VATICANO, 08 Abr. 13 / 10:27 am (
ACI/EWTN Noticias).- Durante la
Misa de toma de posesión de la Basílica de San Juan de Letrán ayer, con ocasión del Domingo de la
Divina Misericordia, el Papa Francisco exhortó a los fieles a dejarse “envolver por la misericordia de Dios”.
“Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los
sacramentos”.
Ahí, indicó el Santo Padre, “sentiremos su ternura, tan bella, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor”.
Francisco también expresó su alegría por celebrar “por primera vez la Eucaristía en esta Basílica Lateranense, catedral del Obispo de Roma”.
Luego se refirió a la celebración del segundo domingo de
Pascua, llamado “de la Divina Misericordia”.
“Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra
vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía”.
El Papa señaló que en el Evangelio del día, “el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado”.
“Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: ‘Hemos visto el Señor’; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado”.
“¿Cuál es la reacción de Jesús?”, preguntó el Papa, “la paciencia: Jesús no abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no le cierra la puerta, espera”.
El Santo Padre señaló que “Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: ‘Señor mío y Dios mío’: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente”.
El Papa también puso como ejemplo a Pedro, que “tres veces reniega de Jesús precisamente cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: ‘Pedro, no tengas miedo de tu debilidad, confía en mí’; y Pedro comprende, siente la mirada de amor de Jesús y llora”.
“Qué hermosa es esta mirada de Jesús –cuánta ternura –. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente misericordia de Dios”.
El estilo de Dios, dijo el Papa “no es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida, también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar”.
“Dios nos espera siempre, aún cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos”.
Francisco recordó además “la parábola del Padre misericordioso”, la cual, aseguró, “me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza”.
“Piensen en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia del calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo? No, nunca”.
El padre, recordó el Papa, “está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su libertad”.
“El Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios, sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esa es la alegría del padre. En ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto! Dios siempre nos espera, no se cansa”.
Sin embargo, el Santo Padre subrayó que “la paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida”.
“Jesús invita a Tomás a meter su mano en las llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos”.
El Papa remarcó que “es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón”.
“Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él”.
El Santo Padre recordó que en muchas ocasiones durante “mi ministerio pastoral me han repetido: ‘Padre, tengo muchos pecados’; y la invitación que he hecho siempre es: ‘No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo’”.
“Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aún siendo pecadores, somos lo que más le importa”.
El Papa señaló que Jesús “cargó con la vergüenza de Adán, con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado”.
“Acuérdense de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir hacia Él para recibir su perdón”.
Francisco señaló que durante su vida “he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre”.
“Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado”.
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