610. Angustia
de María en el Sepulcro y unción del Cuerpo de Jesús.
19 de febrero de 1944.
1Decir
lo que experimento es inútil. Haría sólo una exposición de mi
sufrimiento; por tanto, sin valor respecto al sufrimiento que
contemplo. Lo describo, pues, sin comentarios sobre mí.
2Asisto
al acto de sepultura de Nuestro Señor.
La pequeña comitiva, bajado ya
el Calvario, encuentra en la base de éste, excavado en la roca
calcárea, el sepulcro de José de Arimatea. En él entran estos
compasivos, con el Cuerpo de Jesús.
Veo la estructura del sepulcro.
Es un espacio ganado a la piedra, situado al fondo de un huerto todo
florecido. Parece una gruta, pero se comprende que ha sido excavada
por la mano del hombre. Está la cámara sepulcral propiamente dicha,
con sus lóculos (de forma distinta de los de las catacumbas). Son
como agujeros redondos que penetran en la piedra como agujeros de una
colmena; bueno, para tener una idea. Por ahora todos están vacíos.
Se ve el ojo vacío de cada lóculo como una mancha negra en el fondo
gris de la piedra. Luego, precediendo a esta cámara sepulcral, hay
como una antecámera, en cuyo centro está la mesa de piedra para la
unción. Sobre esta mesa se coloca a Jesús en su sábana.
Entran también Juan y María.
No más personas, porque la cámara preparatoria es pequeña y, si
hubiera en ella más personas, no podrían moverse. Las otras mujeres
están junto a la puerta, o sea, junto a la abertura, porque no hay
puerta propiamente dicha.
3Los
dos portadores destapan a Jesús.
____________________
*
esa
descripción,
que corresponde sólo a la parte inicial de la "visión"
del 19 de febrero de 1944, la cual, escrita con más amplitud el 28
de marzo de 1945, continúa en el capítulo siguiente, el 611. En lo
relativo a la doble redacción, valga la nota de 587.13.
Mientras ellos, en un rincón,
encima de una especie de repisa, a la luz de dos antorchas, preparan
vendas y aromas, María se inclina sobre su Hijo y llora. Y otra vez
le seca con el velo que sigue en sus caderas. Es el único lavacro
para el Cuerpo de Jesús: este de las lágrimas maternas, las cuales,
aun siendo copiosas y abundantes sólo bastan para quitar
superficialmente y parcialmente la tierra, el sudor y la sangre de
ese Cuerpo torturado.
María no se cansa de acariciar
esos miembros helados. Y, con una delicadeza mayor que si tocara las
de un recién nacido, toma las pobres manos atormentadas, las agarra
con las suyas, besa los dedos, los extiende, trata de recomponer los
desgarros de las heridas, como para medicarlos y que duelan menos, se
lleva a las mejillas esas manos que ya no pueden acariciar, y gime,
gime invadida por su atroz dolor. Endereza y une los pobres pies, que
tan desmayados están, como mortalmente cansados de tanto camino
recorrido por nosotros. Pero estos pies se han deformado demasiado en
la cruz, especialmente el izquierdo, que está casi aplanado, como si
ya no tuviera tobillo.
Luego vuelve al cuerpo y lo
acaricia, tan frío y tan rígido, y, al ver otra vez el desgarrón
de la lanza que ahora, estando supino el Salvador en la
superficie de piedra, está totalmente abierto como una boca, y
permite ver mejor la cavidad torácica (la punta del corazón puede
verse clara entre el esternón y el arco costal izquierdo, y unos dos
centímetros por encima se ve la incisión hecha con la punta de la
lanza en el pericardio y en el cardio, de un centímetro y medio
abundante, mientras que la externa del costado derecho tiene, al
menos, siete) , al verlo otra vez, María vuelve a gritar como
en el Calvario. Tanto se contuerce, llena de dolor, llevándose las
manos a su corazón, traspasado como el de Jesús, que parece como si
la lanza la traspasara a Ella. ¡Cuántos besos en esa herida! ¡Pobre
Mamá!
