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Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Adviento


¿QUÉ ES EL ADVIENTO?La palabra adviento proviene del latín adventus, que significa: llegada.

Adviento es el tiempo litúrgico de la Iglesia con una doble finalidad:
a) Preparación a la segunda venida del Señor, revelando su verdadera identidad: Hijo de Dios.
b) Preparación a la navidad que, junto con la epifanía, celebra la encarnación y manifestación del Señor en la historia humana, haciéndola historia de salvación.
La Iglesia, al celebrar el adviento unido a la navidad, es consciente de cumplir a la vez la espera del antiguo Israel en la expectativa mesiánica y su propia espera de la consumación de la filiación divina comunicada por Cristo en su venida histórica (Rm 8,19; 1 Jn 3,2).
Con el Adviento se inica el año litúrgico.
  
¿CUÁNDO COMIENZA Y CONCLUYE EL ADVIENTO?
El adviento comienza con las primeras vísperas (oración del atardecer) del domingo 30 de noviembre o el más próximo a ese día.
Concluye antes de las primeras vísperas de navidad.
Se celebra con cuatro domingos.
  
¿CUÁNTAS PARTES TIENE LA LITURGIA DEL ADVIENTO?
Tiene dos partes, en las que se presenta como el tiempo de la esperanza gozosa ante el Señor Jesús que llega.
La primera parte de la liturgia del adviento alcanza hasta el 16 de diciembre. Sus miras están puestas en la segunda venida del Señor al final de los tiempos (la parusía). Es el adviento escatológico.
La segunda parte, a partir del día 17 de diciembre hasta el 24, tiene como finalidad prepararnos para la primera venida del Señor Jesús (la navidad). Es el adviento natalicio.
  
¿QUIÉNES SON LOS PERSONAJES MÁS DESTACABLES EN LA LITURGIA DEL ADVIENTO?
En este tiempo litúrgico destacan de modo característico tres figuras bíblicas:
• El profeta Isaías
• Juan Bautista, el precursor
• La santísima Virgen María

¿CUÁL ES EL GRAN GRITO DEL ADVIENTO?
Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto. Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas (Mt 1, 2-3). Así gritaba Juan el Bautista.
Este es el gran grito de adviento: preparen el camino a nuestro Dios, que viene a nosotros.
Si alguien está en tinieblas y en sombras de muerte como hijo pródigo, si alguien perdió la amistad con Dios, si alguien se salió del camino de la salvación, ahora es el tiempo de volver a Dios, preparando un lugar bien dispuesto y ordenado dentro de sí.
Es el tiempo de dejar a Dios entrar y habitar en nuestros corazones y mentes.
Es el tiempo para escuchar su voz; orar y vivir en verdad y justicia.
Es el tiempo de dar hospitalidad a Dios que ha de guiar y salvar nuestra vida.

¿POR QUÉ SE COLOCA EL NACIMIENTO?
El origen de esta buena costumbre cristiana de representar el nacimiento de Cristo es antiquísima, tanto en iconos, retablos, etc. Su finalidad es servir para la catequesis y, sobre todo, para contemplar el gran misterio del amor de Dios que se encarnó para nuestra salvación.
Al parecer, el primero en recrear un nacimiento vivo fue San Francisco de Asís (1181-1226). Y sucedió así. Dos semanas antes de la navidad de 1223, llamó Francisco a su amigo Juan Velita, señor de Greccio. Este hombre, que había renunciado al ejercicio de las armas, poseía una alta montaña tajada, agujerada de grutas y coronada por un bosquecillo. Al bienaventurado Francisco le pareció el lugar muy adecuado para la escenificación que meditaba.
Siendo esto una novedad, antes sometió su proyecto al juicio del papa Honorio III (1216-1227), quien gustosamente se lo aprobó.
Francisco expresó a Juan Velita: Desearía celebrar contigo la próxima fiesta del Salvador y conmemorar su nacimiento en Belén de manera que se me presentaran a lo vivo los dolores y molestias que desde la infancia sufrió para salvarnos. Por lo cual quería que en aquel lugar de la montaña acomodaras un pesebre de veras, con heno y que trajeras un asno y un buey como aquellos que acompañaron al niño Jesús.
Los lugareños con antorchas acudieron de todas partes. Francisco, diácono, en la eucaristía proclamó el evangelio y luego predicó al pueblo sobre el gran misterio de la encarnación. ¡Fue una noche inolvidable!

¿QUÉ SIMBOLIZA EL ÁRBOL DE NAVIDAD?
El árbol de navidad aparece en el siglo XVI, en Alemania. Pero tiene sus antecedentes en las representaciones religiosas de la Edad Media, especialmente sobre el paraíso, con el árbol del bien y del mal. Tras las representaciones, estos árboles eran llevados a las casas.
El árbol verde de navidad evoca, pues, el árbol del paraíso. Entonces, Dios otorgó la vida a Adán y Eva. Ahora, es el nacimiento del segundo Adán, Jesucristo, simbolizado con el árbol de la autentica vida.
La estrella de Belén corona este árbol. Las luces evocan a Cristo, desde su nacimiento, irradia su luz para todos los hombres.
En el siglo XV nació la costumbre de añadir pequeñas obleas como alusión a la Eucaristía.
Colocar regalos en las ramas del árbol, o a sus pies, representa los dones, frutos y gracias de salvación que nos trae el redentor.
El árbol de navidad evoca el árbol de la cruz donde se consumió nuestra salvación. También hace alusión al árbol de la vida eterna, según el Apocalipsis: Dichosos los que laven sus vestiduras, así podrán disponer del árbol de la vida (22,14).

¿QUÉ ES LA CORONA DE ADVIENTO?
Más que un motivo litúrgico es un elemento pedagógico. Se trata de un soporte redondo o lineal, revestido de ramas vegetales verdes, sobre el que se colocan cuatro velas. El conjunto se sitúa cerca del altar o del ambón.
Las velas de la corona se van encendiendo gradualmente en las cuatro semanas de adviento. En navidad se suele añadir una quinta vela más grande y de color blanco hasta el final de este tiempo litúrgico.
¿Cuál es el mensaje cristiano de la corona de adviento? Lo encontramos en sus símbolos:
- La luz de las velas: nos llega el Salvador, luz de los pueblos.
- El verde de las ramas: la vida y la esperanza que nos trae el Señor.
- La forma redonda: la corona del Señor, rey que viene.
¿Se puede tener la corona de adviento en casa?. Sería muy bueno tenerla en casa. Así la fe en la espera de Cristo, como nuestra luz y nuestra vida, afianzará nuestros lazos de familia y nos hará sentir más Iglesia doméstica.

