoles tienen que ser encontrados en otro sitio: Delante, abriendo caminos, dando buenas noticias, liberando de esclavitudes, espantando sombras, secando lágrimas, denunciando a los «vosotros» que matan la vida y pisotean al débil... Sin dejarnos contaminar por «esta generación perversa».
Y le dijo también:
- No te sujetes tampoco
tú a ti misma,
no pierdas un minuto
en abrazarme los pies.
Son pies para el camino.
¡Pues al camino los tuyos!
Anúnciales a los míos que estoy vivo.
Y a ti que te vean viva.
(JL BLANCO VEGA)
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
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