21/09/2015 - La firma
Solzhenitsyn, testigo de la gran convulsión que produjo el comunismo, afirmó que el rasgo principal del siglo XX era que “los hombres se han olvidado de Dios”
Francisco Rodríguez Barragán
Estamos viviendo tiempos de confusión y zozobra, se esperaba un tiempo de paz y estamos en conflicto permanente, creímos en el estado de bienestar y resulta que no es sostenible, pensamos que la democracia era la solución para todo y parece que el país puede resultar ingobernable con los nuevos políticos elegidos muy democráticamente. El estado de las autonomías que consagró la Constitución del 78 está provocando más problemas que los que esperaba solucionar.
Formar parte de la Comunidad Europea era el sueño de los demócratas que vivíamos en la España de Franco, pero esta Comunidad no nos resuelve todos nuestros problemas y nos crea otros. En un mundo globalizado pero con terribles diferencias qué papel tiene que jugar Europa y cómo se pueden conseguir acuerdos ante los nuevos retos: ¿refugiados o invasores?
La avalancha de pueblos que desde hace tiempo están llegando a Europa y que ahora se desborda incontenible ¿dará lugar a una convivencia pacífica o conflictiva?
España y toda Europa están envejeciendo a gran velocidad, dedicados a promocionar nuevos valores como la ideología de género, el matrimonio homosexual, una sexualidad libre y variada y el aborto. Al mismo tiempo se van eliminando las raíces cristianas que compartíamos, dejándolas cada vez más vacías y faltas de influencia y contenido.
Solzhenitsyn, testigo de la gran convulsión que produjo el comunismo, cuando en 1983 recibió el Premio Templeton, comenzó recordando que sus mayores repetían: “los hombres se han olvidado de Dios, esa es la causa de todo” y que el rasgo principal del siglo XX era precisamente: “los hombres se han olvidado de Dios”.
Si Dios no existe, si nos resulta innecesario, si lo creemos una antigualla de la que hay que deshacerse, entonces el hombre se siente liberado y capaz de organizarlo todo según su capricho, ¡y así nos va!
La dualidad hombre y mujer establecida desde el principio la hemos alterado bajo fórmulas sibilinas e ideología de género. La unión de un hombre y una mujer para constituir una familia y transmitir la vida y los valores que la sustentan, se está destruyendo con uniones confusas y temporales, niños de encargo, vientres de alquiler, trivialización del aborto, caos y confusión y grandes intereses en juego.
El hombre quiere decidir sobre el inicio de la vida y sobre quién debe ser eliminado en el vientre materno o en la cama del moribundo. Aplicar la eutanasia puede llegar a ser una práctica aceptada a poco que nos descuidemos.
Por muchas organizaciones internacionales, conferencias y propaganda no hemos conseguido una más justa distribución de la riqueza, ni establecer una paz duradera, ni conseguir un acercamiento de pueblos y culturas. Bajo las más edulcoradas palabras impera el egoísmo de los más fuertes y continúa la esclavitud, la explotación y la violencia.
Impulsado por una soberbia demoniaca el hombre quiere hasta decidir sobre la Tierra, un planeta que recibió hecho, y se dedica a propagar infundios tales como el peligro de la superpoblación para justificar, también bajo eufemismos, la anticoncepción y el aborto, que se está recalentando, que se está enfriando, que avanza el desierto, o que estamos disminuyendo la capa de ozono.
Puede leerse con provecho lo que decía San Pablo a los Romanos (1, 10-32) sobre lo que ocurre cuando el hombre no quiere saber nada de Dios.
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