María es el símbolo de la humanidad comprometida con la historia de la salvación, con el proyecto de Dios para nosotros. Si la llamamos “reina” no es porque lleve un traje real o porque esté revestida de un poder político sino porque se hizo sierva de Dios, porque se comprometió con el Reino, con la causa de su Hijo. Ella fue la primera que recibió en su seno el sueño de Dios y renunció a muchos otros sueños por soñar el sueño de Dios, el sueño de una nueva humanidad.
“El Señor está contigo”. En el silencio de aquella casa humilde de la aldea de Nazaret resuena la voz del ángel que envuelve a María en todo su ser. Con ese salida Dios comienza a escribir un nuevo capítulo de la historia humana, el capítulo de su encarnación. Ese saludo es una invitación a la alegría, a vivir la alegría que viene de dios. Con ese saludo nos dirigimos a María cuando rezamos el “Avemaría”. El hecho de que el ángel comience diciendo “El Señor está contigo” supone el sí de Dios a la humanidad, a cada uno de nosotros. Dios no dio la espalda al mundo que había creado. No hizo como pensaban aquellos filósofos que imaginaban a Dios como un relojero que hace un reloj y luego deja que funcione por sí mismo. Ese no es el Dios de los profetas, de María. Tampoco el de Jesús. El saludo del ángel resuena en cada ser humano en el momento de su concepción, cuando es llamado a la existencia no como fruto del azar sino del amor de Dios.
“No temas, María… concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. La misión que María recibe en ese momento, noble ciertamente, pone en peligro su vida. Pero ella asume el riesgo de defender la vida, la vida de Dios presente en su vientre. Dios asume la fragilidad humana en todas sus etapas a través de su Hijo, comenzando por la ternura de la madre. Pienso ahora en las mujeres que, por temor de sus padres o de sus parejas, terminan abortando. También pienso ahora en las madres que sienten temor a ser abandonadas por sus hijos y que soportan agresiones de todo tipo de sus parejas. Pienso ahora en los padres que ven a sus hijos sufrir por la enfermedad o por las precariedades de la vida. Todos ellos, cuando dejan que el Espíritu Santo les hable al corazón, escuchan de nuevo esas palabras: “No temas”. ¡No temas porque Dios está contigo!
“Hágase en mí según tu palabra.” María es el símbolo de esa parte de la humanidad, que a pesar de vivir en la marginación, en el rechazo y en el abandono, confía y espera. María está abierta a la voluntad de Dios. Y esa voluntad hace de ella una persona preocupada de los demás, de su cuidado y atención. Sí, esa atención es necesaria, especialmente para los más débiles. Es muy habitual escuchar hermosos discursos sobre la defensa de la vida no nacida pero quizá no siempre encontramos personas comprometidas con la vida que termina, con los últimos años de su existencia y los cuidados que necesita esa vida. María se comprometió con la vida por nacer y con la vida en su final, como se ve en su visita a Isabel.
Que podamos contemplar a María como el modelo de una persona que hizo de su vida una para los demás, una vida para Dios.
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