Queridos hermanos:
Más imágenes que presenta Jesús para que nos entre bien en qué consiste el Reino, el mensaje de Buena Nueva que predica, el sueño del Padre del cielo sobre sus hijos. Insiste, una vez más, en la luz. La luz de un candil es para colocarla arriba, sobre el candelero, y no ocultarla bajo la cama o el celemín. Precisamente hoy es la fiesta de Santo Tomás de Aquino, luminaria en la cumbre de la inteligencia en la Iglesia. Como el fuego va asociado al corazón, la luz es propia de la inteligencia. Y Tomás de Aquino ha iluminado a la Iglesia, con su gigante obra, intentando responder a la verdad de esta pregunta: ¿Quién es Dios? Por evocar otro momento que fue luminoso, la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II comienza, y ha sido millones de veces citada, “Lumen Gentium”, “Luz de las Gentes”. Y, ya que me he permitido estas digresiones, dejadme citar unos versos del poeta Gamoneda que recoge la liturgia: “Bello es el rostro de la luz, abierto sobre el silencio de la tierra… que aprenda a amanecer, Dios mío, en la gran luz de tu misericordia”. La otra imagen es la medida que usamos con otros en la vida.
“Yo soy la luz” sonó muchas veces en labios de Jesús. Fue luz por sus obras y palabras. ¿Cómo no evocar al ciego de nacimiento a cuyos ojos volvió la luz? Es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En su pasión y muerte parecía que vencían las tinieblas: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”, se quejó al ser arrestado en Getsemaní. Pero la luz venció. Los seguidores de Jesús somos hijos de la luz. Nos toca elegir entre la luz y las tinieblas, entre Dios y el maligno. Nacimos como hijos de las tinieblas. Pero Dios nos llama “de las tinieblas a su luz admirable”. En el Bautismo, nos revestimos de las armas de la luz. Y el fruto de esa luz es la verdad, la justicia, la bondad. Más en concreto, vivir en la luz es vivir en el amor fraterno. Si así es la cosa, solo nos queda irradiar esa luz recibida; es decir, los iluminados iluminamos al mundo también con nuestras obras y palabras. Y, al final, nos admitirán a contemplar la luz del rostro de Dios en el cielo. Y, ¿qué decir de la “medida”? La que usemos con los otros será la que recibamos. Si damos fruto, si acogemos al hermano, nos llenarán también los dones de Dios.
Aceptar a Cristo luz es saber iluminar, irradiar lo que Dios quiere para sus hijos peregrinos. ¿Qué irradiamos nosotros, personal y eclesialmente? ¿Es una imagen de luz, entregados a la causa de Jesús, haciendo las cosas de Jesús? ¿Cuál es nuestro testimonio, nuestra credibilidad, nuestra coherencia de vida? Es lo que celebramos en el Bautismo: Cirio, Cirio Pascual, “Luz gozosa”, “Recibid la luz de Cristo”, “Caminad siempre como hijos de la luz”. No pongamos obstáculos a la llegada de la luz: La tiniebla de la mentira, del orgullo, del rencor, de las seducciones del mal. Como siempre, abramos lo ojos a la esperanza: la luz penetra, aunque existan las tinieblas. El mal se vence con el bien. Sí, hay mucha gente buena, muchos santos sin tener que subir a los altares. Y estos santos siguen iluminando al mundo. Redimen al mundo.
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