Queridos hermanos:
Decía una vieja canción: “Todos queremos más y más y más y mucho más”, pero sobre todo, queremos ser más que los demás. En este clima social que nos invita a ser los primeros en todo, la sociedad de bienestar o mal-estar, nos ofrece demasiadas cosas y en abundancia, pero nada nos parece bastante. Nos cansamos enseguida, menospreciamos lo que tenemos y suspiramos por lo que no tenemos. Lo resume bastante bien la segunda lectura de hoy, la carta del apóstol Santiago: “¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis y no podéis tener; y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo; así que lucháis y peleáis”.
Mientras van de camino, Jesús sigue recordando cómo el domingo pasado: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará”. “Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle”. Está claro, mientras Él habla de su muerte, ellos discuten sobre quién es el más importante. Mientras en las celebraciones hablamos del amor al prójimo, en la calle recelamos de los inmigrantes y no sentimos vergüenza como europeos, ante el éxodo Sirio. Nuestro ámbito de confort, como se dice ahora, produce una ceguera crónica, una alteración de la conciencia, que nos incapacita para comprender otras alternativas y una mudez para proclamar otros valores. La separación fe-vida sigue siendo el drama de nuestro tiempo.
El centro de este evangelio es el servicio: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” y cuantas veces queremos ser iguales. Somos y estamos con los últimos, los pequeños, por lo tanto no vestimos, vivimos, consumimos, celebramos, como los primeros. Lo importante no es ser más que nadie, sino servir como nadie, lo que cuenta no es subir, sino bajar, a cuantos cristianos y eclesiásticos nos sería imprescindible recordar esto. La ambición es una actitud que debería ser desterrada de la fe, lo mismo que el poder; el servicio no da más honor, ni prestigio, ni lucro. Servir es acoger a los más pequeños, “los niños”, es estar del lado de los últimos que son los preferidos, no importa que nosotros no seamos los primeros en el Reino, lo importante es que podamos ser los primeros en servir a nuestros hermanos más necesitados.
Así es Dios; no es como nos lo imaginamos, a nuestra manera, el más grande, el más poderoso. Eso son modos de pensar de los hombres que no de Dios: Quien pudiendo servir domina, ése es de este mundo, y quien pudiendo dominar sirve, ése es de Cristo. La grandeza de Dios consiste en que es dador de vida para todo el mundo. Y ésa es la verdadera grandeza de Jesús, que se puso al servicio de todos, ocupando el último puesto, en la cruz, lavando los pies, hasta dar la vida. De manera que lo verdaderamente importante es el otro, no yo, los otros, no nosotros, todos, no sólo algunos, ni siquiera la mayoría, has oído bien todos, incluso esos que puedes estar pensando. Porque lo que importa y lo que debe contar, es la salvación del mundo, lo que hacemos para que este mundo ya sea un hogar donde tengamos sitio y cariño todos sin excepción.
Tenemos de todo y ya no nos cabe nada, queremos tener más que los demás, más dinero, más fama, el poder y disfrutar se están convirtiendo en horizonte y meta de muchas vidas. Pero lo importante es servir, no el puesto, en hacerse servidor de los otros, radica el señorío y el gozo. Grande es aquel que, en actitud de servicio, se interesa por el bien del prójimo. Toda una lección para nosotros ser los últimos en los honores y los primeros en el servicio. “¿De qué discutíais por el camino?”, de qué hablamos y discutimos en nuestras comunidades y parroquias: “El que acoge a un niño, (pequeño, pobre, necesitado…),como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. ¿De esto hablamos?, pues entonces, somos fieles a las consignas y palabras del Evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario