Queridos amigos:
¿Por qué los seres humanos somos tan sensibles y deseos de sobresalir por encima de los demás y de llamar la atención? Se dice, y es verdad, que el demonio siempre nos tienta por nuestro lado más débil. Con la mano sobre el pecho pidamos al Señor que nos dé humildad y sencillez y un corazón “católico”, que no excluya ni tenga en menos a nadie.
En el evangelio de hoy encontramos dos instrucciones. La primera tiene que ver con la forma de entender el reino de Dios. Es una realidad en la que ya no cuentan los títulos, la posición social y los puestos burocráticos.
La segunda instrucción está en relación con los que predicaban y realizaban milagros en nombre de Jesús, pero no pertenecían al grupo de sus discípulos.
Los amigos que rodeaban a Jesús y sus apóstoles también sufrieron los arañazos del vicio de una envidia disimulada: “los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante”. Llevaban ya bastante tiempo viviendo con Jesús, pero todavía no habían llegado a entender su forma de ser y los objetivos de su predicación y de sus muchos milagros.
Una y otra vez Jesús les enseña que la acogida de toda clase de personas y la humildad deben ser la máxima norma de todo discípulo suyo. Por eso la comunidad cristiana no se puede construir sobre el orgullo, buscando medrar y ser más que los demás. Leemos estas palabras que en su sencillez son una lección de mucha actualidad: “Jesús cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.»
Las palabras del apóstol Juan no encajan con la actividad tan abierta, católica, de Jesús. Nadie tiene la exclusividad en la lucha contra los poderes del mal, pues lo único importante es que el reino se abra camino. Esta actitud de Jesús nos demuestra que Él es mucho más abierto que muchos a que a sí mismos se consideran y se llaman católicos. Nadie que haga el bien puede ser molestado sólo porque «no pertenece a los nuestros», ya que hacer el bien es lo propio de todo ser humano. Dios, su amor, su misericordia, su paternidad, son más grandes que cualquier grupo o comunidad de cualquier denominación.
La palabra de Dios es la verdad precisamente porque nos enseña el camino que nos lleva a la salvación, a la vida eterna donde todos sus hijos nos reuniremos en torno a nuestro Padre y disfrutaremos de su compañía. Dios es un Padre que quiere ver a todos sus hijos reunidos en casa.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano.
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