Sentir deseos impuros, deseos de beber (alcohol), de cosas pecaminosas, de vicios que se tuvieron antes, sentir (todo eso) no es consentir. El enemigo de la salvación de las almas intenta una y otra vez atacar al alma que abandonó el pecado y volvió su rostro a Dios Todopoderoso. Yo, Espíritu Divino, os hablo.
Con numerosas artimañas y circunstancias se vale el demonio, espíritu del mal, para hacer caer a un alma que se ha arrepentido de su vida de pecado y ya no quiere volver a pecar. Pero como Satanás la tuvo atrapada tanto tiempo, sabe sus debilidades y sabe como hacerla sucumbir, de ahí, que el alma debe acudir a MÍ, Espíritu Divino, Espíritu del bien, para que pueda en ella vencer el bien y no el mal. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
La Santísima Virgen María, terror de los demonios, no dejará caer en el pecado al alma que la invoque y le pida socorro, siempre que sea un alma, que ponga lo que esté de su parte con energía. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.
Hijos de Dios Altísimo, no temáis las tentaciones por fuertes que sean, porque si no queréis caer en ellas, no caeréis. Superarlas es fortaleceros y prepararos más y mejor para las batallas cotidianas, y llega un momento, que a base de superarlas con Mi gracia divina, se debilitan y pierden mucha fuerza, de forma, que el alma las supera en adelante con facilidad, siempre con la gracia de Dios Todopoderoso.
Pero si esas tentaciones son tan fuertes que teméis sucumbir a ellas, hijos de Dios, id al Sacramento de la Penitencia y confesároslas, porque allí, os alcanzará la gracia de este Sacramento para debilitar esas tentaciones. Id cuantas veces sean necesarias, incluso, diariamente si la situación lo precisara, porque ese Sacramento no es solo para perdonar los pecados, sino también, para prevenirlos y fortaleceros. Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os asesoro.
Creo, Señor; fortaleced mi fe; espero, Señor:
asegurad mi esperanza; os amo, Señor: inflamad
mi amor; pésame, Señor: aumentad mi arrepentimiento.
Os adoro como a primer principio, os deseo como a
último fin, os alabo como a bienechor perpetuo,
os invoco como a defensor propicio.
Dirigidme con vuestra sabiduría, contenedme con vuestra
justicia, consoladme con vuestra clemencia, protegedme
con vuestro poder.
Os ofrezco, Dios mío, mis pensamientos, para pensar en vos,
mis palabras, para hablar de vos, mis obras para obrar según
vos, mis trabajos para padecerlos por vos.
Quiero lo que vos queréis, lo quiero porque lo queréis,
lo quiero como lo queréis, lo quiero en cuanto lo queréis.
Os ruego, Señor, que alumbréis mi entendimiento, abraséis
mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
no me inficione la soberbia, no me altere la adulación,
no me engañe el mundo, no me prenda en sus redes el demonio.
Concédeme la gracia de depurar la memoria, refrenar la
lengua, recoger la vista, mortificar los sentidos.
Llore las iniquidades pasadas, rechace las tentaciones
futuras, corrija las inclinaciones viciosas, cultive las
virtudes que me son necesarias.
Concédeme, Dios mío, amor a vos, odio a mí, celo del
prójimo, desprecio del mundo.
Haced que procure obedecer a mis superiores, atender a
los inferiores, favorecer a los amigos, perdonar a los
enemigos.
Venza el deleite con la mortificación, la avaricia con la
largueza, la ira con la mansedumbre, la tibieza con el ardor.
Haced, Señor, que sea en la oración fervoroso, en la comida
sobrio, en el cumplimiento de mis deberes diligente, en los
propósitos constante.
Concededme que trabaje por alcanzar la santidad interior,
la modestia exterior, una conducta ejemplar, un proceder
arreglado.
Que me aplique con diligencia a domar la naturaleza, a
corresponder a la gracia, a guardar vuestra ley y merecer
mi salvación.
Que consiga la santidad con la confesión sincera de mis
pecados, con la participación devota del Cuerpo de Cristo,
con el contínuo recogimiento del espíritu, con la pura
intención del corazón.
Dadme a conocer, Dios mío, cuán frágil es lo terreno,
cuán grande lo celestial y divino, cuán breve lo temporal,
cuán duradero lo eterno.
Dadme que me prepare para la muerte, que tema el juicio,
que evite el infierno y que obtenga la gloria del paraíso.
Por Jesucristo Nuestro Señor
Amén
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