Martes 16 de Abril del 2013
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (7,51–8,1a):
En aquellos días, Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas: «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.»
Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia.
Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo.
Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 30,3cd-4.6ab.7b.8a.17.21ab
R/. A tus manos, Señor, encomiento mi espíritu
Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R/.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
yo confío en el Señor.
Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. R/.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,30-35):
En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."»
Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan.»
Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Martes 16 de Abril del 2013
Queridos amigos:
Hoy desplazamos la atención del movimiento de la gente al movimiento del que Abaja del cielo". Nos da a conocer a Dios y nos da a conocer a Jesús, pues el propio Jesús afirma a renglón seguido: "yo soy el pan de la vida".
Nos da a conocer a Dios. Es Él quien ha puesto en nosotros el "deseo", el Aprincipio esperanza", el "sueño de Paraíso" (un paraíso que está por delante: de él habla Apoc 22,1-5; y un paraíso que coincide simbólicamente con los cielos nuevos y la tierra nueva en que habita la justicia). Ese deseo no puede ser colmado por las cosas. Lo apuntábamos ayer. Tampoco puede ser cumplido por el amor de pareja, por grande que sea. Lo dice el evangelio y lo dice la experiencia. Hay testimonios bien significativos al respecto. Podéis hallar uno, breve y denso, en una obra que, al margen ya de ese punto, merece ser leída. Se titula "Una pena en observación" y es de C.S. Lewis. Quizá hayáis visto la película "Tierras de penumbra", basada en ese relato lleno de penetrantes análisis y conducido con una lucidez y sinceridad que sobrecogen.
Se realizan aquí las palabras que el profeta pone en labios de Yahvéh: "Yo hiero y yo curo". El deseo es esa herida humanamente irrestañable que Dios ha abierto en nosotros y que sólo Él puede cerrar. Los que nos consideramos creyentes mediocres y como de segunda mano lo vislumbramos a veces; los místicos, ellas y ellos, lo viven, narran y piensan de modo envidiable.
Dios no juega con nuestro deseo. En Él se da un movimiento descendente de respuesta. Es la revelación que se nos hace en el pasaje de hoy: hay un pan que baja del cielo y da vida al mundo. Ese pan es Jesús en persona. No un sucedáneo de Dios, no un espejismo de Dios, no un dios de saldos, no una migaja que cae de la mesa de Dios: Dios en persona. Y no cae: baja. Tampoco lo arrebatamos nosotros tras una escalada titánica, como Prometeo arrebató el fuego de los dioses: baja. Pertenece al mundo de lo trascendente. Está a una distancia literalmente infinita y sólo él puede salvarla. Y la ha salvado, se ha puesto a nuestro alcance, ha bajado hasta nosotros, como bajará del cielo, enviada por Dios, la ciudad santa, Jerusalén (Ap 21,10). Baja, como si sufriera de bio-filia - al decir de algún teólogo - : quiere dar vida (zoé) al mundo.
Es un pan que colma el deseo y al propio tiempo lo dilata. Podemos muy bien decir que es pan para hoy y hambre para mañana. Nos introduce en una vida de comunión que vence el hastío y nos levanta del desfallecimiento, como a Elías lo levantó la hogaza de pan, y la jarra de agua y, sobre todo, la palabra. Pero va a depender de nosotros mantener vivo el deseo del encuentro y la comunión. Porque podemos dejarnos llevar de cierta desgana, y acaso padecer de anorexia ante el pan vivo y vivificante, y podemos seguir mendigando, como la gente de Tabga, migajas que no podrán matar el hambre ni apagar el deseo.
Vuestro amigo.
Pablo Largo, cmf
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