¿QUÉ SON LAS POSADAS?
Es la escenificación del peregrinar de José y María embarazada, pidiendo posada en Belén. Es una alta expresión de la actitud hospitalaria. Y es que el Niño Dios ha derramado sobre la tierra el don del amor y nos pide calor humano, cordialidad, compasión, solidaridad y hospitalidad.
La posada es la casa donde ese día va a tener lugar la celebración.
La comunidad saluda a la familia que acoge la posada en su casa. Se desea que esta familia abra sus puertas al
Señor y que Él la bendiga.
Se ora con textos bíblicos y se entonan cantos religiosos y villancicos. Al final, se agradece a la familia de la posada y se concluye con una oración y bendición.
Te pedimos, Señor, que la celebración del nacimiento de tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, nos haga escuchar tu Palabra, nos una más a tu Iglesia y nos cambie el corazón. Que tú, Señor Jesús, puedas nacer en todos y cada uno de nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 ¿CUÁL ES LA ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO?
Con la liturgia del adviento la comunidad cristiana está llamada a vivir determinadas actitudes espirituales esenciales:
- la vigilante y gozosa espera
- la esperanza
- la conversión
La Iglesia, viviendo esta espera en actitud vigilante, clama: Maranatha: Ven, Señor Jesús (Ap 22,17.20).
El adviento celebra al Dios esperanza (Rm 15,13) y vive la gozosa esperanza (Rm 8, 24-25).
Entrando en la historia, Dios interpela al hombre. La venida de Dios en Cristo exige conversión continua, y despertar del sueño (Rm 13,11-14). A través de la predicación de Bautista estamos llamados a preparar los caminos del Señor, a acoger a Dios que viene, convertidos de mente y corazón en el espíritu de las bienaventuranzas.
Si Cristo vino, fue sobre todo para que el hombre supiera cuánto lo ama Dios y lo aprendiera para encenderse más en el amor de quien lo amó antes, para amar al prójimo según la voluntad y el ejemplo de quien se hizo prójimo prefiriendo no a los que estaban cerca de Él, sino a los que vagaban lejos. Ponte como fin este amor, al que referirás todo lo que digas; cuenta todas las cosas de manera que la persona a la que hablas crea al escuchar, espere al creer y ame al esperar (San Agustín).

¿QUÉ TIENE QUE VER SAN NICOLÁS CON SANTA CLAUS Y PAPA NOËL EN ADVIENTO?
San Nicolás se relaciona con este tiempo litúrgico porque su memoria se celebra el 6 de diciembre y por su carisma de servicio y hospitalidad.
De san Nicolás, obispo de Mira (Licia), en Asia Menor, en el siglo IV, tenemos muchas noticias, pero es difícil distinguir las pocas auténticas del gran número de leyendas tejidas alrededor de este popularísimo santo. Varios cientos de Iglesias en el mundo llevan su nombre.
Su veneración se difundió en Europa cuando sus presuntas reliquias fueron llevadas de Mira por 62 soldados bareses (Italia) y colocados con gran honor en la catedral de Bari, para evitar que fueran profanadas por los turcos. Era el 9 de mayo de 1087.
Ya las reliquias habían sido precedidas por la fama de gran taumaturgo y por coloridas leyendas: La leyenda áurea.
San Nicolás tiene patrocinio sobre niños desprotegidos, pescadores, prestamistas y prostitutas. Su gran generosidad nos recuerda el gran mandamiento del amor de Jesús.
Es protector de vidas amenazadas por la violencia, pobreza y explotación. Es patrono de Rusia y Grecia.
Su memoria se transformó en el personaje de Nicolaus (Alemania) y de papá Noël y Santa Claus (países anglosajones).

 ¿LA VIRGEN MARÍA Y ADVIENTO?
El nombre de la Theotokos contiene toda la economía divina sobre este mundo (san Juan Damasceno, PG 94, 1029).
La memoria de la Madre de Dios está indisolublemente unida a la obra salvífica del Hijo. El Concilio Vaticano II declara:
En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo. En ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser (SC 103).
En adviento resuenan las antiguas voces proféticas sobre la Virgen y el Mesías. La figura de María, la madre mesiánica, está proféticamente bosquejada en el Antiguo Testamento. María es el testigo silencioso del cumplimiento de las promesas. Es la encarnación ideal del Antiguo Israel que ha llegado a la plenitud de los tiempos.
- En los libros del Antiguo Testamento aparece ya proféticamente bosquejada la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres (Gn 3,15). Por María nos llega el linaje de quien aplastará la cabeza al maligno (Gn 3,15; Ap 12).
- María es la nueva mujer, la nueva Eva, la primera redimida, abogada de Eva (san Ireneo), que restablece el sentido original de la historia de la salvación.
- María es la heredera de la fe de Israel en el Sinaí (Ex 19-24). El nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho (Ex 19,8; 24,3.7) es el Fiat del Antiguo Testamento.
- María es la Virgen que concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Enmanuel (Is 7,14; Miq 5,2-3; Mt 1,22-23).
- María con su anunciación es la hija de Sión (Lc 1,26-38). Lucas aplicará a la Virgen las profecías de Zacarías (2,14-15; 9,9-10), Sofonías (3,14-17) y Joel (2,21-27) dirigidas a la hija de Sión.
- María es el arca y tabernáculo de la nueva alianza. Es la morada de la presencia de Dios (sekinah), que encarna a su Hijo. Su seno puro y virginal es el arca de la alianza. La visita de María a Isabel está modelada según el traslado del Arca de la Alianza desde Baalá de Judá a Jerusalén, por orden de David (2 Sm 6).
- María es la personificación de Jerusalén Si Jerusalén será madre de todas las gentes (Is 49,21; Sal 87), María es la nueva Eva que con su Sí y su maternidad junto a la cruz se constituirá madre de todos los pueblos (Jn 19,26).
- La Virgen de Nazaret es el tipo representativo del resto de Israel; es decir, de ese pueblo humilde y pobre que confía en el nombre del Señor (Sof 3,12-13).
- María es la memoria plena de Israel pues ella conservaba todas las cosas en su corazón y las meditaba (Lc 2,51).
Y además, María está indisoluble y activamente unida al cumplimiento del misterio de Cristo en la encarnación, en la pasión-muerte-resurrección, y en pentecostés (LG 55-59); es decir, a lo largo de la economía de la salvación de su Hijo (LG 66).
María es presencia y ejemplo. La ejemplaridad de María respecto a la Iglesia reside en el hecho de que ella es la Iglesia-esposa asociada a la obra salvífica de Cristo:
- La llena de gracia, símbolo de una Iglesia que ha de ser santa.
- La Virgen del Sí, la sierva del Señor, la discípula que escucha, acoge y pone en práctica la Palabra de Dios: Hija del Hijo.
- La Madre-Iglesia junto a la cruz.

