Detenerse, tomar conciencia de los propios fracasos, saber que el fin puede llegar de un momento a otro y no vivir repitiendo que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea. Son consejos que el Libro del Eclesiástico (5,1-10) nos recuerda hoy, llamándonos a cambiar el corazón, a convertirnos al Señor.
La sabiduría es algo de todos los días, nace de la reflexión sobre la vida y de pararse a pensar cómo se ha vivido. Viene al escuchar las sugerencias, como las del Eclesiástico, que se parecen a las indicaciones de un padre a un hijo, de un abuelo al nieto. No sigas tus instintos, tu fuerza, secundando las pasiones de tu corazón. Todos tenemos pasiones. Pero está atento, domina las pasiones, tómalas de la mano. Las pasiones no son malas; son, digamos así, la «sangre» para llevar adelante tantas cosas buenas, perosi no eres capaz de dominar tus pasiones, serán ellas las que te dominen. ¡Párate, detente!
La vida pasa. Un verso dice: «Ayer pasé y vi a un hombre; hoy volví y ya no estaba». No somos eternos, no se puede pensar en hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. No ser tan temerario, tan arriesgado de creer que te librarás. «Ah, hasta ahora me he librado, y seguiré así…». No. Te has librado, sí, pero ahora no lo sabes… No digas: «La compasión de Dios es grande, me perdonará mis muchos pecados», y así sigo adelante haciendo lo que quiero. No digas eso. El último consejo de este padre, de esto abuelo: «No tardes en convertirte al Señor», no esperes a convertirte, a cambiar de vida, a perfeccionar tu vida, a arrancar la mala hierba, que todos tenemos: ¡arráncala! «No tardes en convertirte al Señor, ni lo dejes de un día para otro, porque de repente la ira del Señor se enciende, y el día del castigo perecerás».
«No tardes en convertirte»: esa es la invitación de hoy, no dejar el cambio de nuestra vida, tocar los fallos y fracasos que todos tenemos, no asustarse nunca, ser más capaces de dominar los que nos apasiona. Hagamos este pequeño examen de conciencia cada día, para convertirnos al Señor: «Mañana procuraré que esto no vuelva a pasar». Pasará, quizá, un poco menos, pero has logrado gobernar tú y no ser gobernado por tus pasiones, por tantas cosas que suceden, porque ninguno está seguro de cómo ni cuando acabará su vida. Esos cinco minutos al final del día nos servirán, nos ayudarán mucho a pensar y a no retrasar el cambio del corazón y la conversión al Señor. Que el Señor nos enseñe con su sabiduría a ir por ese camino.
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