- De cinco monjas indias ‘secuestradas’ en Santiago resulta que ninguna denunció y dos volvieron al convento. ¡Qué masocas!
- ¿Seguro que estaban secuestradas y esclavizadas? ¿En serio?
- La prensa se escandaliza: el derecho canónico impone que sea la superiora quien mande en un convento.
- No, si te parece deben mandar las subordinadas.
- ¿No habrá sido la justicia quien ha secuestrado a dos religiosas en lugar de la abadesa quien retenía a cinco?
Desconozco los pormenores del caso de las tres religiosas mercedarias ‘rescatadas’ por la justicia del convento de las mercedarias en Santiago de Compostela, pormenores asimismo desconocidos por la interesada tribu mediática, tan bobalicona siempre ante los hechos consumados de la Administración de Justicia. Y, sinceramente, no me creo nada de lo que se dice. Explico por qué.
Mis queridos colegas periodistas ya han decidido que la abadesa del monasterio gallego -la muy arpía- tenía secuestradas a estas pobres chicas indias. La policía -¡qué buenos que son!-liberaron a cinco por el chivateo de otra compañera -probablemente otra desertora-.
Tres querían marcharse (estaba tramitándose la dispensa papal) y otras dos decidieron quedarse.Ninguna interpuso denuncias cuando podían y le animaban a hacerlo. Y hubo dos que decidieron regresar al convento donde las tenían maniatadas y esclavizadas en la huerta. ¡Qué masocas!
Y ninguna, insisto, ninguna, interpuso denuncia una vez “liberadas”: ¿seguro que estaban secuestradas?
Pero lo más gracioso son las conclusiones primarias del hecho. Por ejemplo, leo en La Vanguardia -un periódico menos sectario con la Iglesia que los de Madrid- que para romper los votos de una religiosa y para la vida monástica en general, el derecho canónico indica “que la autoridad final corresponde a la superiora”. No, si te parece, la autoridad final va a depender de la subordinada. Eso no ocurre ni en Podemos. De hecho, es lo que podríamos llamar pensamiento podemita, o pensamiento invertido (con perdón). Si no, más que de Diálogo de carmelitas estaríamos hablando de diálogo de poder en el convento de las carmelitas (en este caso, mercedarias).
La vida religiosa, como la vida familiar, la profesional, la política o la militar, se guía por el voto. Por la promesa en el cumplimiento de unos derechos y de unas obligaciones. El político no puede cambiar de partido en plena legislatura o recibe la reprobación general del trásfuga. El militar no puede abandonar el combate porque se ha cansado de ejercer, y hasta el empleado con contrato debe cumplir una serie de obligaciones antes de dar la espantada. Por ejemplo, un periodista no puede llevarse una exclusiva a otro medio de la noche a la mañana o un abogado no puede cambiar de cliente, de su defendido a su acusador así porque sí.
Lo que ocurrió en Santiago, según ha dicho el Obispado pero nadie ha querido escucharle, es quealgunas religiosas que habían realizado sus votos querían marcharse y, por tanto, se estaba tramitando la nulidad papal. No hacía falta que viniera la Policía a salvarlas… con la amenaza, encima, de profanar la clausura. Además, los pies planos se llevaron a dos que no querían irse y volvieron. ¿No habrá sido la justicia quien ha secuestrado a dos religiosas en lugar de la abadesa quien retenía a cinco?
Cuando una monja profesa es porque ha decidido, libremente, apartarse del mundo yentregarse a Cristo. No le importa que le retiren su DNI y su pasaporte porque no los va a necesitar. Lo que tiene que hacer es cumplir su compromiso. Al tiempo, a una abadesa no se le pide que ‘dialogue’ y ‘negocie’ con sus subordinadas: lo que tiene que hacer es formar, dar ejemplo, dar órdenes -sí, órdenes- y entrometerse en la vida de quien ha entregado su vida… justo hasta la frontera misma de su conciencia, donde sólo puede entrar el confesor y en confesión. Por eso se dice que nada más libre que el monje, o la monja, de clausura. Como me decía el fallecido presidente de la Real Academia Española de la Lengua, Fernando Lázaro Carreter, la clausura es “el colmo de la maravilla”.
Así que todo esto me huele a montaje anticlerical y precipitado, fruto de los prejuicios cristófobos que hoy se han convertido en lo políticamente correcto.
Eulogio López
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