El Adviento y la Parusia o la Segunda Venida de Cristo


El adviento hace hincapié en la segunda venida de Cristo, o sea la parusía, y por eso se habla de un tiempo de espera y de alegría.
Pero muchas veces se confunde la segunda venida Cristo con el juicio final. Es así como debemos distinguir las distintas etapas del porvenir: la gran tribulación y el castigo, la segunda venida de Cristo y su reinado, y el fin del mundo y juicio final.
Adviento significa “espera”, pero también es la traducción de la palabra griega parusía, que significa “presencia”, o mejor dicho, “llegada”, es decir, presencia comenzada. En la antigüedad se usaba para designar la presencia de un rey o señor, o también del dios al que se rinde culto y que regala a sus fieles el tiempo de su parusía.
Es decir, que el adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas:
- primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él está presente de una manera oculta;
- en segundo lugar, que la presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y maduración.
Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo.
La Parusía es el acontecimiento que concluye la Gran Tribulación y da inicio al reino de Cristo en la Tierra.
La Gran Tribulación es la suprema batalla entre el bien y el mal, es la purificación previa a la Parusía, es el final de los tiempos actuales antes de que la naturaleza humana y la creación sean renovadas, es la siega que separa el trigo de la cizaña, es la realización del designio original del Creador, es la condición causal para el más grande manifestación de Dios en la historia.
Dice San Mateo: “Cuando veáis, pues, la abominable desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el Lugar Santo (el que lea que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (…), porque habrá entonces una Gran Tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo, ni la volverá a haber jamás” (Mt 24, 15).
Por la revelación de Mateo “ni volverá a haberla jamás” sabemos que después de la Gran Tribulación y de la Parusía, la historia humana continuará en esta Tierra. Pero, además, sabemos que esa historia humana continuará de forma totalmente renovada: por su poder y misericordia, Dios cambiará los tiempos actuales de pecado y desgracia, por tiempos de justicia y felicidad.

LOS SIGNOS DE LA PARUSÍA EN EL NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento ofrece varias señales que indicarán la proximidad de la Parusía, o segunda venida de Cristo a la tierra; estas señales son las siguientes: a).- El enfriamiento de la fe; b).- La aparición del Anticristo; c).- La conversión de las naciones paganas; d).- La conversión de Israel.
Todos los textos bíblicos en que se habla de la Parusía pertenecen al tipo literario llamado apocalíptico; en dicho estilo los signos son imágenes que evocan lo inaudito, tales como catástrofes cósmicas, la lucha del bien y el mal, las persecuciones, el hambre universal, en fin, dramatizaciones; y si bien es cierto que se presentan estos signos en conexión con la historia, hay que saber identificarlos como signos apocalípticos para poder interpretarlos en su justo valor: No es que pretendan tener una significación cronológica ni describir el futuro, sino que su objetivo es captar la atención del lector o del oyente, y son más que todo una especie de preámbulo en el cual se mencionan hechos dramáticos para que el lector caiga en cuenta de la importancia de lo que luego se va a exponer.
EL ENFRIAMIENTO DE LA FE
Este signo se encuentra en el evangelio de Lucas al final de la parábola de la viuda inoportuna y el juez inicuo (18, 1-8), donde la viuda insistió de tal manera que el juez, que ni siquiera temía a Dios, le concedió justicia con tal que dejara de estarlo molestando con su insistencia. La viuda es símbolo de los cristianos a quienes acomete la impaciencia y la pérdida de la fe porque no ven justicia en este mundo, y el evangelista concluye su parábola con las palabras de Jesús, “Os digo que os hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
El evangelista no dice en este pasaje nada acerca del tiempo en que la venida de Cristo va a suceder, él tan solo hace resaltar las dificultades que encuentran las personas para creer, porque esas mismas dificultades existían ya en el tiempo de Jesús.
LA APARICIÓN DEL ANTICRISTO
Este elemento del Anticristo se utiliza en el Nuevo Testamento para simbolizar las fuerzas que históricamente se han opuesto al Evangelio y que existen desde el comienzo mismo de la Iglesia, tales como el judaísmo que procuró la crucifixión del Señor, el imperio romano que perseguía a los cristianos, los herejes que atacaban a la Iglesia, los paganos que se burlaban de la fe cristiana, etc.; y puesto que las fuerzas contrarias al Reino de Dios existían ya, el hecho de que se mencionen en el Nuevo Testamento con la señal del Anticristo tiene por objeto indicar que la Parusía había ya comenzado desde entonces.
LA CONVERSIÓN DE LOS PUEBLOS PAGANOS Y DE ISRAEL
Esta doble conversión, de los paganos y de Israel, tiene que ver con la situación primitiva de la humanidad: en el episodio de la Torre de Babel mencionado en Génesis 11, se llenaron de confusión los hombres al confudirse sus lenguas como castigo a su soberbia; pero esa confusión deberá ser superada en el futuro cuando su falta sea perdonada gracias a la redención realizada por Jesucristo.
Al respecto, san Pablo escribió en Galatas 3,28: “Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que sois uno en Cristo Jesús”, porque cuando termine la distinción entre los paganos e israelitas, entre esclavos y libres, entre hombres y mujeres, se terminará la confusión nacida del pecado y se iniciará la nueva era de la salvación, y esto ocurrirá porque gracias a Cristo todos estaremos unidos.
La unidad de que hablamos ya comenzó a ocurrir en la Iglesia primitiva, cuando numerosos paganos y algunos judíos se volvieron cristianos a pesar de la dificultad que representaba para estos últimos convertirse viniendo del judaísmo. Por otra parte, en el concilio de Jerusalén los apóstoles acordaron no exigir a los paganos el cumplimiento de la Ley judía como condición para ser aceptados en la comunidad cristiana, hecho histórico en el que se ve cómo ya desde los primeros años se comenzó a dar la conversión de paganos y de israelitas.

EL MAGISTERIO
La espera de la inminente Parusía da un acento escatológico a la Iglesia primitiva, y ese acento se ve reflejado en su liturgia, en los símbolos de la fe y en los escritos de los Padres, como puede comprobarse en los documentos más antiguos: La Didajé, escrito del siglo II, se cierra con una evocación de la venida final del Señor “en las nubes del cielo”; Hermas, también escritor del siglo II, utiliza el término Parusía en sentido técnico (Sim V,5,3); san Justino, también del siglo II, distingue entre la primera y la segunda venida de Cristo, la primera sin gloria y la segunda con gloria (Apol. I,48,2; 54,7); lo mismo ocurre con san Ireneo, también autor del siglo II, y con otros escritores.
La fe en la segunda venida de Cristo quedó registrada desde los primeros símbolos con las palabras “ha de venir a juzgar…”; y fue posteriormente cuando se incluyó el calificativo “con gloria” para quedar finalmente como hoy lo conocemos: “ha de venir con gloria a juzgar…”. También la perspectiva de la Parusía se ha conservado desde entonces dentro de las celebraciones religiosas, como puede apreciarse en la liturgia de los sacramentos del Bautismo, la Eucaristía, el Matrimonio, etc.
Desde la época del Medievo hasta la época moderna el Magisterio de la Iglesia sólo ha hecho dos ligeras menciones a la Parusía: una fue durante el cuarto concilio de Letrán en 1215, y la otra en la profesión de fe del emperador Miguel Paleólogo el año 1267. Sería hasta el reciente concilio Vaticano II cuando el Magisterio se volviera a ocupar del tema para darle a la Escatología un mejor y más claro tratamiento en la constitución dogmática Lumen Gentium (números 48 y 49).

