Queridos hermanos y hermanas,
Vamos llegando al final de una semana bien hermosa. En la oración colecta de la eucaristía del domingo pasado le pedíamos al Señor que nos concediera apresurarnos a celebrar “con fe viva y entrega generosa” las próximas fiestas de Pascua. En la oración colecta de mañana domingo pediremos la gracia “de vivir siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”. La entrega ha resplandecido al comienzo y al final de esta etapa de nuestro camino cuaresmal. Él se ha entregado y se sigue entregando. Nosotros somos de nuevo invitados a hacerlo.
El evangelio que hoy se nos ofrece constata la existencia de reacciones muy diversas ante Jesús. Unos ven en él al Mesías, otros al Profeta.
Hay quien piensa que nadie ha hablado nunca como él; otros no lo consideran más que un farsante o un embaucador.
El relato desenmascara a quienes invocan la Escritura para justificar sus miedos, sus envidias o su soberbia: “¿pero no sabéis que de Galilea no salen profetas?” La historia se repite. Nadie está libre del demonio del engreimiento, de la cerrazón, de la podredumbre interior. El Papa Francisco, que camina sobre los hombros de sus grandes predecesores (por cierto, ¡qué hermoso oírle hablar el otro día en el avión en que volvía de México de Pablo VI “el grande!), nos ha dejado un legado precioso con su reflexión sobre la mundanidad espiritual, cáncer del discipulado y de la Iglesia.
La Cuaresma es tiempo de examen. El sábado, de la mano de María, es buen día para examinarse. Dentro de dos semanas, Dios mediante, volveremos a someternos al escrutinio lleno de ternura de la Madre Iglesia que nos invita a renovar las promesas del bautismo. Adelantemos el examen. Abramos el Misal: “¿Renunciáis a todas las seducciones de Satanás como pueden ser: el creeros los mejores, el veros superiores, el estar muy seguros de vosotros mismos, el creer que ya estáis convertidos del todo, el quedaros en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios?”.
Solos no lo conseguiremos nunca. En comunidad y abiertos al Espíritu, todo lo imposible deja de serlo. ¡Qué sigáis teniendo un hermoso peregrinar cuaresmal!
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