Luego
vuelve a la cabeza levemente vuelta hacia atrás y muy vuelta
hacia la derecha y la endereza. Trata de cerrar los párpados,
que se obstinan en permanecer semicerrados; y la boca, que ha quedado
un poco abierta, contraída, levemente desviada hacia la derecha.
Ordena los cabellos, que ayer mismo eran tan hermosos y estaban tan
peinados y que ahora son una completa maraña apelmazada por la
sangre. Desenreda los mechones más largos, los alisa en sus dedos,
los enrolla para dar de nuevo a aquéllos la forma de los dulces
cabellos de su Jesús, tan suaves y ondeados. Y gime, gime porque se
acuerda de cuando era niño... Es el motivo fundamental de su dolor:
el
recuerdo de la infancia de Jesús, de su amor por Él, de sus
cuidados, temerosos
incluso del aire más vivo para la Criaturita divina, y el
parangón
con lo que le han hecho ahora los hombres.
4Su
lamento me hace sentirme mal. Su gesto me hace llorar y sufrir como
si una mano hurgara en mi corazón; ese gesto suyo, cuando Ella, al
no poder verle así, desnudo, rígido, encima de una piedra, gimiendo
«¿qué te han... qué te han hecho, Hijo mío?», se lo recoge todo
en sus brazos, pasándole el brazo por debajo de los hombros y
estrechándole contra su pecho con la otra mano y acunándole con el
mismo movimiento de la gruta de la Natividad.
4 de octubre de 1944.
5La
terrible angustia espiritual de María.
La Madre está en pie junto a la
piedra de la unción, y acaricia y contempla y gime y llora. La luz
temblorosa de las antorchas ilumina intermitentemente su cara y yo
veo gotazas de llanto rodar por las mejillas palidísimas de un
rostro destrozado. Oigo las palabras. Todas. Bien claras, aunque sean
susurradas a flor de labios. Verdadero coloquio del alma materna con
el alma del Hijo. Recibo la orden de escribirlas.
6«¡Pobre
Hijo! ¡Cuántas heridas!... ¡Cómo has sufrido! ¡Mira lo que te
han hecho!... ¡Qué frío estás, Hijo! Tus dedos son de hielo. ¡Y
qué inertes! Parecen rotos. Nunca, ni en el más relajado de los
sueños de tu infancia, ni en el profundo sueño de tu fatiga de
obrero, estuvieron tan inertes... ¡Y qué fríos están! ¡Pobres
manos! ¡Dáselas a tu Madre, tesoro mío, amor santo, amor mío!
¡Mira qué laceradas están! ¡Mira, mira, Juan, qué desgarro! ¡Oh,
crueles! Aquí, aquí, con tu Mamá esta mano herida, para que yo te
la medique. ¡No, no te hago daño...! Usaré besos y lágrimas, y
con el aliento y el amor te calentaré esta mano. ¡Dame una caricia,
Hijo! Tú eres de hielo, yo ardo de fiebre. Mi fiebre se verá
aliviada con tu hielo y tu hielo se suavizará con mi fiebre. ¡Una
caricia, Hijo! Hace pocas horas que no me acaricias y ya me parecen
siglos. Pasaron meses sin tus caricias y me parecieron horas porque
continuamente esperaba tu llegada, y de cada día hacía una hora, de
cada hora un minuto, para decirme que no estabas a una o más lunas
lejano de mí, sino solamente a unos pocos días, a unas pocas horas.
¿Por qué, ahora es tan largo el tiempo? ¡Ah, congoja inhumana!
Porque has muerto. ¡Te me han muerto! ¡Ya no estás en esta Tierra!