DISTINCIÓN ENTRE PARUSÍA Y FINAL DE LOS TIEMPOS
¿La parusía coincide con el fin del mundo? ¿El día del Señor, el juicio de las naciones apostatas, coincide con el juicio universal?
Si analizamos el gran juicio descrito en el capítulo 19 del Apocalipsis, que coincide con el arrebatamiento o parusía del Señor, del que habla San Pablo en sus dos cartas a los Tesalonicenses; que coincide a su vez con el retorno glorioso, prometido en los Santos Evangelios, especialmente el narrado en el discurso escatológico por san Mateo (cap. 24) hay que concluir que son dos actos distintos y distantes en la historia de la salvación.
El Apocalipsis habla del juicio universal en el cap. 20 y dice expresamente que entre el uno y el otro de estos dos juicios, transcurre nada menos que el espacio de un milenio como mínimo.
La diferencia principal entre el uno y el otro juicio es que el primero (la Parusía) es una intervención de Dios en la Tierra sobre los vivos para poner orden de modo radical donde triunfan los malvados, como ya aconteció en tiempos del diluvio y como también ocurrió en Israel cuando Dios separó su verdadero Israel, a saber, la Iglesia Católica, del Israel pervertido, destruyendo Jerusalén y poniendo en manos de los Romanos a toda la nación, que los dispersaron como esclavos en todas las partes del mundo.
Precisamente por esta semejanza Jesús mezcla la Profecía sobre la destrucción de Jerusalén con los tremendos castigos que se abatirán sobre la tierra en el momento de la Parusía; es la gran tribulación.
En la vigilia de la Parusía todos los hombres de buena voluntad se convertirán, nos dice San Pablo; y por último, también los hebreos, en masa como nación.
El que se hayan reunido de nuevo en la tierra prometida es una clara señal del fin de los tiempos.
Y después subirán sobre las nubes al encuentro de Cristo que viene, llevados unos y otros por ángeles, sin morir.
Quien sea dejado en la Tierra, al aparecer el Señor, morirá fulminado por los ángeles (recuerdese la noche del éxodo), por lo que la Tierra se convertirá en un gran cementerio, cubierto de cadáveres abandonados a la rapiña de los buitres.
Sobre la superficie de la tierra, al igual que en los tiempos de Noé, no quedará ningún vivo. O como en Sodoma y Gomorra.
La naturaleza selectiva del rapto en la Parusía lo expresa San Lucas con toda claridad: “Os digo que en aquella noche estarán dos en una cama, el uno será arrebatado y el otro dejado; dos mujeres estarán moliendo juntas, la una será arrebatada y la otra dejada; dos estarán en el campo, el uno será arrebatado y el otro dejado.
Luego, no es el juicio universal, porque entonces todos los resucitados irán a la vida o a la muerte eterna. Nadie será dejado para ser pasto de los buitres: “donde hay carroña allí se precipitan las aves de rapiña”.
El que no quede nadie vivo sobre la Tierra no quiere decir que ya no habrá habitantes en ella. Los nuevos habitantes serán los sobrevivientes elevados sobre las nubes por los ángeles, y devueltos más tarde a la Tierra, después del reordenamiento general que Jesús obrará para hacer “una Tierra no Tierra”, como dictó a María Valtorta en el Poema dle Hombre-dios (vol. III, pág. 661, edición italiana) con estas palabras: “Después, para los fieles al espíritu, vendrá el Paraíso, vendrá la Tierra no Tierra: el Reino de los cielos”.
En cambio, el juicio universal y absoluto o resolutorio, descrito en el Apocalipsis en el cap. 20, y por San Mateo en el cap. 25, es una intervención de Dios entre los muertos en una tierra muerta, en vísperas de desaparecer.
El primer acto de tal intervención será precisamente la resurrección de tales muertos, desde Adán y Eva hasta el último nacido sobre la Tierra y sepultado: ¡es la resurrección de la carne!. En cambio la carne de los muertos en la Parusía es devorada por los buitres.
Esta clara la diferencia queda confirmado por la presencia en carne y hueso de muchos sobrevivientes en la Parusía, que no son fulminados por los ángeles sino elevados sobre las nubes.
En cambio en el Juicio Universal no habrá en absoluto sobrevivientes en carne y hueso de ningún tipo. Sólo habrá hombres resucitados con su cuerpo glorioso y condenado.
Debemos admitir que los sobrevivientes de la Parusía retornarán a la Tierra en la hora precisa, y esto se deduce también por el dogma del pecado original, que tiene como consecuencia la herencia de la muerte total (alma y cuerpo) para toda la prole o descendencia de Adán, de la que se excluye solamente la Virgen Santísima por un privilegio especial por el modo de redención obtenido por Cristo en favor de su propia Madre
La Virgen de derecho, como descendiente de Adán y Eva fue deudora del estado de pecado original y la consecuente obligación a morir. Pero de hecho por singularísimo privilegio nació exenta del pecado original, inmaculada, en vista de su futura maternidad divina, obteniendo así un modo más perfecto de Redención, es decir, de la preservación siempre por los méritos futuros de Cristo Redentor.
Entonces la Parusía, el día del Señor, el día de la ira del Señor sobre las naciones apóstatas, el fin de los tiempos no se puede confundir ni englobar con el Juicio Universal del fin del mundo.
Y entonces adquiere un relieve especial la fórmula del Fe del Credo: Creo que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
La Parusía se convierte entonces en el punto culminante del Apocalipsis y de toda la historia humana, en el punto de mira de Paray le Monial (la Medalla Milagrosa) y de Fátima, con el encuentro directo y visible entre los dos protagonistas y antagonistas: Cristo y el Anticristo, con el consiguiente restablecimiento general del orden en toda la Tierra y en toda la humanidad; es la plenitud de la Redención que se extiende con todos sus benéficos efectos también a los rectores de la vida social y política, y aún de la vida físico biológica en toda la faz de la tierra: “La naturaleza espera entre dolores de parto, la manifestación de los hijos de Dios”, afirma San Pablo.
Pero sucede que la mayoría de los cristianos ha olvidado la doctrina esencial de la fe, que es la segunda venida de Cristo en su condición reinante.
Como consecuencia de esa concepción errada, espiritualizan tanto el reinado de Cristo que lo confunden con el Cielo. Para los primeros cristianos y para los Padres de la Iglesia no era así: ellos habían recibido de los apóstoles y evangelistas que Cristo volverá para reinar en este mundo durante un periodo largo, después de haber derrotado a Satanás, el cual aparentemente triunfará durante los siete años de la Gran Tribulación. Sólo después del largo reinado de Cristo, entonces sí vendrá el fin del mundo y el Juicio Universal.

