Queridos hermanos:
Continuamos con el texto de Lucas del domingo pasado, en el cual presenta su programa y el “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Parece que en un primer momento, todos están de acuerdo en eso de la liberación de los pobres, el Año de Gracia y el anuncio de la Buena Noticia, pero en seguida llegan los desacuerdos: “¿No es éste el hijo de José?”, el hijo del carpintero. “Y Jesús les dijo: Sin duda me recitaréis aquel refrán: Medico cúrate a ti mismo: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Esperaban un Mesías todopoderoso y milagrero.
Jesús no piensa como ellos, les pone dos ejemplos de extranjeros, la viuda de Sarepta en el territorio de Sidón y Naamán el sirio, y les recuerda que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Se pusieron furiosos y le llevaron hasta en barranco a las afueras del pueblo, con intención de despeñarlo. La visión de Jesús, universal, amplia, que pide la liberación de los oprimidos, restaurar el Año de Gracia, le llevará a la muerte y este es el primer intento. Ayer como hoy, el camino del amor, de la justicia, en definitiva el camino de la fe, le cuesta abrirse paso: “se abrió paso entre ellos”, en nuestro pensamiento y en nuestros actos.
Será el amor, como les dice San Pablo a los Corintios, el sustento de todo: “Si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Si no tengo amor no soy nada. Si no tengo amor de nada me sirve”. Después de una preciosa definición del amor, termina: “En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor”. Con frecuencia olvidamos que para que el hombre tenga fe en Dios, es bueno que empiece sintiéndose hombre, varón y mujer. El amor nos habla de encarnación, de punto de partida para asumir la obra salvadora de Dios, su anuncio de liberación. Sin amor es difícil entender el “Hoy se cumple”, estar con y por los pobres, esperar un mundo mejor.
La historia avanza y los grandes valores del Evangelio: la paz, la justicia, la libertad, el amor…, surgen también fuera de la Iglesia con una intensidad importante, y es que no son patrimonio de nadie. Al fin y al cabo, todo hombre es cuerpo espiritual y espíritu encarnado y aunque no sea consciente, está “religado”, busca la trascendencia por algún camino. Por eso, las menciones a los extranjeros que aparecen en el texto, a los no creyentes, a los de fuera, en ellos también se expresa el amor y aquellos principios del programa de Jesús leídos en la sinagoga de Nazaret.
Nosotros los cristianos encontraremos como Jesús resistencia en esta empresa, nos conocen, saben nuestros pecados, nuestras contradicciones y aunque no nos despeñen, muchos pensarán: ¿qué puede aportarme este que es uno como yo? Podemos escuchar con la primera lectura de Jeremías: “Te nombré profeta de los gentiles. Ponte en pie y diles lo que te mando. No les tengas miedo. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para liberarte”. Debemos aceptar todos los riesgos e incoherencias que hay en nosotros, pero sabiendo que nos ha escogido y en ocasiones a pesar de todo, no tenemos más remedio que proclamar la Buena Noticia del Evangelio a los pobres y necesitados.
La Eucaristía es un signo claro de amor, en la humildad del pan, en la pobreza de la comunidad, en la procedencia de cada uno, en los diferentes carismas y maneras de pensar y actuar, nosotros descubrimos la presencia del Reino de Dios. Al final no nos queda más que terminar orando: Señor, tú que nos escogiste como pueblo tuyo y nos consagraste como tus ungidos antes de que saliéramos del seno de nuestra madre, asístenos con tu fortaleza, para que podamos ser fieles en el amor y en la misión que nos has encomendado. “Inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar”, hagamos crecer desde el amor que no pasa nunca, lo que somos, aceptarnos como somos y sobre todo a los otros, para llegar a la madurez de: “Ver cara a cara y conocer como Dios me conoce”. Que así sea.
PD: El martes próximo día 2 de Febrero, es el día de la Presentación del Señor, de la Candelaria y termina el Año de la Vida Consagrada.
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