¡Ya no! ¡Cualquiera que sea el lugar a donde lance mi alma para
buscar la tuya y abrazarme a ella porque encontrarte, tenerte,
sentirte, era la vida de mi carne y de mi espíritu cualquiera
que sea el lugar en que te busque con la ola de mi amor, ya no te
encuentro, no te encuentro ya! ¡De ti no me queda sino este despojo
frío, este despojo sin alma! ¡Oh, alma de mi Jesús, oh alma de mi
Cristo, oh alma de mi Señor, ¿dónde estás?! ¿Por qué le habéis
quitado el alma a mi Hijo, hienas crueles unidas con Satanás? ¿Y
por qué no me habéis crucificado con Él? ¿Habéis tenido miedo de
un segundo delito? (La voz va tomando un tono cada vez más fuerte y
desgarrador.) ¿Y qué era matar a una pobre mujer, para vosotros que
no habéis vacilado en matar a Dios hecho Carne? ¿No habéis
cometido un segundo delito? ¿Y no es éste el más abominable, el de
dejar que una madre sobreviva a su Hijo sañosamente matado?».
7La
Madre, que con la voz había alzado la cabeza, ahora se inclina de
nuevo hacia el rostro sin vida, y vuelve a hablar bajo, sólo para
Él:
«Al menos en la tumba, aquí
dentro, habríamos estado juntos, como habríamos estado juntos en la
agonía en el madero, y juntos en el viaje de después de la muerte y
al encuentro de la Vida. Pero, si no puedo seguirte en el viaje de
después de la muerte, aquí, esperándote, sí que puedo quedarme».
Se endereza de nuevo y dice con
voz fuerte a los presentes:
«Marchaos todos. Yo me quedo.
Cerradme aquí con Él. Le esperaré. ¿Decís que no se puede? ¿Por
qué no se puede? ¿Si hubiera muerto, no estaría aquí, echada a su
lado, a la espera de ser recompuesta? Estaré a su lado, pero de
rodillas. Asistí a sus vagidos cuando, tierno y rosado, lloraba en
una noche de diciembre. A su lado estaré ahora, en esta noche del
mundo que ya no tiene a Cristo. ¡Oh, gélida noche! ¡El Amor ha
muerto! ¿Qué dices, Nicodemo? ¿Me contamino? Su Sangre no es
contaminación. Tampoco me contaminé generándole. ¡Ah, cómo
saliste Tú, Flor de mi seno, sin lacerar fibra alguna! Antes bien,
como una flor de perfumado narciso que brota del alma del
bulbo matriz y florece aunque el abrazo de la tierra no haya
ceñido la matriz; así justamente. Virgen florecer que en ti se
refleja, oh Hijo venido de abrazo celestial, nacido entre celestiales
inundaciones de esplendor».
8Ahora
la Madre acongojada vuelve a inclinarse hacia el Hijo, abstrayéndose
de cualquier otra cosa que no sea Él, y susurra quedo: «¿Tú
recuerdas, Hijo, aquella sublime vestidura de esplendores que todo
vistió mientras nacías a este mundo? ¿Recuerdas aquella beatífica
luz que el Padre mandó desde el Cielo para envolver el misterio de
tu florecer y para que te fuera menos repulsivo este mundo obscuro, a
ti que eras Luz y venías de la Luz del Padre y del Espíritu
Paráclito? ¿Y ahora?... Ahora obscuridad y frío... ¡Cuánto frío!
¡Cuánto!, ¡y me llena de temblor! Más que aquella noche de
diciembre. Entonces, el tenerte daba calor a mi corazón. Y Tú
tenías a dos amándote... Ahora... Ahora sólo yo, y moribunda
también. Pero te amaré por dos: por los que te han amado tan poco,
que te han abandonado en el momento del dolor; te amaré por los que
te han odiado. Por todo el mundo te amaré, Hijo. No sentirás el
hielo del mundo. No, no lo sentirás. Tú no abriste mis entrañas
para nacer; pero, para que no sientas el hielo, estoy dispuesta a
abrírmelas y envolverte en el abrazo de mi seno. ¿Recuerdas cómo
te amó este seno, siendo Tú una pequeña semilla palpitante?...