El Adviento es Tiempo de Preparación para la Navidad


El tiempo de Adviento posee un doble significado: es el tiempo de preparación para Navidad, solemnidad que conmemora el primer advenimiento o venida del Hijo de Dios entre los hombres, y es al mismo tiempo aquel, que, debido a esta misma conmemoración o recuerdo, hace que los espíritus dirijan su atención a esperar el segundo advenimiento de Cristo como un tiempo de parusía piadosa y alegre…
Comienza el domingo más cercano al 30 de noviembre (día de San Andrés) que es el inicio del año litúrgico; terminando con las vísperas de Navidad. Durante este tiempo se cuenta con cuatro domingos de Adviento. Del 17 de Diciembre al 24 la misma liturgia intensifica la preparación de los fieles para vivir los días de Navidad.
En este período mas que fijarnos en la serie de hechos históricos que sucedieron antes del nacimiento de Cristo, se debe meditar en el misterio de la Salvación que en ellos se contiene. De alguna manera este tiempo nos hace repasar el camino de la salvación, preparándonos para seguirlo; el recuerdo de los hechos históricos que narran como Cristo que es Dios se hizo hombre para salvarnos reafirman nuestra fe.
La alegría de saber que ese Dios viene de nuevo a nosotros nos llena de Esperanza. El deseo de prepararnos para recibirle bien por la penitencia, el sacrificio o el ejercicio de la generosidad y amabilidad con los que nos rodean reaviva nuestra caridad.

HISTORIA DEL ADVIENTO
La palabra Adviento proviene del latín “Adventus” que significa la venida. En un principio con este término se denominaba al tiempo de la preparación para la segunda venida de Cristo o parusía y no el nacimiento de Jesús como ahora lo conocemos. Haciendo referencia a este tiempo la primitiva Iglesia meditaba sobre los pasajes evangélicos que hablan del fin del mundo, el juicio final y la invitación de San Juan Bautista al arrepentimiento y la penitencia para estar preparados.
No se sabe desde cuando se comienza a celebrar. En los antiguos leccionarios de Capua y Wursemburgo hacen referencia al Adventu Domini. En los leccionarios gregoriano y gelasiano se encuentran algunas plegarias con el título de Orationes de Adventu. Más tarde comienzan a aparecer las domínicas ante Adventum Domini, en las cuales al término adventus se le asocia con la preparación a la Navidad .
A pesar de que esta temporada es muy peculiar en las Iglesias de Occidente, su impulso original probablemente vino de las Iglesias Orientales, donde era común, después del Concilio ecuménico de Efeso en 431, dedicar sermones en los domingos previos a la Navidad al tema de la Anunciación. En Ravena Italia – un canal de influencia oriental a la iglesia de Occidente – San Pedro Crisóstomo (muerto en 450) daba estos homilías o sermones.
La primera referencia que se tiene a esta temporada es cuando el obispo Perpetuo de Tours (461-490) estableció un ayuno antes de Navidad que comenzaba el 11 de Noviembre (Día de San Martín). El Concilio de Tours (567) hace mención a la temporada de Adviento. Esta costumbre, .a la cuál se le conocía como la Cuaresma de San Martín, se extendió por varias iglesias de Francia por el Concilio de Macon en 581.
El período de seis semanas fue adoptado por la Iglesia de Milán y las iglesias de España. En Roma, no hay indicios del adviento antes de la mitad del siglo VI AD, cuando fue reducida – probablemente por el Papa Gregorio Magno ( 590-604) – a cuatro semanas antes de Navidad.
La larga celebración gala dejó su presencia en libros de uso litúrgico como el Misal de Sarum (Salzburgo), que era muy usado en Inglaterra, con su domingo antes de Adviento.
La llegada de Cristo en su nacimiento fue cubierta por un segundo tema, que también proviene de las iglesias galas, su Segunda venida al final de los tiempos.
Este entretejido de temas de los dos advientos de Cristo da a la temporada una tensión particular entre penitencia y alegría en la espera de Cristo que está por “venir”.

QUÉ HACE LA IGLESIA DURANTE EL ADVIENTO
Este tiempo de Adviento tiene dos significados:
• Preparación para la Navidad.
• Espera y preparación para la segunda venida de Jesús al final de los tiempos.
La Iglesia, durante las 4 semanas anteriores a Navidad y especialmente los domingos, dedica todas las lecturas, y la Misa a hablar y meditar acerca del nacimiento de Jesús en la tierra el día de Navidad. Y también a meditar acerca de su próxima llegada triunfal al final de los tiempos, y la disposición que debemos tener para recibirlo en ese día que no sabemos cuándo será.
La Iglesia utiliza el color morado en los ornamentos de los Sacerdotes y en las celebraciones, para recordarnos la actitud de cambio, preparación y sacrificio que debemos tener.
La Iglesia tiene un calendario “litúrgico”, que empieza el Primer Domingo de Adviento y termina el día de la Fiesta de Cristo Rey, el 22 de noviembre.
A pesar de que es una temporada solemne, no se lleva con el rigor con el que se lleva la Cuaresma, tal como antes se llevaba. La Iglesia Católica prohíbe la solemnidad del matrimonio durante el Adviento.
En muchos países está marcado por una variedad de observancias. La piedad popular en Adviento principalmente se dedica a representaciones musicales y teatrales basadas en las historias y profecías bíblicas de la natividad de Cristo.
En los Países Bajos en Adviento se toca una trompeta recordando el uso ritual de este instrumento cuando en el Templo de Jerusalén se tocaban las dos trompetas de plata anunciando una ofrenda a Dios.
En muchos hogares e Iglesias las devociones sencillas se asocian con la corona de Adviento , en la que cuatro velas se insertan y se prenden, una a una, cada semana, como símbolo de la llegada de la luz al mundo.

RECETA PARA VIVIR BIEN EL ADVIENTO
Reconcíliate. Con Dios (en la Confesión) y con tu prójimo.
Comparte. Da un poco de tu tiempo, tu dinero y tus cosas a otros que lo necesiten (aunque tengas poco, comparte lo poco que tengas).
Comulga. Acércate a Jesús en la Eucaristía, vive tu Misa, ve a Misa no solamente en domingo.
Ora. Dedica un poco de tu tiempo para hablar con Dios. Uno tiene tiempo para lo que ama. Si amas a Dios, dále un poco de tu tiempo.

