Queridos hermanos:
Acaba hoy la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos. Hace cincuenta años, tiempos del Concilio Vaticano II, era el gran sueño. Ecumenismo. Hoy siguen los encuentros de teólogos y jerarquías, pero baja menos a la gente. El Papa Juan acuñó un eslogan que todavía sigue haciendo fortuna en otros órdenes. ¿Cuántas veces no hemos oído aquello de “es más lo que nos une que lo que nos separa”? Incluso podemos mirarnos en el espejo de los hermanos separados, y agradecerles tantas cosas. En tierra de los hermanos ortodoxos brotaron las primeras iglesias, los primeros concilios. Nos cautiva su devoción filial a la Madre de Dios. Igualmente, los hermanos de tradición protestante nos ayudan a cultivar, cada día más, la Palabra de Dios. Con todos hemos compartido un camino común multisecular. Si fue el pecado la causa de la división, ha de ser el amor quien restañe tantas heridas. Como del fuego sale la luz, del amor vendrá la verdad de la unión. Somos hermanos separados, pero hermanos. No ha importarnos repetir con Juan XIII: “Si en algo os hemos ofendido, os pedimos perdón”. Y un motivo más del corazón. Pablo VI llamó a María “Madre de la Unidad”, “Centro maternal de la Unidad”. Unidad de los cristianos.
El lema de este año para la Semana de la Unidad dice: “Destinados a proclamar las grandezas del Señor”. El verbo proclamar es central en el texto del evangelio de hoy. Es una escena de envío de Jesús a los suyos. Hay que proclamar, vocear, pregonar, anunciar. Tras la Resurrección del Señor, en hora solemne, Jesús se dirige a los discípulos con esta encomienda: Primero, “Id”, poneos en camino. Luego, señala el horizonte sin fronteras, “por todo el mundo”. Lo importante es el objeto que anunciamos: “la Buena Noticia”, no calamidades y fórmulas doctrinarias. Siempre, desde la libertad del hombre, “el que crea se salvará”. Y, finalmente, que el enviado sepa que no está solo y desamparado; por el poder de Dios, “Les acompañarán unas señales, impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.
Es nuestro timbre de gloria, Jesús nos invita a compartir su misión. Como él, estamos ungidos por el Espíritu Santo. No habla de “periferias” o de “Iglesia en salida”, pero nos lo dice claro. “Id, poneos en camino”. Jesús y el Papa Francisco sintonizan. Si confiamos, Dios dará la idoneidad y los recursos para la misión; no hacen falta otros títulos. Siempre, hemos de preguntarnos los seguidores de Jesús: y a mí y a mi Iglesia, ¿qué señales nos acompañan en el anuncio del Evangelio?
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