“REVELACIONES REFERIDAS A LOS MISTERIOS GOZOSOS” “LA ANUNCIACION A LA SMA,
VIRGEN”
Santa dei
genitrix, ora pro nobis.
El 25 de Marzo, poco después de su
Desponsorio, vi a la Virgen en casa de José en Nazaret; él había salido con dos
asnos, pienso que para traer algo que habría heredado o para conducir los
instrumentos de su oficio. Me pareció
que todavía estaba en viaje. Además de
la santa Virgen y de dos niñas que,
según creo, habían sido sus compañeras en el templo, estaban en la casa también
Santa Ana y una prima suya que la servía
y que más tarde la acompañó a Belén, después del nacimiento de Jesús. Santa Ana había renovado casi todo en la
casa. Vi a las cuatro mujeres ir y venir
en el interior y pasearse después juntas en el patio. En la noche las vi entrar y rezar de pié en
torno de una mesita redonda y enseguida comer hierbas que habían sido puestas
allí. Después se separaron. Santa Ana anduvo de aquí para allá en la casa
como una madre de familia ocupada en los menesteres domésticos. Las dos niñas se retiraron a sus piezas
separadas y María se fue también a la suya.
El aposento de la santa Virgen
estaba en la parte posterior de
la casa cerca del fogón. A él se subía
por tres gradas, pues el piso se hallaba en esta parte mucho más elevado que en
lo restante de este edificio, y descansaba sobre la viva peña. Enfrente de la puerta el cuarto era redondo y
en esta parte singular, dividida por un tabique del alto de un hombre, se veía
armada la cama de la Santa Virgen. Las
paredes de la pieza se hallaban hasta cierta altura, revestidas con una especie
de embutido de trozos de madera de diferentes colores. El techo era de vigas paralelas, cuyos
intervalos estaban ocupados por cuadros embellecidos con figuras de estrellas.
El Joven luminoso que siempre me
acompañaba, me condujo a ese cuarto y ví
lo que voy a narrar: La Santa Virgen luego de entrar, se vistió detrás del
tabique de su cama una larga saya de lana blanca, con un ancho ceñidor y
cubrióse la cabeza con un velo de un blanco amarillento. Durante ese tiempo, la criada entró con una
luz, encendió una lámpara de muchos ganchos que colgaba del techo y se retiró. Entonces la Santa Virgen tomó una mesita baja
que había junto al muro y la puso en medio del cuarto. Esta mesita estaba cubierta con un tapete
rojo y azul, en cuyo centro se veía una figura bordada y sobre la mesita había
un rollo de pergamino escrito. María
después de colocarla entre su cama y la puerta, donde el suelo estaba
alfombrado, acercó a ella un cajoncito redondo y se arrodilló sobre él,
apoyando las manos sobre la mesa. La puerta del cuarto quedaba delante de la
Virgen a su derecha y ella tenía las espaldas vueltas a la cama. La Virgen bajó su velo sobre la cara y
juntó las manos sobre el pecho sin cruzar los dedos. En esa postura la vi orar mucho tiempo con
ardor, teniendo el rostro vuelto al cielo; invocaba la Redención, la venida del
Rey prometido al pueblo de Israel y
pedía también que se le diese alguna parte en Su Divina misión, largo
tiempo estuvo arrodillada en éxtasis; después, inclinó la cabeza sobre el
pecho. En ese momento a su derecha,
bajó del cielo raso del cuarto en línea poco oblicua, tal abundancia de Luz
que, me vi obligada a volver la cabeza hacia el patio al cual daba la
puerta. En esa luz vi que un joven
resplandeciente con cabellos rubios flotantes, descendía por
los aires ante ella. Era el ángel
Gabriel. Habló a la Virgen y vi que de su boca salían palabras como de
fuego, las leí y las entendí. María volvió un poco la cabeza cubierta hacia el lado derecho, pero por su modestia,
no miró. El ángel siguió hablándola y
María volvió la cara a ese lado, como obedeciendo a un mandato, alzó un poco el
velo y respondió. El ángel habló más
todavía y la Virgen entonces se levantó por completo el velo y miró al ángel y
pronunció Las Sagradas Palabras: “HE
AQUI LA ESCLAVA DEL SEÑOR, HAGASE EN MI SEGUN TU PALABRA” . La Santa Virgen se hallaba en profundo
arrobamiento, el cuarto estaba lleno de luz, la lámpara ya no brillaba. El cielo se abrió y mis ojos descubrieron
sobre el ángel una vía esplendorosa, al final de ese mar de luz, vi una figura
de la Santísima Trinidad, era como un
triángulo luminoso, cuyos rayos se penetraban recíprocamente. Reconocí en él a AQUEL a quien solo se puede adorar (pero no expresar), al DIOS TODOPODEROSO: PADRE, HIJO Y ESPIRITU
SANTO.(NOTA: El inefable diálogo que en ésta ocasión tuvo lugar entre el
Embajador del Cielo y la Virgen de Nazaret, nos lo refiere el Evangelio de San
Lucas.) Cuando la Sma, Virgen dijo :
“Hágase en mí según tu palabra”, vi una aparición alada del Espíritu Santo, la
que no se asemejaba enteramente a la representación ordinaria en forma de
paloma. La cabeza tenía algo de rostro
humano; la luz que se difundía por sus dos costados formaba como alas y de esa
visión partían tres corrientes luminosas, que fueron a reunirse en el costado
derecho de la Sma. Virgen.
