La liturgia de hoy celebra la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. Y la tradición de la Iglesia, para celebrarlo, no ha elegido pasajes evangélicos de misión o de éxito pastoral en el envío… Esta vez, celebramos la vocación. Es como celebrar la raíz; todo lo demás -flores, frutos, tronco…- se pierde sin la raíz, sin la vocación. Todo lo visible se pierde si no es fuerte lo que no se ve, lo enterrado, lo que ha ido creciendo bajo tierra.
Celebrar hoy a San Mateo contemplando la Palabra es celebrar cada uno de nosotros, que somos tronco, flores y fruto, pero sobre todo, somos raíz, semilla enraizada y creciendo en lo oculto. Y desde aquí dejar que resuenen las palabras de Pablo a los Efesios: “os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados… A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo … hasta que lleguemos todos al ser humano pleno (no perfecto), a la medida de Cristo en su plenitud”
Cuidar la raíz de nuestra vida, nuestra vocación, es ser coherentes con ella en lo cotidiano y tener como horizonte ir creciendo cada día un poco más, no para ser perfectos (¡¡no!!, es imposible y además el texto bíblico griego no habla de perfección sino de plenitud o “completarse”) sino para ser como Cristo, que es la medida con la que fuimos creados.
¿Acaso no hemos planteado tantas veces la vocación y el proceso espiritual y humano como una llamada a la perfección? ¿Acaso no nos ha hecho tanto daño a veces?
El cuadro de
“La vocación de San Mateo” de Caravaggio tiene, para mí, el don de despertar todo esto en una sola imagen. Congela la escena y sus claros y oscuros, ¡como la vida misma! Y es allí, en medio de la vida, donde Jesús se acerca y pone luz y te llama a seguirle. Y Mateo se levantó y le siguió, dice el Evangelio. Pero no me cabe duda que a lo largo de su vida volvió a “sentarse” ya escuchar la llamada y a levantarse de nuevo y a seguirle y a dudar y a tropezar…
“Porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”.
Que el Señor nos ayude a no tener miedo de crecer, de avanzar, de dudar, de enfermar, de sanar… de la luz y de la sombra. Porque todo forma parte del “cuadro” de la vida y lo realmente decisivo es que Jesús y su llamada formen parte de la escena. Eso nos salva. Eso nos sana… hasta la raíz.
Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz, misionera claretiana
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