Queridos hermanos:
Es hora de parábolas. De escudriñar en qué consiste el Reino, el proyecto de Jesús. Antes, ya ha hablado Jesús al pueblo que le apretujaba. La parábola impulsa más a la reflexión y decisión. La parábola es un acontecimiento de la vida cotidiana que se convierte en trasparencia de un mensaje espiritual. Esta del sembrador es de una belleza literaria grande. Los elementos de la alegoría están claros: La Palabra es la semilla y el Padre Dios es el sembrador. Dos campos reciben la semilla; el pedregoso que rechaza la semilla y el fértil que da buena cosecha.
Diríamos que Jesús hace la homilía, desvela su sentido a los discípulos. Dos extremos se juntan en el resultado de la siembra. Cuando mil obstáculos hacen infecundo todo el trabajo de la siembra de la Palabra de Dios: la superficialidad, los afanes y preocupaciones de la vida, la vida mundana de la que habla Francisco, la seducción de los ídolos del poder, la riqueza, el bienestar a toda costa, la ceguera de corazón, et. El otro extremo es la tierra buena, abierta, esponjosa. Curiosamente, sobre los “terrenos duros” solo se derramaba “un poco” de simiente, mientras que “el resto” cayó sobre la tierra buena. Tan buena que daba una cosecha del treinta, del sesenta o, incluso en el colmo del optimismo, del ciento por ciento. Dicen los estudiosos que es impensable que hubiera tierra que diese fruto tan abundante.
Dios nos habla, se comunica con nosotros. Nos toca responder, desde la libertad y el amor. La Palabra es el mensaje de Jesús ante el cual el hombre ha de tomar decisiones. Bien podemos preguntarnos: ¿Qué frutos produce en nosotros la Palabra, la celebración de los sacramentos, la ayuda de la comunidad, la experiencia de la bondad de las personas? ¿Somos tierra buena o mala? ¿Qué impedimentos ponemos a la recepción de la Palabra? ¿El ambiente que nos puede, la esclavitud a la que nos someten todos los artilugios de la nueva técnica, la frialdad de corazón? La semilla siempre es buena y el hecho de que, según la parábola, cayó en la tierra fértil nos convoca a la esperanza y el optimismo, respecto de nosotros mismos y mirando a nuestra tarea con los otros. Nos da ánimos para trabajar sin vanidad, otro es el que siembra, y con generosidad, somos colaboradores. Acaso nos quejemos del poco fruto que produce la siembra en nuestro empeño. Veamos nuestro lenguaje y nuestro testimonio, y recojamos las buenas perspectivas finales de la parábola. Mientras, repetimos con el salmista: “Lámpara es tu palabra para mis pasos y luz en mi sendero”.
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