Queridos hermanos:
Después de tantas peleas con los jefes de la observancia mezquina, -ayunos, desgranar espigas en sábado, sanar a una paralítico-, la escena cambia. Es la hora de la explosión curativa de Jesús. Hora de éxitos y entusiasmos. A la vez, el Maestro, enseña, sana, aparece como un gran profeta. Es la apoteosis multitudinaria: “No le fuera a estrujar el gentío”.
Jesús está en su sitio, rodeado del pueblo sencillo y herido. Tiene interés el evangelista en señalar, con sus nombres, la procedencia geográfica de la gente: llegan de todos los puntos cardinales: Galilea, Judea, Jerusalén, Transjordania y hasta de tierras extranjeras como Tiro y Sidón. Todos quieren un contacto personal, una relación cercana. Es una manera de agradecer tantos signos de hacer el bien a todos. Hasta los “Espíritus inmundos” meten baza; se arrancan con una fidelísima profesión de fe: “Tú eres el Hijo de Dios”. Que el “maligno enemigo” lo reconozca es la como la cumbre de la apoteosis de la escena. Sin embargo, Jesús manda “severamente” que a nadie digan nada. No quería levantar falsos mesianismos.
Podríamos resumir el cuadro evangélico de hoy subrayando las actitudes y sentimientos que flotan sobre los acontecimientos: Seguir a Cristo con pasión, saber ser agradecidos, la victoria sobre el mal si está Jesús y el poder “estrujar” a Jesús por la cercanía.
Hoy, Jesús nos ofrece los grandes signos de los sacramentos, con toda gracia y toda cercanía. En los momentos señalados de la existencia humana, el encuentro del hombre con Jesucristo es encuentro sanador, lleno de vida, expresión del amor, etc.
Con inquietud misionera, mirando esta página misionera de Jesús, nos llega la pregunta: ¿cómo podemos hacer, hoy, para que la gente quede prendada de Jesús? ¿Por qué tantos no le siguen? ¿Faltan signos? ¿Falta credibilidad en el lenguaje y obras de sus seguidores?
¿Qué “milagros” podemos presentar hoy?
Se dice que la gente tiene hambre de Dios. Pues, ¿qué pasa? Ante todo, hemos de ser claros confesantes de nuestra fe: “Tú eres el Hijo de Dios”, somos adoradores. Luego vendrá el comunicar, el llevar al pueblo a Jesús. Todo parece tan fácil, pero qué menguados son, a nuestros ojos, los frutos de nuestro empeño. ¿Por qué será? Preguntémonoslo delante de Dios. Y sin perder nunca la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario