28 de febrero de 1976
LAS COSAS CAMBIARÁN
No pienses que el mundo esté muy cambiado de lo que era hace casi dos mil años.
Para cambiar radicalmente, deberían cambiar las
causas de los males que están precisamente en las raíces de la naturaleza humana.
El hombre puede progresar o retroceder pero no puede cambiar substancialmente; quedará siempre como un ser mortalmente
herido en su naturaleza debilitada por el pecado original, por lo que estará siempre inclinado al mal al que podrá, queriéndolo,
superar con la ayuda que le viene de lo Alto.
He aquí porqué, después de dos mil años de Cristianismo, el hombre no ha cambiado mucho. Hoy, como hace dos mil años, y con
la misma crueldad ciega, se renueva mi Pasión.
Con la misma absurda tenacidad el hombre de este siglo materialista y descreído
prefiere a Barrabás y grita: "¡Sea crucificado el Cristo!".
En la raíz encuentras siempre la misma causa: el odio de Satanás contra el Verbo de Dios, hecho Carne para la salvación de la
humanidad, el odio de Satanás contra Mí, Salvador y contra el hombre al que quiere arrastrar en su misma perdición.
Esta es la verdadera razón por la que, después de dos mil años, en las logias masónicas, en los parlamentos, en las aulas
universitarias, en las revistas, en la radio y en la televisión, en las sedes de los partidos, en los periódicos, se continúa gritando el
"Crucifigatur". ¡Sea crucificado el Cristo y viva en cambio Barrabas!
La venganza del Diablo
Satanás, congelado en su odio contra Dios desde el momento en el que se rebeló y cayó, concibió su venganza. De este odio vive,
de este odio se nutre y de este odio ha hecho la finalidad de su existencia.
Siendo superior a la naturaleza humana, puede mucho sobre ella, y se vale de esta superioridad para azuzar al hombre al mal.
He aquí, porqué hoy, como hace dos mil años, tú ves en el hombre los mismos instintos brutales de su naturaleza herida, las
mismas manifestaciones de odio en lo que a Mí respecta.
— Jesús mío, entonces ¿qué culpa tiene el hombre si un ser más fuerte que él lo empuja inexorablemente al mal?
“Hijo, no olvides que Yo he venido precisamente para esto: para restablecer en la naturaleza humana el orden tan terriblemente
turbado por el pecado original.
No olvides cómo Yo he unido a la Naturaleza divina la naturaleza humana para tener la debida satisfacción y reparación por parte
de la humanidad. El devolver a la naturaleza humana, envilecida con el pecado, su primitiva dignidad, ha exacerbado terriblemente
en Satanás la sed de odio, de envidia y de celos hacia vosotros.
Con todo esto no se puede justificar el mal que los hombres hacen, incluso bajo el impulso de Satanás, porque el hombre es libre y
la Redención ha restablecido el orden y el equilibrio turbados.
Precisamente por medio de la Redención le son proporcionados al
hombre los medios necesarios para afrontar y superar las tentaciones.
Si luego el hombre, complaciente, presta oídos a la voz del mal, lo hace no sin su responsabilidad. Si voluntariamente rechaza los
frutos de la Redención, se pone en una pendiente peligrosa por la que fácilmente resbalará, de precipicio en precipicio, hasta el
fondo del abismo.
“¡Viva Barrabás!”
Hijo, he aquí porqué hoy al Amor, esto es al Hijo de Dios que se hizo Redentor de los hombres, se le grita con rabia el
"Crucifigatur". He aquí porque se repite el "¡Viva Barrabás, muerte al Nazareno!".
— ¡Viva Barrabás!
Viva el crimen, viva la violencia hasta la exaltación de uno y de la otra.
Viva el odio, viva la prostitución y la pornografía.
Viva la prensa perversa, viva la inmoralidad exaltada a través del cine y de la televisión.
Viva Barrabás:
Viva el mal y muerte a Cristo, el Salvador.
— ¡Muerte al Amor! venido a salvar a la humanidad perdida, envilecida y esclava; venido para devolver a la humanidad libertad y
dignidad; venido para entreabrir a la humanidad horizontes de esperanza, horizontes nuevos e infinitos de salvación.
Pues bien, frente a este drama ¿cuál es el comportamiento de muchos de mis sacerdotes? Para no pocos de ellos es de neta indiferencia, para otros es de simpatía y colaboración con mis enemigos. Son los sacerdotes
marxistas, vergonzosamente suscritos a diarios ateos y materialistas.
Son mucho más numerosos de los actualmente conocidos: lo
veréis en la hora de la prueba.
Luego está la postura de los sacerdotes de oficio, que no han sabido ver en el sacerdocio, el Misterio de la Iglesia, del que son parte
esencial; en efecto ¿cómo se podría pensar en la Iglesia sin el sacerdocio, que es su espina dorsal?
¡Precisamente como en El Calvario! Muchos eran los indiferentes y los curiosos. Estaban los escribas y los fariseos, aliados e
instigados por los sacerdotes; pocos, poquísimos los buenos: la Madre, San Juan, la piadosas Mujeres, algunos discípulos y entre
estos los pastores.
El mundo, hijo, ha cambiado muy poco porque la matriz del mal es siempre la misma. Es a esta matriz del mal a la que se necesita
apuntar para limitar su potencia ofensiva, para prevenir sus movimientos y neutralizar su acción. Esto no se ha hecho por todos, y
no se ha hecho en la justa medida.
Fermento de vida
A pesar de todo, las cosas cambiarán: mi Pasión y Muerte han traído al mundo tal fermento de vida por lo cual las fuerzas del Mal
no prevalecerán.
Mi Pasión continúa en mi Cuerpo Místico. Los sufrimientos de los buenos, de los santos, de las almas víctimas han dado y darán
sus frutos.
La Tierra será bañada por la sangre de nuevos mártires que anticiparán el alba radiante de una Iglesia renacida a nueva vida, de una
Iglesia que tomará el puesto de maestra y de guía de los pueblos de todo el mundo.
Las fuerzas del Mal serán aplastadas bajo el talón de Aquella que, como ejército formado para la batalla, marcará otra espléndida
victoria para la Cruz y para la Iglesia.
La humanidad será devuelta al Padre que la ha querido bienaventurada por la eternidad.
Hijo mío, reza. Ofréceme, como siempre, todo lo que tienes, todo lo que eres.
Te bendigo, ámame.