Sigue siendo el mismo. ¡Es mi derecho y mi deber de Madre! Es mi
deseo. Sólo la Madre puede tenerlo, puede tener hacia el Hijo un
amor tan grande como el universo».
9La
voz se ha ido elevando, y ahora con plena fuerza dice:
«Marchaos.
Yo me quedo. Volveréis dentro de tres días y saldremos juntos. ¡Oh,
volver a ver el mundo apoyada en tu brazo, Hijo mío! ¡Qué hermoso
será el mundo a la luz de tu sonrisa resucitada! ¡El mundo
estremecido al paso de su Señor! La Tierra ha temblado cuando la
muerte te ha arrancado el alma y del corazón ha salido tu espíritu.
Pero ahora temblará... ya no por horror y dolor agudo, sino con ese
estremecimiento suave por mí desconocido, pero intuido por mi
feminidad que hace vibrar a una virgen cuando, después de una
ausencia, siente la pisada del prometido que viene para las nupcias.
Más aún: la Tierra temblará con un estremecimiento santo, como el
que yo experimenté hasta mis más hondas profundidades, cuando tuve
en mí al Señor Uno y Trino, y la voluntad del Padre con el fuego
del Amor creó la semilla de que Tú viniste, oh mi Niño Santo,
Criatura mía, toda mía. ¡Toda! ¡Toda de tu Mamá!, ¡de tu
Mamá!... Todos los niños tienen padre y madre. Hasta el ilegítimo
tiene un padre y una madre. Pero Tú tuviste sólo a la Madre para
formarte la carne de rosa y azucena, para hacerte estos recamos de
venas, azules como nuestros ríos de Galilea, y estos labios de
granado, y estos cabellos de hermosura no superada por las vedijas de
oro de las cabras de nuestras colinas, y estos ojos: dos pequeños
lagos de Paraíso. No, más bien: del agua de que procede el único y
cuádruple Río del Lugar de delicias*, y consigo lleva, en sus
cuatro ramales, el oro, el ónice, el bedelio y el marfil, los
diamantes, las palmas, la miel, las rosas, y riquezas infinitas, oh
Pisón, oh Guijón, oh Tigris, oh Éufrates: camino de los ángeles
que exultan en Dios, camino de los reyes que te adoran, Esencia
conocida o desconocida, pero viviente, presente, hasta en el más
obscuro de los corazones. Sólo tu Mamá te formó esto, con su
"sí"... De música y amor te formó; de pureza y
obediencia te formé, ¡oh Alegría mía! 10¿Qué
es tu Corazón? La llama del mío, que se dividió para condensarse
en corona en torno al beso de Dios a su Virgen. Esto es este Corazón.
¡Ah!».
(Es un grito tan desgarrador que
la Magdalena y Juan se acercan a socorrerla; las otras no se atreven,
y llorando, veladas, miran de soslayo desde la abertura).
«¡Ah, te lo han partido! ¡Por
eso estás tan frío y por eso estoy tan fría yo! Ya no tienes
dentro la llama de mi corazón, ni yo puedo seguir viviendo por el
reflejo de esa llama que era mía y que te di para formarte un
corazón. ¡Aquí, aquí, aquí, en mi pecho! Antes que la muerte me
quite la vida, quiero darte calor, quiero acunarte. Te cantaba: "No
hay casa, no hay alimento, hay sólo dolor". ¡Proféticas
palabras! ¿Dolor, dolor, dolor para ti, para mí! Te cantaba:
"Duerme, duerme en mi corazón". También ahora: aquí,
aquí, aquí...».
Y, sentándose en el borde de la
piedra, le recoge tiernamente en su regazo pasándose un brazo de su
Hijo por los hombros, poniéndose la cabeza de su Hijo apoyada en un
hombro y reclinando la suya sobre ella, estrechándole contra su
pecho, acunándole, besándole, acongojada y acongojante.
