Queridos hermanos:
Los apóstoles. Con artículo. Porque apóstoles somos todos. Pero “los apóstoles” son los doce, cuyos nombres aparecen, explícita y claramente, en el breve evangelio de hoy. A ellos solos describe esta lectura evangélica como “compañeros”. La liturgia cristiana los llama “roca sobre la que está cimentada la Iglesia”. Y le pide a Dios que “tu rebaño tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio”. Se me ha ocurrido subrayarlo porque volver a los apóstoles es volver a la alegría de los comienzos de la Iglesia. En imágenes clásicas, es volver a la fuente donde las aguas son más puras, es volver a la raíces, signo de fecundidad.
Podemos componer la escena: Jesús en el centro. En torno, loa apóstoles; viene el círculo de los discípulos, en los que vemos la Iglesia; cerrando el círculo, el conjunto de todas la gentes, hasta los extranjeros de Tiro y Sidón. A los apóstoles los acoge con estos tres tiempos: para estar con él, para anunciar la Buena Nueva y para curar y sanar tanto dolor. Es decir, les convoca a participar de su misma vida y misión. Jesús convoca a otros a su misión, la mies es mucha. Quiere “hacer con otros” (S. Antonio Mª Claret). Es claro que el número que se ha marcado Jesús no es casual. Evoca las doce tribus de Israel; los apóstoles son continuadores de una historia, pero con una novedad total.
Es la grandeza de la tradición apostólica. En el Antiguo Testamento, la continuidad era garantizada por la prolongación de ciertas estructuras, instituciones, leyes. En la Iglesia, la tradición apostólica vive de la comunión con su Maestro. La tradición permite que el mensaje que se trasmite sea fundamentalmente el mismo de los orígenes. Es cierto que el paso de la historia deja su huella impura; son las ambigüedades humanas. Nos toca estar siempre en actitud de purificación.
También, en el principio, se dejó ver la humana fragilidad. Apunta el Evangelio que Jesús llamó “a los que quiso”. No fueron los méritos personales de los llamados sino la pura gratuidad divina. Uno será el traidor que entregará a su Maestro a los verdugos.
Solemos insistir más en la misión y en “los poderes” que les acompañan que en otro de los motivos anunciados en el llamamiento: “Estar con él”. Estar con él evoca intimidad, amistad, “ser compañeros”. Podríamos aludir aquí a una dimensión, tan querida de Papa Francisco: “Ser adoradores de Jesús”. Más allá de rezar, agradecer, pedir, ponernos en adoración es ponernos delante y junto a Dios. Es contemplación, es dejarse envolver en el océano de Dios.
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