22 de enero de 1976.
EL SABOR DE LO DIVINO
Muchas veces he hablado de la actual crisis de fe de la que está infestada Mi Iglesia; es un mal del que está contagiada toda la
humanidad entera.
La tierra se está transformando cada vez más en un árido desierto, en el que no faltan, aquí y allá, oasis sosegados que mantienen
circulante en mi Cuerpo Místico la vida divina de la Gracia.
Sí, hijo mío, Si en un cuerpo todos los miembros estuvieran muertos, no tendríamos un cuerpo vivo, sino un cadáver en
putrefacción.
La Iglesia no podrá nunca morir ni volverse árida totalmente. Esto está garantizado por mis palabras explícitas; nadie
puede dudarlo.
38 Muchacho gravemente disminuido en el físico y dotado de dones sobrenaturales.
Está garantizado todavía por la presencia del Espíritu Santo; también hoy, entre la suciedad de los cadáveres que la recubren, no
faltan las almas buenas, verdaderamente santas, a las que va el reconocimiento de contribuir a la circulación de la vida divina.
Hace algunos días te he hablado de los sacerdotes del Movimiento Mariano, milicia elegida, querida por mi Corazón
Misericordioso y por el Corazón Inmaculado de mi Madre, para sostén y defensa de mi Iglesia, de mi Vicario en la tierra, hecho
blanco de tantos dardos.
Es milicia querida, bendecida y guiada por Mi Madre para preparar, con la lucha a la descarada y
desvergonzada tiranía de Satanás, la hora grande de la liberación, la hora grande de la Reina de las Victorias.
La nueva primavera
Entre estos sacerdotes, está X. Me es querido por su deseo de perfección, y también por su amor por aquella Obra maravillosa que
el mundo ignora, que los soberbios rechazan y que los humildes aman: el “Poema del Hombre-Dios”.
Es obra querida por la Sabiduría y Providencia divinas para los tiempos nuevos; es fuente de agua viva y pura.
Soy Yo, la Palabra viviente y eterna, que me he dado nuevamente en alimento a las almas que amo. Yo soy Luz, y la luz no se
confunde y mucho menos se funde con las tinieblas.
Donde Yo entro, las tinieblas se disuelven para dar lugar a la luz.
Donde no hay vida hay muerte, y la muerte es podredumbre.
Hay una podredumbre espiritual no menos nauseabunda que la
putrefacción orgánica de los cuerpos en descomposición. Yo, verdad y vida, agua viva y luz del mundo, ¿cómo podría morar en
almas corrompidas por las concupiscencias de la carne y del espíritu?
También esto, hijo, prueba que quien no ha sentido en el "Poema" el sabor de lo divino, el perfume de lo sobrenatural, tiene el alma
obstruida y oscurecida.
Hay obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que una vez más todavía alegan esa prudencia, para ellos causa de tantas
imprudencias. Se refugian dentro, y no saben que están dentro del fortín del demonio. La prudencia es virtud, y la virtud no tiene
náusea de lo Divino.
Hijo mío, ¡qué bajo hemos llegado! Que sepa Don X.. que cada vez que ha releído el "Poema del Hombre-Dios" me ha dado
alegría por todos aquellos que me han negado esa alegría.
Que no tema nada, si hay quien se niega a comprenderlo.
Sed conscientes de que el bien nuestro es muy diferente de el del mundo.
El amor que nosotros llevamos a las almas está siempre
unido al sufrimiento: es ley.
El sufrimiento es el medio no sólo útil sino necesario para la transformación, para la purificación y divinización del alma.
Hijo, ¡cuánto se necesita rezar, mortificarse y reparar por uno mismo y por los hermanos!
Si la hora de la purificación ha sonado, también los retoños vigorosos que anuncian la nueva primavera ya han despuntado.
¡Animo, Yo y mi Madre estamos con vosotros!
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