Queridos hermanos:
Posiblemente la liturgia ha querido combinar estas dos lecturas a causa de una elemental coincidencia temática: reales o supuestas relaciones sexuales ilegítimas. La Susana salvada por intervención profética prefigura a la adúltera que Jesús no condena.
Pero en realidad cada lectura tiene su propio mensaje. La historia de Susana forma parte de la serie de leyendas que integran el libro de Daniel, obra apocalíptica, de consolación, que subraya el triunfo de Dios y del bien sobre todas las argucias del mal. Susana es la mujer honesta, fiel a la ley, calumniada por los malvados pero salvada por Dios mismo mediante la sabia intervención de un profeta. Como en las otras narraciones del libro, su caso es otra afirmación de que el Dios fiel no abandona a quienes le son fieles, aunque a veces “pasen por valles de tinieblas”.
En vísperas de la semana santa, Susana es otra prefiguración de Jesús. Como el Siervo de Yahvé, Jesús aparecerá humillado, “en forma de gusano y no de hombre”, como “varón de dolores ante quien se oculta el rostro”, pero finalmente “tendrá éxito, subirá y crecerá mucho; en él se verá algo inenarrable y se contemplará algo inaudito” (Is 52,15).
La historia evangélica de la adúltera es otra cosa. En ella se contraponen actitudes misericordiosas y actitudes justicieras; detrás de estas últimas, como tantas veces, se esconde la hipocresía. La narración, incluida en el cuarto evangelio, visualiza un principio teológico enunciado unos capítulos antes: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Pero esa misericordia de Dios no es aceptada por todos; los más cumplidores (fariseos) y los entendidos en las Escrituras (escribas) rechazan a la mujer y pretende que Jesús la condene; no se le acercan para interceder por ella, ignoran que el Siervo de Yahvé “intercedió por los pecadores” (Is 53,12). El gesto de Jesús escribiendo sobre el suelo pudiera ser lo más nuclear de la narración, o una “variación sobre el tema” de sus duras palabras “el que no tenga pecado…”. Por medio del profeta Jeremías Dios había dicho: “los que se alejan de mí serán escritos sobre el polvo” (Jr 17,13). Al parecer, Jesús dice a los inmisericordes acusadores: “los alejados de Dios sois vosotros”; ellos, expertos en el Antiguo Testamento, tuvieron que entender esta silenciosa llamada a cambiar de actitud.
En el año de la misericordia se nos hace a todos una llamada a no apedrear, a no juzgar ni condenar, a tener una mirada benévola, como la de Jesús. Él, ciertamente, no es ciego; admite que la mujer es pecadora, pero la contempla con esperanza; los acusadores no son mejores que ella, y de ella se espera algo nuevo: “en adelante no peques más”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
No hay comentarios:
Publicar un comentario