11Nicodemo
y José se acercan y ponen en una especie de asiento que hay junto a
la otra parte de la piedra, vasos y vendas y la sábana limpia y un
barreño con agua, me parece, y vedijas de hilas, me parece.
María, que ve esto, pregunta
con fuerte voz: «¿Qué hacéis? ¿Qué queréis? ¿Prepararle?
¿Prepararle para qué? Dejadle en el regazo de su Madre. Si logro
darle calor, resucita antes; si logro consolar al Padre y consolarle
a Él del odio deicida, el Padre perdona antes y Él vuelve antes».
La Dolorosa está casi en estado de delirio.
«¡No, no os le doy! Una vez le
di, una vez le di al mundo, y el mundo no le ha recibido. Le ha
matado por no querer tenerle. ¡Ahora no vuelvo a darle! ¿Qué
decís? ¿Que le amáis? ¡Ya! Y entonces ¿por qué no le habéis
defendido? Habéis esperado a decir que le queríais cuando ya no
podía oíros. ¡Qué pobre el amor vuestro! Pero, si teníais tanto
miedo al mundo, que no os atrevíais a defender a un inocente, al
menos hubierais debido confiármele a mí, a la Madre, para que
defendiera al que de Ella nació. Ella sabía quién era y qué
merecía. ¡Vosotros?... Le habéis tenido como
____________________
*
Lugar de delicias,
el de Génesis
2, 8 15.
Maestro,
pero no habéis aprendido nada. ¿No es, acaso, cierto? ¿Acaso
miento? ¿Pero no veis que no creéis en su Resurrección? ¿Creéis?
No. ¿Por qué estáis ahí, preparando aromas y vendas? Porque le
consideráis un pobre muerto, hoy gélido, mañana descompuesto, y
queréis embalsamarle por esto. Dejad vuestros ungüentos. Venid a
adorar al Salvador con el corazón puro de los pastores betlemitas.
Mirad: duerme. Es sólo un hombre cansado que descansa. ¡Cuánto se
ha esforzado en la vida! ¡Cada vez más, ha ido esforzándose! ¡Y,
bueno, no digamos ya en estas últimas horas!... Ahora está
descansando. Para mí, para su Mamá, es sólo un Niño grande
cansado que duerme. ¡Bien míseros la cama y la habitación! Pero
tampoco fue hermoso su primer lecho, ni alegre su primera morada. Los
pastores adoraron al Salvador mientras dormía su sueño de Niño.
Vosotros adorad al Salvador mientras duerme su sueño de Triunfador
de Satanás. Y luego, como los pastores, id a decir al mundo:
"¡Gloria a Dios! ¡El Pecado ha muerto! ¡Satanás ha sido
vencido! ¡Paz en la Tierra y en el Cielo entre Dios y el hombre!".
Preparad los caminos de su regreso. Yo os envío. Yo, a quien la
Maternidad hace Sacerdotisa del rito. Id. Yo he dicho que no quiero.
Yo he lavado con mi llanto. Y es suficiente. Lo demás no hace falta.
Y no os penséis que le vais a poner esas cosas. Más fácil le será
resucitar si está libre de esas fúnebres, inútiles vendas. ¿Por
qué me miras así, José? ¿Y tú por qué, Nicodemo? ¿Pero es que
el horror de hoy os ha entontecido?, ¿os ha hecho perder la memoria?
¿No recordáis? "A esta generación malvada y adúltera, que
busca un signo, no le será dada sino la señal de Jonás... Así, el
Hijo del hombre estará tres
días y tres noches en
el corazón de la Tierra". ¿No lo recordáis? "El Hijo del
hombre está para ser entregado en manos de los hombres, que lo
matarán, pero al
tercer día resucitará".
