Desde los inicios del cristianismo el domingo es una realidad primordial para los fieles. Adquiere una relevancia absoluta. El mismo Jesucristo le da esta preeminencia entre todos los días de la semana al resucitar un domingo. Para reafirmarlo se aparece los domingos. El primer día de la semana al salir el sol se apareció a María Magdalena, el mismo día a los dos discípulos de Emaus y a Pedro (cfr. Lc 24, 13-35). También “la tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas” se apareció a los discípulos reunidos en el cenáculo, faltando Tomás. “Pasados ocho días” de nuevo se hace presente estando Tomás. Con toda intención el Señor se manifestó el domingo para hacerlo el día primordial de los cristianos (cf. Lc 24, 36-43; Jn 20, 19-20 y 26-29).
La preponderancia del domingo se descubre en las cartas de San Pablo y en los Hechos de los Apóstoles. Pablo estando en Tróade, antes de partir hacia Jerusalén, se despidió de la comunidad reunida “el primer día de la semana para partir el pan”. A los cristianos de Corinto les pide que “cada día primero de la semana”, es decir, el domingo, sea un día muy especial en el que entre otras cosas se hace una colecta para ayudar a los cristianos de Jerusalén (cfr. 1 Cor 16, 2). Esto lo escribe en torno al año 55, estando aún fresca la memoria de los que vieron al Señor Resucitado. Por lo tanto el domingo es ya una tradición apostólica (SC 106).
Históricamente el domingo ha mantenido un valor fundamental. En el período post-apostólico las primeras enseñanzas de los apologetas cristianos y de los santos padres de la Iglesia definen el domingo como algo originario y esencial en la vida. Dice San Justino -s.II- (Ap I, 66, 1-2): “En el día que se llama “del sol” (el domingo) se reúnen todos los cristianos del campo y de la ciudad”. “Reuníos cada día dominical del Señor” dice el libro de las enseñanzas de los Apóstoles (cf. Didaché 9,1). San Ignacio de Antioquia recuerda que los cristianos no celebran el sábado sino el domingo. Por eso justamente nosotros celebramos el día octavo con regocijo, por ser el día en que Jesús resucitó de entre los muertos y, después de manifestado, subió a los cielos. Estas citas, seleccionadas entre muchas más, demuestran que hay una constante reiteración de la práctica dominical desde los orígenes hasta nuestros días. El domingo nace en la comunidad de Jerusalén como respuesta a una intención del Señor, deducida de sus apariciones, y que ha llegado hasta nuestros días.
A lo largo de los siglos se ha ido desarrollando y enriqueciendo la teología del domingo. La reunión dominical ante todo aparece como un momento imprescindible para la cohesión, la vitalidad y el testimonio de las comunidades. En ese día se mantienen vivos los valores originarios del ser cristiano. Hubo épocas en donde se perdió el fondo espiritual y se cayó en la casuística y la moral en el ámbito del derecho eclesiástico. A partir del Concilio Vaticano II se recuperan los valores de la primera tradición con una rica teología del domingo. La constitución sobre la Sagrada Liturgia y la repercusión positiva que ha tenido es una muestra del inicio de una reconquista del sentido auténtico del domingo que debe continuar cada vez con mayor empeño.
La definición e importancia teológica y pastoral del domingo se descubren en la multitud de nombres que ha recibido. Cada apelativo muestra una faceta de la riqueza del contenido y significado del domingo. Se llama: primer día de la semana, día primero, día señorial, el señor de los días, el día del sol, el octavo día, día de la resurrección. Estos nombres se refieren a Cristo. Para la Iglesia es el día de la asamblea, de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, día de la Resurrección. Estos nombres se refieren a las funciones que cumple ese día de congregar, instruir, alimentar y enviar a la comunidad. Con relación a los creyentes se le llama: fiesta de los cristianos, día de alegría y liberación, día del descanso, día de la caridad, día de la familia…
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