Viernes 19 de Abril del 2013
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (9,1-20):
En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. Fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres. En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor.
Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Preguntó él: «¿Quién eres, Señor?»
Respondió la voz: «Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad, y allí te dirán lo que tienes que hacer.»
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías.
El Señor lo llamó en una visión: «Ananías.»
Respondió él: «Aquí estoy, Señor.»
El Señor le dijo: «Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.»
Ananías contestó: «Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre.»
El Señor le dijo: «Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre.»
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.»
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y lo bautizaron. Comió, y le volvieron las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 116,1.2
R/. Ir al mundo entero y proclamad el Evangelio
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos. R/.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,52-59):
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Viernes 19 de Abril del 2013
Queridos amigos:
Aquí interrumpimos de momento la lista de verbos de movimiento. Está bien que nos tomemos un descanso. Juan va a poner hoy el acento en una relación de pertenencia mutua e inmanencia recíproca. Cristo no es un punto de paso, como si en su caso nos halláramos ante otra manifestación más de Dios, caduca al fin y al cabo, que debiera ser trascendida cuando llegara no sé qué pleamar de los tiempos; o como si su muerte en cruz fuera no más que el destino trágico de otro profeta; o como si su sangre hablara igual que la de Abel y la de tantos otros justos del pasado o del presente. La sangre de Esteban y de los mártires que le han seguido habla bien gracias a lo bien que había hablado la sangre de Jesús.
Tampoco somos nosotros lugar de paso para él: somos estación terminal. Su amor quiere descansar en nosotros, y él quiere que nuestro amor descanse en él. No se nos invita, pues, a vivir un encuentro momentáneo y fulgurante, una experiencia transitoria, un saludo fugaz. Se nos concede permanecer en Cristo; y él promete una permanencia fiel en nosotros. Establecidos en ese amor, podemos sentirnos libres de zozobras. Él puede dar consistencia y fijeza, pero no una fijeza paralizada e inmóvil, a nuestro vivir. No debiéramos pertenecer a la vejez de los pueblos, en la que, según el poeta, el corazón está sin dueño, y el amor sin objeto.
Somos sentados a la mesa. Se nos invita a participar en un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, a comer el pan vivo, a beber la sangre de la alianza, como comensales de Dios. Caemos quizá más de una, de dos y de tres veces en la tentación de reducir nuestra vida a trabajar por él, servir a su causa, ser jornaleros en su viña, movernos azacanados de acá para allá como si el porvenir de la fe y de la Iglesia dependiera de nosotros. Alguno podrá decir incluso con P. Casaldáliga en un bello soneto: "por causa de tu Causa me destrozo...". Pero quizá olvidamos que llamó a los primeros discípulos al seguimiento no sólo para que fueran colaboradores suyos, sino para que estuvieran con él. ¿Qué tiempos reservamos para el encuentro, para la escucha, para la acogida de su amor peregrino que llama con los nudillos a la puerta de nuestro mesón? ¿Cómo celebramos las eucaristías? ¿Qué alabanzas y acción de gracias le dirigimos? ¿Le dejamos habitar en nosotros y buscamos habitar en él? ¿Sabremos vivir unificadamente la mística y la práctica, la comunión y el servicio, el encuentro y la misión, la fecundidad hacia dentro y hacia fuera, la pertenencia y el trabajo? ¿Nos daremos más cuenta de que sólo comiendo su carne y bebiendo su sangre podrá la nuestra ser una vida entregada, partida, derramada? ¿Sabremos vivir la polifonía de la vida cristiana? Si éstas son preguntas retóricas, brindo por ti, a la vez que te envidio. Y pido que Él nos enseñe y ayude; sí, Él que era experto en comunión y oración ante el Padre y cuyo alimento era hacer Su voluntad.
Vuestro amigo.
Pablo Largo, cmf
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