El centro de la Fiesta del Corpus Christi es el sacramento de la Eucaristía, en el que se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor. La Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, cuya importancia radica en la comunión sacramental con Cristo. El Papa emérito, Benedicto XVI, nos recordó que la Eucaristía “alimenta y acrecienta en nosotros lo que ya se nos ha dado en el Bautismo, por el cual todos estamos llamados a la santidad” .
Por ello, los fieles cristianos en plena comunión con la Iglesia católica estamos llamados a participar plena, consciente y activamente de la Eucaristía.
Ciertamente, lo mejor y lo deseable es que todos aquellos que participan en la celebración de la santa Misa reciban la sagrada Comunión, pero no sin estar debidamente dispuestos. Ya San Pablo exhortaba a los fieles de Corinto, a que antes de recibir la comunión, “cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el cuerpo del Señor come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 28-29). Movido por la preocupación de que la Eucaristía sea recibida con la debida disposición, recuerdo que para ello es necesario lo siguiente::
a)
Saber a quien se recibe y creer en lo que se recibe: No todos los fieles tienen clara conciencia del sentido profundo de la Eucaristía. Hay que recordar que en la Eucaristía “se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero” . Hace falta distinguir entre el pan corriente y el Pan consagrado. Cristo se hace presente por acción del Espíritu Santo, bajo la apariencia del pan y el vino, para que entremos en comunión con Él. Cada vez que comemos y bebemos la carne y sangre del Señor nos alimentamos de Él. Hemos de tener claro y creer que la Sagrada Eucaristía es el mismo Jesús que nació, murió, resucitó y que está sentado a la derecha del Padre.
b)
Estar en gracia de Dios: Para recibir la Eucaristía no basta la buena voluntad, sino que es necesario “estar en gracia de Dios”: esto significa poseer la gracia habitual santificante que es un don gratuito de Dios, por el que nos hace participes de su vida trinitaria y capaces de obrar por amor a Él. La perdemos si cometemos pecado mortal. Para acercarse a la comunión eucarística es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad. Por ello, es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad. Llama la atención ver el gran número de fieles que se acercan a comulgar y la desproporción de quienes se confiesan.
No se puede recibir la comunión movidos sólo por emociones o sentimientos. Las declaraciones del Magisterio sobre este asunto son claras y no han cambiado: para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal”. Es deber de los pastores instruir acerca de la necesidad de estar en gracia de Dios para recibir digna y fructuosamente la Sagrada Comunión, y, previo a ello, enseñar el recto sentido del pecado, y la posibilidad y necesidad de su remisión en el sacramento de la Confesión.
c)
Guardar el ayuno eucarístico: El Catecismo enseña que “para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia”; a saber, “abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas”. La práctica del ayuno no sólo es un deber legal, implica el querer preparar el alma y el cuerpo para que el Señor tome posesión de nosotros.
Por monseñor Casimiro López, obispo de Castellón. Artículo publicado por la agencia SIC
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