Quiero recordar algunos detalles de la devoción del Papa bueno al bueno de San José ¡Qué bueno es San José! decía santa Teresita.
Dejo los documentos escritos, veintiuno los más destacados, en los que aparece la valoración altísima que tiene de san José y su grandísima devoción, -no perdía ocasión de vivirla y de promoverla- y me limito a algunos hechos más destacados de su amor a San José. Juan XXIII es, sin duda el Papa más josefino de la historia de la Iglesia Recuerdo que en el bautismo recibió los nombres de Ángelo José, siguiendo la tradición familiar El nombre de José le marcó para toda su vida. Bebió la devoción a San José con la leche materna. En su casa del Sotto il Monte el cuadro del santo Patriarca era objeto de veneración ininterrumpida. A él se dirigían todos en cada circunstancia, mayores y niños, manteniéndolo asociado a su Esposa la Virgen María y al Niño Jesús que estrechaba contra su pecho. El mes de marzo trascurría entero en piadosas lecturas josefinas y en ingenuas invocaciones titánicas y los miércoles de cada semana de todo el año estaban dedicados al santo Patriarca. José Roncalli, desde joven, amaba decorar las paredes de su dormitorio y su sala de trabajo con estampas populares de San José.
La víspera de su ordenación episcopal tomó una solemne decisión: Asumo ahora y por siempre el nombre de José, que además me fue impuesto en el bautismo, en honor del querido Patriarca que será mi primer patrón después de Jesús y de María y mí ejemplar.
El mismo dijo. He caminado con san José toda mi vida... No sé empezar mi jornada ni terminarla sin que mi primera palabra y mi último pensamiento se dirijan a él, (a san José).
El Papa Juan XXIII se alargaba –dice su secretario- hablando del Santo como si le conociese personalmente, como si se tratase de un amigo suyo con el cual viviese en íntima familiaridad y se dirigía a él con candor sorprendente.
Tiene expresiones, hablando de San José, de una sencillez encantadora: En las cosas difíciles yo me vuelvo a él y siempre me escucha. José va siempre adelante con calma y con su asnillo y llega a la meta con seguridad. Tened confianza en él que habla poco, quizás nada, pero lo puede todo.
Al decidir escoger un patrono para el Concilio Vaticana II opta por san José porque a ninguno de los protectores celestiales puede confiárselo mejor que a él, Cabeza augusta de la Sagrada Familia y Protector de la santa Iglesia, para alcanzar la ayuda del cielo en la preparación y desarrollo del Concilio, que no pide para su realización y su éxito más que luz de verdad y de gracia, disciplina de estudio y de silencio, paz serena de las mentes y de los corazones.(Letras apostólicas del 19 de marzo de 1961).
Y cando lo declaró patrono del Concilio escribió: “Así, pues, confiando en la ayuda del Redentor divino, `principio y fin de todas las cosas, de su augusta Madre la Santísima Virgen María y de San José, a quien desde el principio confiamos tan gran acontecimiento, nos parece llegado el momento de convocar el Concilio ecuménico Vaticano II” (Humanae salutis, 25 de diciembre de 1961).
Esta devoción a san José aparece particularmente en el hecho de incluir el nombre de San José inmediatamente después del de su Esposa la Virgen María en el canon romano, atendiéndola clamor de miles de voces que habían llegado de todo el mundo de cardenales, obispos y fieles y lo hizo con gran gozo de su corazón. Y entró en vigor el 8 de diciembre de 1962.
El último acto público de su devoción a San José es la inauguración de un altar a San José en la Basílica de San Pedro. En la tarde del 19 de marzo de 1963 Juan XXIII se paraba en el crucero de izquierda de la Basílica de San Pedro para descubrir y bendecir el nuevo mosaico del altar dedicado a San José. La ceremonia de esta tarde ha sido encanto, suavidad y estímulo para nuestra alma. Era su deseo cumplir con este acto de piedad hacia el Esposo castísimo de María y Custodio de Jesús y coronar de esta manera el voto del corazón de que se encienda también en el templo máximo de la Cristiandad la devoción a San José, protector de la Iglesia y protector del Vaticano II. La coincidencia con mi onomástica y con el 38º aniversario de mi consagración episcopal no podía ser ni más conmovedora ni más significativa.
En la alocución a los cardenales, cuando le felicitaron por su santo les recuerda que “se nos ha dicho y lo hemos experimentado con íntimo gozo que antes y después de las congregaciones generales, del Vaticano II, en San Pedro, en los días del concilio ecuménico se notaba un grupo notable de padres en oración ante el altar del Santo…Aceptad el voto que Nos hacemos, señores cardenales, de que ese altar al paso que sea motivo de mayores peregrinaciones, sea también fuente de consuelo y de favores celestiales”
P. Román Llamas,ocd.
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