¿No
os acordáis? "Destruid este Templo del Dios verdadero y en
tres
días Yo
le
resucitaré. ¡El Templo era su Cuerpo, oh hombres! ¿Meneas la
cabeza? ¿Es compasión hacia mí? ¿Me crees una demente? Pero
bueno, ¿ha resucitado a muertos y no va a poder resucitarse a sí
mismo? 12¿Juan?».
«¡Madre!».
«Sí, llámame "madre".
¡No puedo vivir pensando que no seré llamada así! Juan, tú
estabas presente cuando resucitó a la hijita de Jairo y al jovencito
de Naím. ¿Estaban bien muertos, no? ¿No era sólo un profundo
sopor? Responde».
«Estaban muertos. La niña,
desde hacía dos horas; el jovencito, desde hacía un día y medio».
«¿Y dio la orden y ellos se
alzaron?».
«Dio la orden y ellos se
alzaron».
«¿Habéis oído? Vosotros dos:
¿habéis oído? ¿Por qué meneáis la cabeza? ¡Ah, quizás lo que
estáis insinuando es que la vida vuelve antes a uno que es inocente
y joven! ¡Pues mi Niño es el Inocente! Y es el Siempre Joven. ¡Es
Dios mi Hijo!...». La Madre mira con ojos acongojados a los dos
preparadores, quienes, desalentados pero inexorables, disponen los
rollos de las vendas empapadas ya en los perfumes.
María da dos pasos ha
dejado a su Hijo sobre la piedra con la delicadeza de quien pone en
la cuna a un recién nacido , da dos pasos, se inclina al pie
del lecho fúnebre, donde, de rodillas, llora la Magdalena; y la
aferra por un hombro, la zarandea, la llama: «María. Responde.
Éstos piensan que Jesús no podrá resucitar porque es un hombre y,
ha muerto a causa de heridas. Pero ¿tu hermano no es mayor que Él?».
«Sí».
«¿No estaba llagado por
entero?».
«Sí».
«¿No se corrompía ya antes de
descender al sepulcro?».
«Sí».
«¿Y no resucitó después de
cuatro días de asfixia y putrefacción?».
«Sí».
«¿Entonces?».
13Silencio
grave y largo. Luego un grito inhumano. María vacila mientras se
lleva una mano al corazón. La sujetan. Pero Ella los rechaza. Parece
rechazar a estos compasivos; en realidad rechaza lo que sólo Ella
ve. Y grita: «¡Atrás! ¡Atrás, cruel! ¡No esta
venganza! ¡Calla! ¡No quiero oírte! ¡Calla! ¡Ah, me muerde el
corazón!».
«¿Quién, Madre?».
«¡Oh, Juan! ¡Es Satanás!
Satanás, que dice: "No resucitará. Ningún profeta lo ha
dicho". ¡Oh, Dios Altísimo! ¡Ayudadme todos, espíritus
buenos, y vosotros, hombres compasivos! ¡Mi razón vacila! No
recuerdo nada. ¿Qué dicen los profetas? ¿Qué dice el salmo? ¡Oh,
¿quién me repite los pasos que hablan de Jesús?!».
Es la Magdalena la que con su
voz de órgano dice el salmo davídico sobre la Pasión del Mesías.
La Madre llora más fuerte,
sujetada por Juan, y el llanto cae sobre el Hijo muerto, que resulta
todo mojado de lágrimas. María ve esto, y le seca, y dice en voz
baja: «¡Tanto llanto! Y, cuando tenías tanta sed, ni siquiera una
lágrima te he podido dar. Y ahora... ¡te mojo entero! Pareces un
arbusto bajo un pesado rocío. Aquí, que tu Madre te seca. ¡Hijo!
¡Tanta amargura has experimentado! ¡No caiga ahora el amargor y la
sal del llanto materno en tu labio herido!...».
Luego llama fuerte: «María.
David no habla... ¿Sabes Isaías? Di sus palabras...».
La Magdalena dice el fragmento
sobre la Pasión y termina con un sollozo: «...entregó su vida a la
muerte y fue contado entre los malhechores; Él, que quitó los
pecados del mundo y oró por los pecadores».