Los Personajes Bíblicos del Adviento


Tres son los personajes bíblicos principales que, en el tiempo de Adviento, nos preparan para el encuentro con Cristo: el profeta Isaías, Juan el Bautista y María.
Cada uno de ellos tiene una relación misionera especial con el Salvador que viene: Isaías lo preanuncia, Juan lo señala ya presente, María lo ofrece…
Pero hay otros personajes que también tuvieron una relación particular con el niño Jesús: San José, Zacarías, Isabel, Simeón, Ana…
En Israel, entre los llamados “pobres de Yahvé”, la espera de un Mesías era intensa, aunque para muchos resultaba confusa y estaba mezclada de esperanzas humanas.

ISAÍAS, EL HOMBRE DE LA ESPERANZA
El profeta Isaías quiere abrir los ojos y el corazón del pueblo a la esperanza en un futuro de libertad y de retorno a la patria, porque se acabó la esclavitud de Babilonia. La consolación que el profeta anuncia con insistencia no es sólo de palabras, sino con indicaciones para preparar en el desierto un camino al Señor. Dios mismo se hace pastor que reúne el rebaño y lo conduce con amor. Es preciso gritar en voz alta este mensaje de esperanza.
* Su nombre hebreo sería Iesayaú, que traducido significa Yavé es ayuda, se siente llamado al profetismo más o menos a los 25 años de su edad y profetizará al Pueblo de Dios durante cuarenta años. Su misión fue difícil: debía anunciar a sus compatriotas la huida de Israel y de Judá, en castigo de las infidelidades e idolatrías de su pueblo.
* Recibió en el Templo de Jerusalén su vocación de profeta, Is 6, 1-13, y esa manifestación de Dios, muy calcada en el género literario de otras vocaciones bíblicas, lo marcó profundamente. Por una parte, Dios le muestra su grandeza y su trascendencia, la inmensidad de lo que Él es, el Santo de Israel, Yavé de los Ejércitos; y esta manifestación pone muy en claro la poquedad del elegido y la desproporción de sus potencialidades para desempeñar la difícil misión que le encomienda Yaveh. Estas dos realidades antagónicas, la trascendencia de Dios y su propia limitación e indignidad de su persona, marcarán a fuego todo el aporte y el servicio profético de Isaías y su lucha constante por lograr la pureza del Yavismo en Israel y la fidelidad a la Alianza.
* El ambiente político que le tocó vivir fue muy tenso y difícil por la amenaza constante y creciente de Asiria: La superioridad del enemigo es muy clara y, de nuevo, esa claridad ahonda aun más y pone de relieve la pobreza y la limitación del profeta y del pueblo.
* Frente a esta situación de incertidumbre se producen dos reacciones entre los judíos creyentes: una, la de los reyes y dirigentes del pueblo que buscan hacer alianzas y pactos con otros pueblos oprimidos para ver la manera de liberarse del invasor; la otra es la de Isaías y un número reducido de fieles que, partiendo del reconocimiento de su pobreza, ponen su confianza y su fe solamente en el Señor, en la certeza que será Él el único y el auténtico liberador.
* Isaías interpreta el peligro y la amenaza extranjera desde su punto de vista profético, y no como lo habría hecho un observador político: Es Dios el que habla y frente a este Dios que se manifiesta, hay que tomar algunas actitudes concretas para purificar nuestra relación con Él y para asumir el camino que el mismo Señor nuestra a su Pueblo.
Subrayamos algunas líneas de su enseñanza profética:
I – Frente al culto de Yaveh, amenazado por el formalismo ritual y la idolatría, Isaías proclama la trascendencia de Dios. Pero esa trascendencia que, por definición supone lejanía, superioridad, altura, en el Dios de Israel es cercanía, amistad, misericordia, protección: ¡Dios está cerca de Israel, lo cuida, lo sana, lo dirige, renueva alianza con él! Las dificultades de la esclavitud no deben oscurecer la certeza de que Yaveh es el que salva;
II – Frente a las injusticias y la opresión que los poderosos ejercían sobre los débiles del pueblo, Isaías proclamará un mensaje religioso y será la voz de Dios que llama y denuncia a los esclavizadores de sus hermanos, denuncia que buscará siempre la conversión del pecador y del injusto.
III – Para lograr esto Isaías predica la cercanía del Dios de la Alianza e invita a una confianza ilimitada en Yaveh, más bien en el amor providente de Yaveh. El Dios que ha estado escondido, aparecerá para calmar los dolores de su pueblo y para sanar sus heridas. Pero esto no se realizará sin la entrega confiada e incondicional del creyente: aunque la salvación viene de la bondad de Dios, la confianza de sus fieles será garantía y certeza de salvación.
* Volver al Señor, es el centro iterado y repetido de su predicación: Y la vuelta supone una renovación comprometida de la Alianza pactada en tiempos antiguos y que fue pisoteada por los infieles judíos, un volver de los ídolos a la intimidad con el Señor.
* Tal vez el mensaje y el modelo de Isaías podríamos resumirlo en estos puntos:
a) sustituir los criterios y las seguridades humanas por los ideales propuestos por Dios; confiar más en el Señor que en las ayudas de salvación que nos puedan venir de los hombres, de las instituciones, de los pactos con los poderosos;
b) redescubrir el verdadero rostro del Yaveh, despojarnos del concepto negativo que se tiene de Dios y descubrirlo como el Dios clemente, compasivo, misericordioso, siempre dispuesto a perdonar y comprender;
c) aceptar nuestra indigencia, nuestra falta de méritos, nuestra pobreza, como punto de partida en la vuelta a Dios; jamás uno que no se sienta indigente, saldrá de sí para pedir ayuda o perdón;
d) condiciones para lograr el reencuentro con Dios: La fe incondicional en el Señor; la confianza absoluta en su bondad y en sus promesas de salvación que, aunque hayan estado limitadas por el castigo, este castigo era el correctivo necesario para el pueblo lograra comprender la bondad salvadora de Yaveh.
* Textos bíblicos: Vocación de Isaías Is 6, 1-12;
La promesa de salvación, Is 32, 15 al 33, 6;
Dios se manifiesta salvando, Is 61, 1-3.

