Querido amigo/a:
Por acción u omisión, todos tenemos algo de traidores. En el evangelio de hoy, donde Jesús desenmascara delante de todos los discípulos la traición de Judas, nos viene bien confrontarnos con este personaje al que solemos contemplar desde fuera como si su historia nada tuviera que ver con nosotros; y es que todos tenemos un poco de Judas.
Este Martes Santo es un día apropiado para meditar y orar con el tema del perdón. Judas traicionó a Jesús, pero Pedro, que al final del evangelio de hoy jura al Señor: daré mi vida por ti, también lo traicionó. ¿Qué diferenció a estos dos discípulos pues ambos se arrepintieron? Que Pedro confesó su culpa, la exteriorizó, la lloró delante de María y los discípulos, mientras que Judas la interiorizó, la ocultó, se la guardó para sí sin sacarla a la luz. A Pedro esta actitud le llevó a recibir el perdón y a Judas le llevó al suicidio. Qué desenlaces tan diferentes ¿verdad? Ante el pecado no vale sólo dolerse, hay que tener el coraje de ponerle nombre, de sacarlo a la luz, de desenmascararlo para que así nazca el deseo de reparar el daño y así poder abrirse al perdón de Dios. ¿O acaso crees que si Judas hubiese llorado y exteriorizado su culpa Jesús no lo hubiera perdonado?
En algunas ocasiones no nos perdonamos a nosotros mismos, nos encerramos en una actitud egocéntrica y fatalista dónde no puede llegar el perdón de Dios. Esta es la parte de Judas que todos llevamos dentro.
Creer en el perdón de Dios no significa olvidar la falta. El mensaje del perdón nunca puede utilizarse para sostener las injusticias. Al contrario, creer en el perdón nos hace libres para discernir nuestras propias faltas, así como las injusticias de nuestro entorno y del mundo. Depende de nosotros reparar lo que puede arreglarse.
Cristo distingue entre la persona y la falta cometida. Hasta su último aliento sobre la cruz, ha rechazado condenar a nadie. Y lejos de minimizar la falta, la ha tomado sobre sí. Hay situaciones en las que no conseguimos perdonar porque la herida es demasiado grande. Entonces debemos recordar que el perdón de Dios no falla nunca.
Hoy es un buen día para preguntarme en la oración, ¿qué parte de mi historia personal todavía no ha sido reconciliada, perdonada? ¿A quién tengo cerrada la puerta de mi perdón? ¿Qué herida de mi corazón no he mostrado al Señor para que Él la cure?
Vuestro hermano en la fe.
Juan Lozano, cmf.
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