SE PRESENTA JESÚS «EN MEDIO» DE ELLOS
No podemos dejar pasar la oportunidad de vivir y sentir la vida. La primavera recién estrenada hace estallar por doquier la vida. Las vidas tronchadas inesperadamente por ideologías irracionales, o por cualquier enfermedad o accidente... nos hacen caer en la cuenta de que la vida no es nuestra, que se nos escapa, que no sabemos cuánto tiempo dispondremos de ella.
Hay que hacer vibrar a todos nuestros sentidos (¿quién dijo que son solo cinco?), activarlos, sacarlos de su letargo, para que sientan y nos hagan llegar toda la grandeza de lo que son capaces de percibir.
El amor y la vida entran por los sentidos. Ver, gustar, oír, tocar... son oportunidades de sentir la vida.
Como también emocionarse, sobrecogerse, asombrarse, querer crecer, soñar despiertos, amar y dejarse amar, pensar y sentirse uno mismo, descubrirse en paz...
Ver a quien tengo la oportunidad de querer, de aceptar, de conocer. Visitarle, estar juntos. Mirar los paisajes y los rostros... sin cámara, sin querer retenerlos.
Saborear la compañía alrededor de la mesa compartida, preparada con gusto, con detalle, con sencillez. Y brindar, y conversar mientras comemos, y gustar los platos sin prisas...
Oír todas las melodías y sonidos que me rodean un día cualquiera por doquier, pero sin cables ni audífonos: la brisa y las risas, las conversaciones, los gritos de los niños y hasta las voces calladas de los que aman y se entregan sin hacer ruido.
Tocar todo lo que comunica cariño, suavidad, ternura. Abrazar, saludarse, sonreír, acariciar la guitarra, al perro, y también la mano anciana... Dejar que te acaricie el agua de la lluvia y el invisible viento.
¡Esto es vivir resucitados!
¡Cómo cambia mi vida cuando mis sentidos todos reviven, resucitan, y se ponen al servicio de la resurrección!
Cuando llega la noche después de un día de prisas, agobios y ocupaciones, y trato de recogerme en silencio para orar, a veces sólo me sale: ¡Estoy agotado! ¡Este ritmo de vida es tremendo! Hay días que parece que no se acaban nunca, y otros que transcurren como un suspiro. Pero todos llenos de sensaciones, de sentimientos, de mensajes...
Pero hay que experimentar, como estos discípulos, que Jesús anda «en medio de todo», percibir su presencia, intuir su mirada y su voz con esa palabra serena y contagiosa: «Paz a vosotros», para entender que resucitar es vivir la vida en plenitud. Hace falta «sentir la vida que se vive». Orar así: repasando, intuyendo, profundizando y rumiando lo vivido.
Esta vida es complicada y difícil a veces, y nos parece ver «fantasmas» y nos quedamos atónitos. La rutina, la desgana, las personas «tóxicas» y amargadas, los miedos, los errores, las prisas y las presiones de todo tipo, nuestra cabezonería... nos la complican mucho.
La experiencia de la resurrección de Jesús, que se presenta «en medio», abriendo puertas, soplando Aire (=Espíritu), curando parálisis, disolviendo miedos, compartiendo la mesa (que eso significa ser «compañero»), haciéndonos entender las cosas... nos hace capaces de relativizar, de escuchar la opinión de quien sabe más que yo, de esperar con paciencia el desarrollo de los acontecimientos. Y de vivir, en lo cotidiano, una vida plena.
Vivir es algo más que estar vivos. La vida es un regalo, un tesoro, una oportunidad, alegría, tristeza, triunfos y fracasos... y tantas otras cosas. Pero ¡hay que vivirla, leerla, orarla, contemplarla!
Decía, con su humor socarrón, Gloria Fuertes:
Cuando estés recién muerto
aún con la tibia fría;
aún con las uñas cortas,
querrás hacer algo
-lo que podrías hacer ahora-
y ya habrán cerrado las tiendas y los portales,
y ya será muy tarde para llegar a tiempo
a los que hoy te aman.
(GLORIA FUERTES, Advertencias)
Cuando me he "atrevido" a vivir (que no es lo mismo que «estar vivo»), me he dado cuenta de lo que es SENTIR. SENTIR LA VIDA que me llega por todos los sentidos que tengo (que sigo sin saber cuántos son, pero muchos). Intentar no perder detalle de todo lo que me rodea, y de todo lo que me pasa, también lo que duele, fastidia y descoloca. Demasiadas pocas veces me he atrevido a vivir.
Ilusionarme con aprender cada día, hacer y recrear las cosas, conocer gente nueva y refrescar mi relación con los de siempre, sorprender... y dedicarme un poco de tiempo. No es egoísmo. Es recogerme para darme. Lo dicen mucho mejor los poetas:
¡CUÁNTO AMAMOS LA VIDA!
Hoy quisiera gritar a todos mi alegría y decirles:
¡Hermanos, cómo amo la vida!
El núcleo de nuestra vocación cristiana
está en un amor apasionado por la vida.
La vida que hemos recibido y la que vamos dando cada día.
Vida con color de amaneceres y crepúsculos.
Vida que palpita en cada ser,
que se escurre entre los dedos a medida que se cuentan los días y los años.
Vida que nadie nos quita.
Vida que, cuando decidimos darla, no tenemos miedo a perder.
Somos personas apasionadas por la vida.
Esa vida que es resplandor, signo y Palabra del Maestro.
Cada rostro, cada pueblo, las experiencias humanas,
el dolor, al alegría, la fiesta.
La incertidumbre y la ansiedad.
La amenaza y el cobijo.
El triunfo y el fracaso.
La soledad y el cariño.
La amistad y su ruptura.
La búsqueda, la ilusión, el encuentro y la renuncia.
¡Todo es vida!
Amamos intensamente la vida con todos sus paisajes y perfiles:
los montes y las llanuras, los mares y los ríos,
los pueblos pequeños y los antiguos, las ciudades nuevas y tumultuosas.
Los caseríos silenciosos y los barrios oscuros y húmedos de la gran ciudad.
¡Todo es vida, incluso la muerte!
La vocación cristiana es llamada a la vida,
pasión por la vida que nos hace a la vez
frágiles y vulnerables, fuertes y arriesgados.
Es certeza de lo firme
en medio de las tempestades y terremotos.
Mª JOSÉ CARAM, OP, VR 02/3
La Pascua me trae fuerza, porque me recuerda que Jesús, gracias a la resurrección, anda en medio de todo, y parece liberarme cada vez que me siento derrotado, cansado, sin fuerzas. Y cuando me descubro frágil, con faltas, habiendo hecho daño a otra persona... y leo que «en su nombre se anunciará el perdón de los pecados a todos los pueblos», me siento revivir.
Me cuesta sentir todavía el perdón de algunos fallos pasados, o rehacerme y cambiar actitudes en el presente... Tal vez me pasa como a los discípulos: que «no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos». Atónitos, sin saber cómo reaccionar. Aún me falta comprender y creer que «todo lo que está escrito en la Ley, los Profetas y los Salmos, tenía que cumplirse».
Pero poco a poco el Resucitado me irá abriendo el entendimiento y el corazón, para que día a día vaya experimentando la resurrección. Sintiéndome vivo, contagiando vida. La vida de Éste que anda siempre en medio de nosotros.
Que el Resucitado esté contigo, en medio de tus cosas
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
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