“Él me envía a ustedes …para que de nuevo los llame a glorificar el Corazón de Jesús, el corazón de la fe: la Eucaristía. Uno y otro día, a través de los siglos, mi Hijo vuelve vivo entre ustedes. Vuelve a ustedes aunque nunca los abandonó. Cuando uno de ustedes, mis hijos, regresa a Él, mi corazón maternal salta de alegría. Por ello, hijos míos, regresen a la Eucaristía, a mi Hijo”.
Luego de esa exhortación inicial el mensaje va dirigido a la Eucaristía, llamándonos a glorificarla –que es glorificar al Corazón del Señor- volviéndonos hacia ella.
Notemos que la Santísima Virgen centraliza su mensaje en la Eucaristía en tiempos en que más se la desacraliza. La desacralización es ultraje a nuestro Señor, porque la Eucaristía es nuestro Señor Jesucristo vivo, glorioso, Dios y hombre verdadero. Sin Eucaristía no hay Iglesia, no hay Presencia del Señor, no hay salvación, no hay nada. No hay nada porque la Eucaristía es todo. Es el corazón pulsante en cada sagrario de la tierra. Los mártires de Abilene decían no podemos vivir sin la Eucaristía y por no renegar de ella prefirieron la muerte. Es muy conocida la frase del santo Padre Pío de Pietrelcina: “Es más fácil para el mundo sobrevivir sin el sol que vivir sin la Eucaristía”.
¿Cómo no dar constante gloria a Dios cuando Eucaristía es Jesús, el Santo de los Santos, que con sus llagas y su Corazón eternamente abiertos descubre el abismo del amor de Dios?
Ante la confusión y la sensación de estar perdido en este mundo, la adoración significa encontrar el centro de la vida. Recuerdo haber leído: “Si sabemos adorar nada nos podrá verdaderamente perturbar. Atravesaremos el mundo con la serenidad de los grandes ríos”.
Adorar es prolongación del sacrificio de alabanzas de la Santa Misa, y todo –Eucaristía adorada y celebrada- es glorificación a Dios. En este dar gloria a Dios por medio de la Eucaristía se manifiesta la conversión personal y eclesial. Decía una adoradora: “Cuando participas de la adoración perpetua (en ese momento era la única adoración perpetua en su país) contribuyes a hacer germinar la civilización del amor como la levadura en la masa”.
La Eucaristía es Jesucristo oculto a los sentidos pero revelado por la fe. Por eso, adorarlo es reconocer su gloria oculta en un acto de fe profunda, de agradecimiento y de amor. Adorar es acudir a su llamado de ir a Él y permanecer con Él, porque “quien permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto” (Jn 15:5).
Porque la Eucaristía es eso y mucho más, debe ser reconocida, amada y glorificada en adoración.
Volverse hacia la Eucaristía, regresar a la Eucaristía es convertirse a Jesucristo, alimentándose de Él, pan de vida eterna; uniendo nuestras penas y alegrías a su sacrificio y adorándolo. El acercamiento a la Eucaristía, el poder acceder a ella en comunión sacramental exige pureza de corazón, es decir estar limpio de pecado. Y los pecados son cancelados en virtud de la sangre del Cordero en el sacramento penitencial. Quien en cambio sabe que el mal mancha su corazón y no tiene aún las fuerzas como para salir de su situación pecaminosa, si bien no puede acceder a la comunión sacramental igualmente debe acercarse a la Eucaristía y ello es posible por medio de la adoración. Allí, en sus momentos de silencio frente al Santísimo, de rodillas reconociendo su divinidad, encontrará serenidad y la salida a sus problemas porque para Dios nada hay imposible.
P. Justo Antonio Lofeudo
La Eucaristía también es
Obras de Caridad, de Caridad y Amor. La Eucaristía es desgarro de Amor, si hace
falta, por el hermano. La Eucaristía es querer morir de amor por Él y por el
mundo, si hace falta. Eucaristía es estar dispuesto a todo. No es cómodo, no es
querer ser transigente. No es pasar y pasar todo, por una mal entendida caridad
y unas mal entendidas “obras de caridad”. ¡Ay…! ¡Cuando entendáis la Verdadera
Caridad!269 Ah… hijos, hijos, hijos… Sed fuertes, sed fuertes. Tomad la
Fortaleza de Dios. Sed fuertes, no estéis vacilantes en esta época que os
acompaña, no estad. Se os necesita fuertes-fuertes-fuertes.
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