¡Dadles vosotros de comer!
El cansancio vital que expresa Moisés en su queja ante Dios es un sentimiento que, de un modo u otro, lo hemos sentido todos. Pueden ser cargas familiares o profesionales, problemas o agobios de lo más variados que nos abruman, y hacen que brote del fondo de nuestro ser un amargo lamento. Es el peso de la responsabilidad, que, en ocasiones, nos gustaría, sencillamente, quitarnos de encima. Tanto más deseamos librarnos de este fardo, cuando el sentimiento que nos abruma procede de la preocupación por problemas ajenos. Así, al contemplar el espectáculo del mal en el mundo, pero no en abstracto, sino en el rostro de los millones de seres humanos que padecen de formas atroces, en la mayoría de los casos, sin culpa propia, nos sentimos afectados, pero también impotentes, y la tentación es mirar hacia otro lado, decirnos que nada podemos hacer, que bastante tenemos con nuestros propios problemas. Es la situación en que se encuentran los discípulos ante la masa en descampado y hambrienta. Con no poco sentido común, apelan a la autoridad de Jesús para que los despache y que ellos mismos se busquen la vida. Pero, he aquí que Jesús les lanza un desafío imposible: “dadles vosotros de comer”. Es importante caer en la cuenta de que no les dice: “no os preocupéis, ya les doy de comer yo”, sino que les reta a que sean ellos los que respondan a esa necesidad, que claramente supera sus fuerzas. La necesidad es grande, y los recursos bien escasos: cinco panes y dos peces. Pero, siguiendo la indicación del Maestro, eso poco, con lo que, tal vez, habrían podido remediar su propia necesidad, lo ponen a disposición de Jesús. Posiblemente, esa es la clave para responder a muchos problemas que parecen excedernos: compartir para repartir, renunciar al propio egoísmo, ser capaces de posponer los propios intereses, por más legítimos y perentorios que nos parezcan, tener la generosidad de compartir eso poco que tenemos, poniéndolo a disposición de Cristo. En su amor, los bienes compartidos se multiplican, y sucede el milagro de que alcanza para todos y aún sobra. Y ¿cómo vencer nuestro egoísmo, incluso la natural preocupación prioritaria por las propias necesidades? Escuchando la palabra de Jesús. Posiblemente, si tuviéramos el coraje de escuchar sin excusas las llamadas desafiantes de Cristo, y la generosidad de renunciar a parte de lo nuestro, cambiaría la faz de la tierra.
Cordialmente
José María Vegas cmf
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