Queridos hermanos:
Nuestra fe nace del encuentro personal con Jesús, y ese encuentro se da a través de encuentros personales, de tú a tú, con testigos de la fe. Así fue en los comienzos, cuando los Apóstoles fueron encontrándose con Jesús y descubrieron en él algo muy especial. Así fue con Bartolomé, el Apóstol a quien identificamos con el Natanael del Evangelio, así ha sido a lo largo de la historia de la Iglesia, en la que el testimonio de los primeros testigos de la Resurrección se ha ido transmitiendo hasta llegar a nosotros.
El encuentro de Jesús con Bartolomé –Natanael- es especialmente significativo. El testimonio de otros es el que le toca el corazón y le mueve a ponerse en camino: es Felipe quien le anima a hacerlo: “Ven y verás”. En la vida de cualquier cristiano se da siempre esta primera etapa de búsqueda. Habrá sido la madre, o la abuela, o un sacerdote, o una catequista, o un amigo, o una hermana quien te mostrara de un modo u otro que en Jesús había algo especial, que merecía la pena creer en él como enviado de Dios, como su Hijo y Salvador. Y en algún momento todo cristiano se ha sabido invitado: “Ven y verás”. Y se da el primer encuentro, y los siguientes, y el Señor va tocando el corazón, convirtiéndote, alentando tu fe, tu esperanza, animándote a seguirle…
Y Natanael fue con Felipe y se dio el encuentro: Jesús le habló, destapó las verdades de su corazón, le sorprendió y transformó su vida. Y creyó en El, y le siguió. En tu vida, en la mía, en la de cualquier cristiano, de maneras diversas, se da un proceso parecido: de encuentros con testigos que invitan a formar parte de la comunidad y a encontrarse con el Señor, de encuentros personales con El en los que sale a la luz la verdad del corazón y este va quedando transformado, en un proceso de conversión y seguimiento que hace de uno un nuevo testigo para otros.
Ayúdanos, San Bernabé, a acercarnos sin miedo a Jesús, a ir y ver, a dejarnos transformar por él, a ser tus testigos. AMEN
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