Querido amigo/a:
¡Eres un jardín! Eres bello/a, hermoso/a, porque existe un “jardinero” que te cuida con cariño, con mimo, con amor. Tienes una buena tierra que ha sido limpiada, abonada y regada por este experto cuidador. En ti crecen las más bellas flores, originales, irrepetibles, que no crecen en ninguna otra tierra. La belleza que nace en ti es única en el universo. Si estas flores se marchitaran se extinguiría una especie. En ti ha sido sembrada una semilla que no debe pudrirse ni desaparecer, sino que tiene que seguir dando fruto para embellecer este mundo.
En este jardín que eres también hay zarzas, piedras y mala tierra. No las puedes quitar de ti por completo, pero con la ayuda del jardinero, puedes vigilarlas para que no crezcan y terminen por estropear lo más bello que hay en ti, como hace el desierto cuando avanza imparable con su poder destructivo. Porque lo más bello que hay en ti es la semilla plantada por el jardinero que ha conseguido germinar, crecer y dar fruto. No te preocupes tanto por los cardos y malas hierbas que hay en tu jardín. Preocúpate, como aconseja San Pablo hoy a Tito, de conservar lo que Dios ha plantado en tu corazón: te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Cuando el jardinero consigue hacer germinar la semilla en mi jardín, dicha semilla es el mandamiento que queda grabado a fuego en mi corazón; es la Palabra que he hecho mía y que ya ha dado fruto y embellece mi vida y la de los que me rodean.
El jardinero te seguirá cuidando, tratará de sembrar más semillas en tu tierra para que sigan germinando las más bellas flores, no se cansará de intentarlo. Déjate cuidar por Él, ábrete a su amor, como hizo la Virgen María, ¿o acaso no fue bello su fruto?
Vuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf.
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