Cuando estos
rayos de luz penetraron en su costado
derecho, María quedó resplandeciente y como diáfana; parecía que lo que tenía
de opaco, se retiraba delante de esas corrientes silenciosas de aire, como la
noche delante del día. En aquel
momento, la Virgen fue inundada de luz y apareció del todo brillante. Después de esto, el ángel desapareció; la
vía luminosa de la cual había salido, se replegó sobre sí misma; era como si el
cielo aspirase e hiciera entrar en él ese río de luz. Después de la desaparición del ángel, la
Sma. Virgen quedó sumida en éxtasis profundo y concentrada en sí misma; vi que
conocía y adoraba la Encarnación del Salvador en ella, donde El estaba como un
pequeño cuerpo humano luminoso,
completamente formado y provisto de todos sus miembros. Algún tiempo después la Sma. Virgen se
levantó, se acercó al altarcillo que había en la pared, encendió la lámpara y
oró de pié. Ante ella se veían rollos
escritos encima de un elevado pupitre.
Enseguida se acostó en su cama ya estando cerca el nuevo día.
“LA VISITACION DE LA SANTISIMA VIRGEN A CASA DE ISABEL”
Algunos días
después de la Anunciación del ángel a María, San José volvió a Nazaret e hizo
ciertos arreglos en la casa para poder ejercer su oficio, porque él no había
vivido mucho en Nazaret, en donde apenas había pasado unos dos días. Nada sabía de la Encarnación de Dios en
María; ella era la Madre y también la esclava del Señor y guardaba humildemente
su secreto. La Sma. Virgen cuando sintió que el Verbo se había hecho
carne en ella, experimentó un vivo deseo de ir pronto a un lugar de Judea cerca de Hebrón , a
visitar a su prima Isabel que según le había dicho el ángel, hacía seis meses
que se hallaba en cinta. Como se acercaba el tiempo en que José debía
ir a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, ella deseó acompañarlo para asistir
a Isabel durante su embarazo. José se
puso pues en marcha para Jutta con la Sma. Virgen. La casa de Zacarías, esposo de Isabel estaba
sobre una colina aislada; alrededor había algunos grupos de casas y un arroyo
bastante caudaloso bajaba de la montaña.
Me pareció que
era el momento en que Zacarías volvía de Jerusalén para su casa, después de las
fiestas de Pascua. Vi a Isabel impulsada
por un inquieto deseo de avanzar lejos de su casa por el camino que conduce a
Jerusalén; y a Zacarías que volvía sumamente
asustado de encontrarla tan lejos en la condición en que se hallaba. Ella dijo que su corazón estaba muy agitado y
que la atormentaba el pensamiento de que su
prima María de Nazaret venía a visitarla. Zacarías procuró disuadirla y le hizo entender
por signos y escribiendo en una tablita, que era poco verosímil que una novia emprendiese tan largo
viaje. Volvieron juntos a la casa. Isabel
no podía renunciar a su esperanza
porque había sabido en sueños de que una mujer de su sangre había llegado
a ser la Madre del Mesías prometido.
