Queridos hermanos:
Muchos de los refranes que el evangelio acaba de ofrecernos los hemos dicho nosotros quizá repetidas veces. ¿No hemos justificado ciertos males diciendo que “el que la hace la paga”? ¿No hemos dicho más de una vez, para explicar ciertos enriquecimientos, que “dinero llama dinero” o que “al que tiene se le dará”?
Jesús se inculturó plenamente en su pueblo y usó los mismos aforismos que sus contemporáneos. Lástima que, en muchos casos, no sepamos a quién o por qué dijo tal o cual refrán, y, por tanto, qué sentido quiso darle. Es incluso posible que los haya dicho más de una vez y con sentido diferente, según oyentes y circunstancias. De hecho, algunos de esos refranes los encontramos en los evangelios situados en contextos muy diferentes, como ilustración de enseñanzas muy diversas. El dicho de “lo oculto acaba manifestándose” lo usa Marcos para indicar que Jesús aclara las parábolas a sus discípulos, mientras que en Lucas significa que es inútil el esfuerzo de los hipócritas por fingir o disimular, pues la verdad acabará sabiéndose (cf. Lc 12,2); Mateo, por su parte, lo utiliza para exhortar a los discípulos a la predicación a pesar de las persecuciones (cf. Mt 10,26).
El fragmento evangélico que hemos leído hoy es una combinación de cuatro refranes, de los cuales, si no sabemos exactamente qué significaron en boca de Jesús, sí que captamos el sentido que les da el evangelista; lo descubrimos por el contexto en que los incluye. En el fragmento que leímos ayer vimos cómo Jesús explicaba a los discípulos la parábola del sembrador: allí la luz no quede oculta, sino que se comunica, alumbra. Y quienes han recibido esa luz deben todavía transmitirla a otras personas… Es la propagación misionera y catequética de la palabra de Jesús, que la iglesia no debe reservarse para sí. ¡Qué oportuna es aquí la invitación del papa Francisco a “salir”, a regalar luz a los de fuera!
Todo creyente está llamado a crecer en la comprensión de la Palabra (Mt 15,15: “explícanos la parábola”), y, una vez que la ha comprendido, a regalarla a los demás; la luz no debe taparse con un cajón. Jesús, el primero de los catequistas y misioneros, quiere que su acción sea prolongada por nosotros.
La correspondencia de medidas nos habla de una cierta ley de la retribución. A los discípulos de Jesús, por estar abiertos a él, se les comunica el misterio del Reino; son “los que tienen”, y a ellos se les da todavía más; tienen receptividad, “apertura”, y a ellos se les “descorre el velo” de los secretos del Reino de Dios. En cambio, a quienes de entrada está cerrados o endurecidos, como consecuencia de esa cerrazón o escepticismo, todo les resulta un enigma: no llegan a entender de qué va lo de Jesús; ¡hasta lo poco que sabían se les va a olvidar!
En conjunto hay una advertencia y una promesa. Advertencia: cuidado con actitudes autosuficientes, escépticas, o hipercríticas; nos empobrecerán. Promesa: tenemos posibilidades de crecer en la comprensión de lo divino; cuanta más hambre tengamos de ello, más alimento se nos dará. La sabiduría dice de sí misma: “los que de mí comen tienen más hambre de mí, y más sed de mí los que de mí beben” (Eclesiástico 24,21). Y la penetración en los misterios de la fe nunca concluye, pues, como decía San Juan de la Cruz, “hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que por más que los santos doctores y las almas santas ahonden, nunca les hallan fin ni término”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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