Queridos hermanos y hermanas,
Casi todos los años la cercanía de la Pascua da pie a que se hable de la relación entre judíos y cristianos y a que nosotros reconozcamos que no siempre hemos tratado bien a quien Juan Pablo II llamó nuestros hermanos mayores. Hay cosas importantes que, aunque muy claras, conviene recordar con frecuencia. Que nadie sea llevado a engaño por las frecuentes alusiones del evangelio a los judíos. La Palabra es proclamada para interpelarnos a nosotros. Si alguien está libre de pecado que tire la primera piedra. Si está verdaderamente libre, nunca la tirará.
En el evangelio de hoy Jesús mantiene su pulso con quienes se niegan a reconocer en él la visita de Dios. El texto proclamado responde a la mentalidad de aquellos tiempos: ¿a qué testigos, a qué fuentes de autoridad puede apelar Jesús? Juan Bautista ha hablado en su favor. Las obras del mismo Jesús también lo hacen: las ‘menores’ -como ayudar a un hombre que lleva treinta y ocho años enfermo a coger su camilla- y las ‘mayores’, que todavía no hemos visto. La Escritura da asimismo testimonio de Jesús: la Ley y los Profetas han ido anunciando su venida.
El Padre también le acredita: este es su Hijo amado, el Predilecto, aquel a quien somos invitados a escuchar y seguir. No pensemos ahora en aquellos interlocutores de Jesús; fijemos la atención en nosotros mismos: ¿aceptamos estos testimonios?, ¿creemos de verdad en Cristo?, ¿se traduce ese seguimiento en nuestra vida?, ¿cuáles son las pruebas más recientes de nuestra conversión, del crecimiento de mi fe?
Me pasó hace prácticamente treinta años. Visité por primera vez en la vida una comunidad católica inglesa. Un hombre que entonces me pareció mayor me preguntó con mucha educación cuándo me había convertido. Creí haberle entendido mal y le invité a repetir la pregunta.
Luego comprendí su sentido: él, nacido y crecido anglicano, había ingresado años después en la Iglesia Católica. La pregunta caló en mi espíritu: yo era católico “desde siempre”, no había necesitado convertirme. Su interpelación se me hace presente de vez en cuando, especialmente en Cuaresma: ¿he empezado ya a convertirme?, ¿soy consciente de que la invitación a acoger a Jesús -a volver al Padre- tiene cada día un sentido profundamente nuevo? ¿Vivo haciendo mía de verdad la voluntad de Jesús?
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