JUAN BAUTISTA, EL PREDICADOR DE LA CONVERSIÓN
Juan el Bautista hace aún más concreto el mensaje de Isaías: él mismo prepara el camino al Señor, “predicando un bautismo de conversión”, anunciando la presencia de Uno que puede más que él, que bautizará con Espíritu Santo. Gracias al anuncio misionero y a la preparación del nuevo camino al Señor “en el desierto”, cambia realmente el panorama espiritual del creyente.
* Juan el Bautista es otro de los modelos bíblicos clásicos del Adviento. Es santificado por Cristo en el seno de su madre Santa Isabel aun antes de nacer. Lleva una vida austera y de profunda comunicación con Dios en el desierto. Adquiere conciencia clara de su rol de profeta y no de cualquier profeta, sino el que ha de señalar con su dedo al Mesías. Y eso lo hace descubrir, igual que Isaías, la trascendencia de Dios y la poquedad de su persona. Y toda esta experiencia la comparte con los israelitas en una predicación fuerte y valiente que lo lleva a desenmascarar la mentira y el vicio y a anunciar con entereza la conversión, la verdad y el bien hasta el supremo sacrificio.
* Por esta conciencia de la trascendencia de Dios y de su propia poquedad es que se declara indigno hasta de desatar la correa de las sandalias de Jesús. Es necesario que el Mesías crezca y Juan mengue ante Él. No quiere bautizar a Cristo.
* Hombre de profunda fe y de valiente compromiso en el seguimiento de su vocación. Hasta dar su vida por los valores y por la verdad que predica.
* Pero su fe sufre la prueba: Mt 11, 1-6. Se siente desconcertado [¿defraudado?] por la pobreza de Jesús, por sus medios demasiado simples o rutinarios: Cristo asume como discípulos a hombres de poco cultura; predica a los sencillos y se pelea con los dirigentes del pueblo judío; su lenguaje es demasiado simple. Y esto desconcierta al Bautista, hombre profundamente anclado en las categorías religiosas israelitas y para quien era tan clara la trascendencia, la infinitud y la grandeza de Dios. En su concepto, el enviado de Yaveh no podía rebajarse tanto.
* Y en esa situación Juan Bautista acude a Cristo mismo: ¿Eres tú… o debemos seguir esperando?… Y la respuesta de Jesús fue el testimonio bíblico de las características del Mesías: hace oír a los sordos, hablar a los mudos, evangeliza a los pobres… Y Jesús añade una respuesta específica a Juan, al escandalizado Juan: ¡Dichoso el que no tomare de mí ocasión de tropiezo…!
* La trascendencia de Dios que tan clara era para el judío Juan lo llevó a no poder aceptar las formas de salvación encarnadas en Jesús. Y por haber acudido a Cristo en su duda e incertidumbre, recibió del Señor la confirmación de la fe. Y esta maduración y confirmación se logró cuando supo despojarse de su criterio religioso y humano; cuando aceptó el plan de manifestación simple y sencillo que Dios hacía a través de su Hijo; cuando se dio cuenta que Dios estaba cerca, muy cerca de quien lo busca.
* Así Juan Bautista, frente a la manifestación de Dios en Jesucristo, nos entrega varias lecciones:
a) Aceptar y apreciar la grandeza trascendente de Dios y nuestra poquedad, miseria y limitación. Nos enseña a ubicarnos delante de Dios, a asumir nuestro lugar y rol en la salvación que Dios quiere protagonizar en nosotros a través de su Hijo: Conviene que Él crezca…;
b) Tener sensibilidad ante el paso del Señor; saber descubrir su cercanía. Y cuando no logremos descubrirla, acudir al Señor para que sea Él quien ilumine el camino de nuestra fe y de nuestra experiencia con Él;
c) Tener una flexible capacidad de conversión, de acomodamiento a los planes de salvación que el Señor tiene para salvarnos, planes que no siempre coinciden con nuestros criterios y categorías. O más bien, que son siempre distintos y lejanos a los nuestros;
* Juan Bautista nos enseña, por una parte, que es necesario aceptar la humildad de la manifestación divina: ¡Dichoso el que no se escandalizare en mí! Y resulta también un admirable ejemplo de pobreza y limitación: Conviene que Él crezca y yo disminuya. Para llegar a Dios, Juan Bautista asumió dos actitudes de humildad: aceptó la pobreza de los medios de manifestación de Jesús y experimentó la cercanía de la Salvación, no sólo en forma pasiva en el seno de su madre, sino sobre todo en la aceptación dificultosa de los planes de Dios en su Hijo Jesucristo.

MARÍA, LA MUJER QUE OYÓ, MEDITÓ Y VIVIÓ LA PALABRA
Con el nacimiento de Jesús mediante su madre María, comienza de veras el “cielo nuevo y la tierra nueva”. Una realidad que, de modo ejemplar, está ya presente en María, la toda pura, sin mancha: ella es la Inmaculada (8 de diciembre).
La Virgen María fue la Madre del Primer Adviento que acabó en Belén hace veinte siglos, y es también la Madre del Segundo Adviento que concluirá con el próximo retorno de Jesús en la gloria y nos invita a prepararle el camino. Lo mismo que Jesús vino la primera vez por María, vendrá de nuevo por medio de Ella.
* El que logró realmente ser pobre del Señor pudo percibir la manifestación y la presencia salvadora de Dios en su vida. El Evangelio nos presenta a María, la Madre de Jesús, como una mujer dichosa por haber creído, por haber descubierto a Dios y por haberse sabido fiar de Él.
* El Evangelio nos la muestra en un proceso de esa aceptación y de este acercamiento al Dios que se le manifestaba. La Virgen escuchó meditó y vivió el contenido de la Palabra o manifestación de Dios a través de su Hijo.
* María escucha la Palabra. Y por esa razón fue dichosa. Tuvo estrecho contacto con su Hijo en el hogar de Nazaret, en donde Cristo vivía los contenidos que después, en los días de su vida pública, palabrizó; oyó atónita el mensaje del ángel el día de la Anunciación; escuchó la profecía que Simeón le hacía.
* Pero en la aceptación de la Palabra y en su proceso de fe, María también siguió el caminar corriente de todos los creyentes. Como no comprendía el sentido y la proyección de lo que escuchaba como manifestación del querer y de los planes de Dios, la Virgen meditaba y reflexionaba, guardaba en su corazón el mensaje de Dios.
* Y la grandeza de la Madre de la Iglesia consistió en vivir el contenido de esa manifestación de Dios, vivencia que no le fue fácil, sobre todo cuando veía la marginación que se hacía de su Hijo en los días de su vida pública, y más todavía cuando estaba de pie junto a la cruz de su Hijo, asumiendo su rol y viviendo su hora junto a Jesús Salvador. Así se constituyó en madre de los creyentes y medianera del pueblo de Dios.
* Frente a la nueva manifestación de Jesucristo como Salvador, que sacramentalmente celebramos en este Adviento, la Iglesia nos propone el modelo bíblico de María para que nosotros también asumamos este ejemplo de docilidad, docilidad que, en el itinerario de fe de la Virgen, no estuvo exenta de dudas e incertidumbres, pero que supo apoyarse en la bondad infinita del Dios que nos ama y que, por ese amor, nos salva en su Hijo.
En base al artículo de Fray Sergio Uribe G., Capuchino.


