¿Cuántas personas han empezado a rezar solo cuando el dolor ha llamado a la puerta de sus corazones? Entonces, deberíamos preguntarnos ¿por qué esperamos a que el dolor derribe la puerta de nuestro corazón para decidirnos a abrírsela a Dios? Pues es justo ahora el momento de decirnos y de creer que al final, cada cosa se vuelve hacia el bien. Y por eso no es justo pensar que sufrimos por voluntad de Dios. Porque si después se lo decimos a otras personas, ¿qué pensarán de nuestro Dios? ¿Qué imagen tendrán de Dios si piensan que es Él quien quiere nuestro sufrimiento?
Cuando sufrimos, cuando las cosas van mal, no deberíamos decir que es la voluntad de Dios, sino más bien que la voluntad de Dios es que nosotros, a través de nuestro sufrimiento, podamos crecer en Su amor, en Su paz y en Su fe. Para entenderlo mejor podríamos pensar en un niño que sufre y que dice a sus amigos que quienes desean su sufrimiento son sus padres.
¿Qué pensarán sus amigos de semejantes padres? Lógicamente nada agradable. Y por ello es bueno que también nosotros, en el silencio de nuestro corazón, pensemos de nuevo sobre nuestro comportamiento y busquemos qué puede haber cerrado la puerta de nuestro corazón a Dios o, por el contrario qué cosa nos puede haber ayudado a abrirla. El gozo del que habla María es un gozo evangélico, es el gozo del que también habla Jesús en el Evangelio.
Es un gozo que no descarta el dolor, los problemas, las dificultades, las persecuciones, porque es una alegría que lo trasciende todo y lleva a la revelación de la vida eterna junto a Dios, en el amor y en la alegría eterna. Alguien dijo una vez: “La oración no cambia el mundo, pero cambia a la persona, que a su vez cambia el mundo”. Queridos amigos, les invito ahora, en nombre de María, aquí en Medjugorje, a decidirse por la oración, a que se decidan a acercarse a Dios y a buscar en Él la finalidad de sus vidas. Nuestro encuentro con Dios cambiará nuestra vida y entonces seremos capaces de mejorar también, poco a poco, la relación con nuestra familia, con la Iglesia y con todo el mundo. Con este llamamiento les invito de nuevo a rezar…
“Queridos hijos, también hoy los invito a todos a la oración. Sepan, que Dios concede gracias especiales en la oración; por eso, busquen y recen, para que puedan comprender todo lo que les ofrezco aquí. Yo los invito, queridos hijos a rezar con el corazón; sepan que sin oración no pueden entender todo lo que Dios tiene programado para cada uno de ustedes: por eso, recen. Deseo que en cada uno se realice el diseño de Dios, que crezca en sus corazones todo aquello que Dios les ha dado.” (Mensaje del 25 de abril de 1987)
Dios, Padre nuestro, te damos las gracias por ser nuestro Padre, porque podemos llamarte y Tú quieres estar con nosotros. Te damos las gracias porque podemos encontrarte gracias a la oración. Libéranos de todo aquello que ahoga nuestro corazón y nuestro deseo de estar contigo. Libéranos del orgullo y del egoísmo, de la superficialidad y despierta nuestro profundo deseo de encontrarte. Perdónanos si a menudo nos alejamos de Ti o si Te culpamos de nuestro sufrimiento o nuestra soledad. Te damos gracias porque deseas que recemos, en Tu nombre, por nuestras familias, por la Iglesia y por el mundo entero. Te rogamos nos concedas la gracia de abrirnos a la invitación a la oración. Bendice a todos aquellos que rezan, para que puedan encontrarte en la oración y a través Tuyo encuentren un objetivo en su vida. Concede también a todos los que rezan, la alegría que viene de la oración. Te pedimos también por todos los que Te han cerrado su corazón, los que se han alejado de Ti porque ahora están bien, y también te pedimos por los que Te han cerrado su corazón por culpa del sufrimiento. Abre nuestro corazón a Tu amor para que, en este mundo a través de Tu Hijo Jesucristo, podamos ser testimonio de Tu amor. Amén.
P. Slavko Barbaric.
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