Queridos amigos:
Solemos soñar con comunidades perfectas, en las que reina la paz, el amor, la fe, la armonía. Incluso a veces, cuando tenemos la suerte de compartir algún tiempo especial con alguna, nos parece descubrir en ella ese ideal de comunidad. Pero no existen comunidades perfectas. En todas hay cosas buenas, y en todas hay mucho todavía por hacer, por crecer.
En sus recorridos misioneros, Pablo visita muchas comunidades cristianas. En sus cartas siempre hay palabras de agradecimiento, valorando y reconociendo lo que de bueno ha encontrado en ellas; pero también siempre les hace advertencias o les da consejos para que mejoren en algún aspecto. Pablo es muy consciente de que una comunidad siempre está en proceso, con sus defectos, pero también con sus aciertos cuando son fieles a lo que el Espíritu inspira.
Ante la realidad de pecado y de limitación de nuestra vida de fe, o de nuestro compromiso social y misionero, o de nuestra fidelidad, o de nuestra vivencia fraterna, ni nos debemos desesperar porque no seamos perfectos ni debemos cerrar los ojos y no enfrentar los problemas y dificultades en que nos encontremos. Toda comunidad está en proceso: la perfección llegará al final de los tiempos, cuando Dios llegue a ser todo en todos. Mientras, debemos ser conscientes de que somos caminantes, con nuestros errores y nuestros aciertos. Y saber reconocer y agradecer lo bueno, pero también tener el valor de hablar de los errores, de corregirnos fraternalmente, de pedir perdón y seguir caminando.
Y en eso consiste permanecer en vela: día tras día estar dispuestos a reconocer las propias infidelidades y errores, agradeciendo todo lo bueno que unos y otros regalan a la comunidad, pedir perdón y ser perdonado, levantarse y seguir caminando, con la confianza puesta en Dios, no en nosotros mismos.
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