Queridos amigos:
La lectura continua del evangelio nos presenta hoy la enseñanza de Jesús en favor de la familia y, más en concreto, cómo ayudar a una feliz convivencia en el matrimonio. Las discusiones en torno al divorcio son más viejas que el evangelio. Ante la pregunta: «¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?», Jesús va más allá de la discusión de los fariseos, e incluso rebasa la ley de Moisés, situando el problema de la pareja al nivel del designio de Dios cuando creó la pareja humana y los unió. Según este designio, se trata de una unión muy profunda y es para siempre.
Jesús vivía en una sociedad dominada por los hombres, una mujer repudiada debía regresar a la casa de su padre llevando consigo el deshonor que afectaría a toda su familia de origen. La amenaza de divorcio era un arma implacable para asegurar la sumisión de la mujer a su marido. En este contexto, las palabras de Jesús son tremendamente liberadoras para la mujer. La prohibición del divorcio es, eminentemente, una defensa de la mujer y una recuperación del designio de Dios establecido desde el principio de la creación del género humano.
Los discípulos se sorprenden ante la exigencia de compromiso indisoluble en el matrimonio. Jesús no retira lo dicho, sino que da un paso más, proponiendo otra situación que tendrá cabida en la comunidad cristiana: el celibato voluntario. El celibato cristiano es comprensible únicamente desde el misterio del reino de Dios y el ejemplo del mismo Jesús. Por eso añade: “El que pueda con esto, que lo haga”.
En la liturgia recordamos hoy a San Maximiliano Kolbe, Mártir. Murió en 1941 en la Segunda Guerra Mundial. Había sido llevado por los nazis al terrorífico campo de concentración de Auschwitz. El padre Kolbe se ofreció para reemplazar al compañero que había sido señalado para morir de hambre.
El oficial le pregunta: “¿Y por qué quieres reemplazarle?”
- “Es que él tiene esposa e hijos que lo necesitan. En cambio yo soy soltero y solo, y nadie me necesita”.
El oficial duda un momento y enseguida responde: “Aceptado”.
Y el prisionero Kolbe es llevado con sus otros 9 compañeros a morir de hambre en un subterráneo. Aquellos tenebrosos días son de angustias y agonías continuas.
El santo sacerdote anima a los demás y reza con ellos. Poco a poco van muriendo. Y al final después de bastantes días, solamente queda él con vida. Por fin, el 14 de agosto le ponen una inyección de cianuro y lo matan.
Quiera Dios que también nosotros seamos capaces de sacrificarnos como Cristo y Maximiliano por el bien de los demás.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
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