Queridos hermanos y hermanas,
Once de marzo. Una fecha que remueve desde hace doce años el corazón de los españoles y de muchas personas de buena voluntad. Una mañana cualquiera, en la que miles de trabajadores y gentes de bien se encaminaban a sus tareas diarias: niños camino de colegios y guarderías, abuelos que se preparan para una cita médica que llevan meses esperando, cientos de jóvenes y de personas que acaban de estrenar familia, matrimonio, sueños… Una serie de bombas articuladas y coordinadas alteraron la vida de Madrid, una ciudad tristemente familiarizada con el terrorismo: casi doscientos muertos, cientos de heridos y de familias afectadas. Una herida que el tiempo no acaba de curar.
La violencia y el terrorismo son parte del pan nuestro de cada día en todos los continentes. Cuando afectan a algunos lugares son trending topic, titular de prensa internacional; cuando afectan a otros parecen formar parte del paisaje, interesar menos, pasar desapercibidos. Pero la herida se extiende abierta por el mundo. Millones de personas saben muy de cerca qué es la cruz.
Once de marzo, viernes de cuaresma. El evangelio nos habla de un Jesús perseguido, amenazado, que sigue cumpliendo su misión al tiempo que evita llamar demasiado la atención. Quieren agarrarle; van a por él.
Hace unos días otros poderosos han ido a por Berta Cáceres, mujer hondureña que puso rostro y voz a las reivindicaciones de muchos indígenas. Cuando escribo estas líneas sus restos todavía están siendo velados. Hace once años otros poderosos fueron a por Dorothy Stang, religiosa norteamericana defensora de los derechos de los campesinos brasileños. Cuando la mataron sólo una Biblia ocupaba su mochila. Dorothy no era una jovencita llena de utopía. Tenía setenta y cuatro años.
Tenemos que seguir recuperando el valor de los viernes de cuaresma. Son una gran ayuda para que nos acerquemos a la cruz, el Árbol de la Vida. El Vía Crucis es una práctica bien hermosa; debemos estar agradecidos a quienes la mantienen. Mas no olvidemos que hoy miles de hombres y mujeres recorren también el camino de la cruz. Contemplemos al Crucificado. Fijemos en Él la mirada. Pero no olvidemos nunca (¡nunca!) a quienes sufren también los efectos de la injusticia y del pecado.
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