Entonces pensó en María y concibió un ardiente deseo de verla y, en espíritu la había visto que
venía hacia ella, Le tenía preparado en
su casa a la derecha de la entrada un pequeño cuarto con sillas y ahí estaba ella
sentada al otro día esperando y mirando si llegaba María. De repente, se levantó y se dirigió al camino
a recibirla. Isabel era una mujer
anciana de alta estatura, tenía la cara pequeña y facciones finas, tenía
cubierta la cabeza. Solo conocía de fama
a la Sma. Virgen. María al verla de
lejos conoció que era ella y se dirigió a toda prisa a su encuentro
anticipándose a San José que discretamente se quedó atrás. María estuvo pronto entre las casas
vecinas cuyos habitantes impresionados
por su maravillosa hermosura y por cierta dignidad sobrenatural que
resplandecía en su persona; se retiraron respetuosamente cuando ella encontró a
Isabel. Las señoras se saludaron con
cariño dándose la mano. En ese momento,
vi un punto luminoso en la Santa Virgen
y como un rayo de luz que partía de allí hacia Isabel y del cual, esta recibió
una impresión sorprendente. Ellas no se
detuvieron en presencia de los hombres, sino que tomándose del brazo, se
dirigieron a la casa por el patio anterior y en la puerta de la casa, Isabel
dio la bienvenida a María y entraron juntas.
José que conducía el asno, llegó al patio, entregó al animal a un
sirviente y fue a buscar a Zacarías en una sala abierta a un lado de la casa. Saludó con mucha humildad al anciano sacerdote,
lo abrazó cordialmente y conversó con él por medio de la tablita en que
escribía, porque estaba mudo desde la aparición
del ángel en el templo María e
Isabel ya estando en la casa, se dirigieron a una sala que parecía ser la
cocina. Aquí se abrazaron con mucho
afecto y se tocaron recíprocamente las mejillas; entonces vi salir de María
rayos luminosos hacia el interior de Isabel; ésta se quedó del todo iluminada
por los rayos, su corazón fue agitado con una santa alegría y conmovido
profundamente. Se retiró hacia atrás y
levantando las manos llena de humildad, de júbilo y de entusiasmo exclamó: “BENDITA ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES Y BENDITO ES TAMBIEN EL
FRUTO DE TUS ENTRAÑAS. ¿DE DONDE PROCEDE
QUE LA MADRE DE MI SEÑOR VENGA A MI?. HE
AQUÍ QUE LUEGO QUE LA VOZ DE TU SALUTACION
LLEGO A MIS OIDOS, SALTO DE GOZO EL NIÑO QUE LLEVO EN MI SENO. ERES FELIZ POR HABER CREIDO Y SE CUMPLIRA LO
QUE EL SEÑORTE HA DICHO”.
Después de estas palabras, condujo a María
al cuartito preparado para ella, para que pudiera a bien sentarse a
reposar de las fatigas del viaje. Solo había que dar unos pasos hasta allí;
pero María dejó el brazo de Isabel que había tomado, cruzó las manos sobre el
pecho y comenzó el cántico inspirado: “La
Magníficat”. Ví que Isabel repetía
en voz baja el Cántico con igual
movimiento de inspiración. Después se
sentaron en sillas muy bajas y había sobre una mesita también poco elevada, un
pequeño vaso colocado delante de ellas.
¡Qué felíz se hallaba!, repetí con ellas las mismas preces y me vi
sentada a poca distancia. ¡Oh cuán feliz
era!. María permaneció tres meses en casa de Isabel, hasta que hubo
nacido Juan , pero no estaba allí cuando el niño fue circuncidado. Cuando José volvió a Nazaret con la Santa
Virgen, conoció en su figura alterada
que ella estaba en cinta; entonces fue asaltado por toda clase de inquietudes y
dudas, porque no conocía la embajada del ángel a María. Después de su matrimonio, había ido a Belén
por negocios de familia. María durante
ese tiempo había permanecido en Nazaret
con su madre y algunas compañeras; la Salutación Angélica se había
verificado antes de volver José a Nazaret y María por su humildad había
guardado para ella el secreto de Dios.
José no manifestaba sus inquietudes, sino que luchaba en silencio contra
ellas. La Santa Virgen que había
previsto todo eso, se hallaba grave y pensativa, lo que aumentaba aún la
ansiedad de José. La inquietud llegó a
él, a tal punto, que cuando María quiso volver a su casa, él formó el proyecto
de abandonarla y de huirse ocultamente.
Mientras meditaba él en esa idea, un ángel se le apareció en sueños y lo
consoló.
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