«¡Calla! ¡Muerte no! ¡No
entregado a la muerte! ¡No! ¡No! ¡Oh, vuestra falta de fe,
aliándose con la tentación de Satanás, me pone la duda en el
corazón! ¿Y yo no voy a creerte, Hijo? ¿No voy a creer en tu santa
palabra? ¡Díselo a mi alma! Habla. Desde las lejanas regiones a
donde has ido a liberar a los que esperaban tu llegada, lanza tu voz
de alma a mi alma hacia ti abierta; a mi alma, que está aquí,
abierta toda a recibir tu voz. ¡Dile a tu Madre que vuelves! Di: "A1
tercer día resucitaré". ¡Te lo suplico, Hijo y Dios! Ayúdame
a proteger mi fe. Satanás la aprisiona entre sus roscas para
estrangularla. Satanás ha separado su boca de serpiente de la carne
del hombre porque Tú le has arrebatado esta presa, pero ahora ha
hincado el garfio de sus dientes venenosos en la carne de mi corazón
y me paraliza sus latidos y me quita su fuerza y su calor. ¡Dios!
¡Dios! ¡Dios! ¡No permitas que desconfíe! ¡No dejes que la duda
me hiele! ¡No des a Satanás la libertad de llevarme a la
desesperación! ¡Hijo! ¡Hijo! Ponme la mano en el corazón: alejará
a Satanás. Ponme la mano sobre la cabeza: le devolverá la luz.
Santifica con una caricia mis labios y se fortalezcan para decir:
"Creo" incluso contra todo un mundo que no cree. ¡Oh, qué
dolor es no creer! ¡Padre! Mucho hay que perdonar a quien no cree.
Porque cuando ya no se cree... cuando ya no se cree... todo horror se
hace fácil. Yo te lo digo... yo que experimento esta tortura.
¡Padre, piedad de los que no tienen fe! ¡Dales, Padre santo, dales,
por esta Hostia consumada y por mí, hostia que aún se consuma, da
tu Fe a los que carecen de fe!».
14Un
rato largo de silencio.
Nicodemo y José hacen un gesto
a Juan y a la Magdalena.
«Ven, Madre». Es la Magdalena
la que habla tratando de separar a María de su Hijo y de desligar
los dedos de Jesús entrelazados con los de María, que los besa
llorando.
La
Madre se yergue. Su aspecto es solemne. Extiende por última vez los
pobres dedos exangües, coloca la mano inerte junto al Cuerpo. Luego
baja los brazos y, bien erguida, con la cabeza levemente hacia
arriba, ora y ofrece. No se oye una sola palabra, pero se comprende
que ora, por todo el aspecto. Es verdaderamente la Sacerdotisa ante
el altar, la Sacerdotisa en el instante de la ofrenda. «Offerimus*
praeclarae majestati tuae de tuis donis, ac datis, hostiam puram,
hostiam sanctam, hostiam immaculatam...».
Luego
se vuelve: «De acuerdo, hacedlo. Pero
resucitará.
En vano desconfiáis de mi razón, en vano estáis ciegos a la verdad
que Él os dijo. En vano trata Satanás de tender asechanzas a mi
fe. Para redimir al mundo falta también la tortura infligida a mi
corazón por Satanás derrotado. La sufro y la ofrezco por los que
han de venir. ¡Adiós, Hijo! ¡Adiós, Criatura mía! ¡Adiós, Niño
mío! ¡Adiós... Adiós... Santo... Bueno... Amadísimo y digno de
amor... Hermosura... Gozo... Fuente de salvación... Adiós... En tus
ojos... en tus labios... en tu pelo de oro... en tus helados
miembros... en tu corazón traspasado... ¡oh, en tu corazón
traspasado!... mi beso... mi beso... mi beso... Adiós... Adiós...
¡Señor! ¡Piedad de mí!».
