Hoy estuve con Jesús ante el sagrario. Me gusta llegar y saludarlo al entrar. Me arrodillo. Estoy ante el Rey de Reyes. Le sonrío y le cuento mis cosas, lo cotidiano. Le gusta sentir tu compañía y amor.
Sabes, es mi mejor amigo.
Le hable de ti y tus necesidades y sueños. Últimamente cuando lo visito me acuerdo de ustedes y los cientos de lectores que me escriben:
“Don Claudio acuérdese de mí cuando visite a Jesús”.
Miraba la hostia blanca y le decía con fervor:
“Creo Señor, pero aumenta mi pobre fe”.
Lo veo y le digo: “Sé que eres Tú”. Le sonrío y siento que me sonríe con alegría.
He pasado la hora más hermosa que puedas imaginarte. Como sabes me encanta detenerme en diferentes iglesias a lo largo del día y pasar a saludarlo. Aunque sea le obsequio un: “Hola Jesús” o un simple: “Te quiero Jesús”. Y si no puedo bajarme del auto pues bajo la ventana y le grito:
“Ey Jesús, te quiero”.
Más de uno desde la acera me mira como diciendo:
“¿Y este loco?”
Es la locura del Amor.
Tuve la alegría de ir a Misa en la mañana y el buen sacerdote habló del “Sagrario”. No me lo creía. Fue maravilloso. Contó cómo los primeros católicos empezaron a guardar las especies consagradas al ver la necesidad de llevarlas a los enfermos. Mencionó el bien que nos hace visitar a Jesús en el sagrario cada día porque recibimos gracias innumerables y la fortaleza para continuar nuestras vidas en medio de la adversidad.
Estas palabras suyas resonaron en mi alma muy fuerte al mirar hacia el sagrario:
“! AQUÍ ESTÁ JESÚS!”
Me acordé de aquella hermosa canción. Seguro alguna vez la habrás cantado:
Dios está aquí
tan cierto como el aire que respiro,
tan cierto como la mañana se levanta
tan cierto como yo te hablo y me puedes oír.
Me gustó mucho cuando el sacerdote sugirió que enviásemos a nuestro ángel custodio a adorar a Jesús en los sagrarios cuando pasamos frente a una iglesia y no podemos bajarnos del auto. Que Jesús sepa que lo amamos, y deseamos acompañarlo.
Pensé en Jesús inocente, bueno, amigo, en ese sagrario. Sin poder moverse, como un prisionero, al que llaman: “Prisionero de amor”.
“Perdóname Jesús mi indiferencia y las veces que te he ofendido. No mereces esto de mí”.