[19 de febrero de 1944]
15Los
dos preparadores han terminado de disponer las vendas.
Vienen a la mesa y despojan a
Jesús incluso de su velo. Pasan una esponja me parece; o un
ovillo de lino por los miembros (es una muy apresurada
preparación de los miembros, que gotean por mil partes).
______________________
*
Oferimus...:
ofrecemos a tu superna majestad las cosas que tú mismo nos has dado,
esto es, el sacrificio puro, santo e inmaculado... (del
Misal Romano).
Luego untan de ungüentos todo
el Cuerpo, que queda literalmente tapado bajo una costra de pomada.
Lo primero, le han alzado. Han limpiado la mesa de piedra. En ésta
han puesto la sábana, que cae por más de su mitad por la cabecera
del lecho. Han colocado el Cuerpo apoyado sobre el pecho y han untado
todo el dorso, los muslos, las piernas, toda la parte posterior.
Luego le han dado la vuelta delicadamente, poniendo atención en que
no se desprendiera la pomada de perfumes. Le han ungido también por
la parte anterior: primero el tronco; luego los miembros (primero los
pies; lo último, las manos, que han unido encima del bajo vientre).
La mixtura de ungüentos debe
ser pegajosa, como goma, porque veo que las manos han quedado
estables, mientras que antes siempre resbalaban por su peso de
miembros muertos. Los pies, no: conservan su posición: uno más
derecho, el otro más echado.
Por último, la cabeza: la
habían untado esmeradamente (de forma que sus rasgos desaparecen
bajo el estrato de ungüento), después, para mantener cerrada la
boca, la han atado con la venda que faja el mentón.
María ahora gime más fuerte.
Alzan la sábana por el lado que
recaía y la pliegan sobre Jesús, que desaparece bajo su grueso
lienzo. Jesús no es ahora sino una forma cubierta por un lienzo.
José comprueba que todo está
bien y todavía coloca sobre el rostro un sudario de lino; y otros
paños, semejantes a cortas y anchas tiras rectangulares, de derecha
a izquierda, sobre el Cuerpo, que sujetan la sábana bien adherida:
no es el típico vendaje que se ve en las momias, tampoco el que se
ve en la resurrección de Lázaro: es un vendaje en embrión.
Jesús ha quedado anulado. Hasta
la forma se difumina bajo los paños. Parece un alargado montón de
tela, más estrecho en los extremos y más ancho en el centro,
apoyado sobre el gris de la piedra. María llora más fuerte.
4 de octubre de 1944.
16Dice
Jesús:
«Y
la tortura continuó con asaltos periódicos hasta el alba del
Domingo. Yo tuve, en la Pasión, una
sola tentación.
Pero la Madre, la Mujer, expió por la mujer, culpable de todos los
males, repetidas veces. Y Satanás agredió a la Vencedora con
centuplicada saña.
María
le había vencido, y Ella recibió la más atroz de las tentaciones.
Tentación a la carne de la Madre. Tentación al corazón de la
Madre. Tentación al espíritu de la Madre. El mundo cree que la
Redención tuvo fin con mi último respiro. No. La coronó la Madre,
añadiendo su triple tortura para redimir la triple concupiscencia,
luchando durante tres días contra Satanás, que quería llevarla a
negar mi Palabra y a no creer en mi Resurrección. Maria
fue la única que siguió creyendo. Grande
y bienaventurada es también por esta fe.
Has conocido también esto.
Tormento que es eco del tormento de mi Getsemaní. El mundo no
comprenderá esta página. Pero "los que están en el mundo sin
ser del mundo" la comprenderán, y verán aumentado su amor
hacia la Madre Dolorosa. Por esto la he dado.
Ve en paz con nuestra bendición».
El
QUE ESCUCHA MI PALABRA Y LA PONE EN PRÁCTICA EN SU VIDA, ES COMO EL
CONSTRUCTOR QUE HACE SU CASA SOBRE ROCA.
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