La Santísima Virgen María y el Adviento


El tiempo de Adviento en el que nos encontramos, nos pone a la Virgen como intercesora y como modelo, con la Iglesia podemos decir que es el tiempo propiamente Mariano.
Toda a preparación de Dios a su pueblo alcanza su culmen en la Santísima Virgen María, la escogida para ser la Madre del Redentor. Ella fue preparada por el Señor de manera única y extraordinaria, haciéndola Inmaculada. Tanto le importa a Dios preparar nuestros corazones para recibir las manifestaciones de su presencia y todas las gracias que Él desea darnos, que vemos lo que hizo con la Santísima Virgen María.
Viene muy bien por lo tanto en pleno Adviento la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En esta fiesta de la Virgen vemos a Nuestra Señora aplastando la cabeza de la serpiente, Ella por un privilegio muy especial ha sido preservada del pecado original heredado de nuestros primeros padres en el Paraíso Adán y Eva con el que todos nacemos, y que se nos borra con el Bautismo, aunque no las consecuencias que es la concupiscencia y que en palabras del Apóstol San Pablo podríamos decir que “hago el mal que no quiero hacer y el bien que quiero hacer tanto me cuesta”.
El Adviento nos pone a la Virgen como modelo: “La Virgen esperó con inefable amor de madre”. Sobre todo en los últimos días del Adviento la Virgen aparece como la creyente que espera la llegada del Mesías, en Ella encontramos cumplidos los anhelos y deseos de todos los justos y santos del Antiguo Testamento que esperaban con gozo la venida del Salvador.

LA PREFIGURACIÓN DE MARÍA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Es por tanto el papel de la Virgen en la “Historia de la Salvación” muy esencial, no accidental como dicen los protestantes, sino esencial como afirma la Iglesia Católica.
Y vemos esto ya desde las primeras páginas del Génesis, el capítulo III donde se nos narra la historia terrible del pecado original, allí vemos como Dios, una vez que Adán y Eva han pecado no nos abandona a nuestra propia suerte, sino que al momento nos promete un Salvador, cuando dice a la serpiente (al Diablo): Pongo perpetua enemistad entre ti y la Mujer (la Virgen), entre tu linaje y el suyo, Ella (la Virgen) te aplastará la cabeza, mientras que tú no la dañaras en el talón”. Este texto fundamental es lo que los Santos Padres de la Iglesia han llamado el protoevangelio, porque allí Dios ya nos presenta su plan salvador y en este plan la Virgen ocupa un papel esencial y principal.
Al respecto podemos recordar las Apariciones de la Medalla Milagrosa o de Guadalupe de México donde la Virgen aparece “aplastando la cabeza de la serpiente”, una imagen muy Bíblica.
Todo el Antiguo Testamento está lleno de imágenes y figuras que son representaciones de la Stma. Virgen:
- El pozo de Jacob
- La Zarza que arde sin consumirse en el Sinaí
- La vara de Moisés
- El Arca de la Alianza
- La Torre de David
Las Santas mujeres del Antiguo Testamento también son representaciones de la Virgen que destaca cada una de ellas algún aspecto de la intercesión de María para con el Pueblo de Dios:
- Sara
- Judit
- Rhut
- Rebeca
- Esther
- Abigail
Todo el Antiguo Testamento va preparando al Nuevo en imágenes, figuras y representaciones, sobre todo los datos esenciales. Como María es esencial en la Nueva Economía de la Salvación que nos trae Nuestro Señor Jesucristo, su presencia espiritual en el Antiguo Testamento es latente.

ADVIENTO: PONER LA MIRADA EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
En el Evangelio de San Lucas, cuando el Señor anuncia el año de gracia, dice que “todos los hombres fijaron su mirada en El” :en medio de las grandes oscuridades del mundo, aparece su luz. “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pudieron apagarla” (Sn. Jn. 1).
La historia de la salvación tiene en Cristo su punto culminante y su significado supremo. Él es el Alfa y el Omega, el principio y el fin. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él. Es el Señor de la historia y del tiempo. En Él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y la historia. El es el mismo, ayer, hoy y siempre.
La encarnación es la revelación de Dios hecho hombre en el seno de María Santísima por obra del Espíritu Santo. Viene al mundo a través de Ella, prepara con una gracia excelentísima, única y singular, a Aquella que sería su Madre, su portadora, el canal privilegiado y la asociada por excelencia en la obra de redención.
Dios intervino en la humanidad a través de la mediación materna de María. Siempre será así. Es a través de Ella que viene el Redentor al mundo. Es Ella quien lo trae y presenta al mundo.
Por eso, no podemos fijar la mirada en la Encarnación del Verbo, sin contemplar necesariamente a la Virgen Santísima.
Ella es instrumento singularísimo en la Encarnación. Por su fiat Dios se hace hombre en Ella. San Bernardo dijo: “nunca la historia del hombre dependió tanto, como entonces, del consentimiento de la criatura humana”.
En este tiempo de Adviento, en que fijamos la mirada en la Encarnación del Verbo, para prepararnos mejor a su manifestación, debemos contemplar a María, Aquella elegida para estar unida a este gran misterio.
“La alegría de la Encarnación no sería completa si la mirada no se dirigiese a Aquélla que, obedeciendo totalmente al Padre, engendró para nosotros en la carne al Hijo de Dios. Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz”.
Ella nos conduce a contemplar el Misterio de la Encarnación, pues es partícipe como nadie.
Ella nos dirige como la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor. Ella la elegida para traer al Verbo, vive el Adviento, la espera del Salvador, nos enseña a abrir de par en par el Corazón al Redentor, como tanto nos ha pedido el Siervo de Dios Juan Pablo II.
Como se espera con corazón abierto al Redentor. No podemos vivir plenamente el Adviento sin dirigir la mirada al primero y al personaje que lo vive. Ella es el corazón que ha sido preparado por Dios para esperar, para abrir el camino al Salvador.

LAS VIRTUDES TEOLOGALES: FE, ESPERANZA, CARIDAD
El Adviento de la Virgen María está marcado por las tres grandes virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.

LA FE DE LA VIRGEN MARIA
La Fe es la virtud por la cual creemos firmemente en las verdades que Dios ha revelado. “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la certeza de las realidades que no se ven” (Heb. 11,1).
La fe es una virtud infusa o sea dada por Dios directamente en el alma. Pero hay que alimentarla y hacerla madurar a través de nuestros actos de obediencia y confianza.
Creer nunca ha sido fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras.
La Virgen Santísima, tuvo una fe ejemplar. No ha existido criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre, ya que su vida requirió de su corazón una fe heroica capaz de poder responder en plenitud al misterio al cual se le llamó y en el cual siempre viviría.
Según el Evangelista San Lucas, la Virgen María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe.

LA FE DE MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN
Desde el saludo: “Ave, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1,18), requiere fe pues el ángel le presentaba toda una identidad de la que ella no estaba consciente. Es por eso que leemos que María se turbó ante aquellas palabras. La razón es porque el ángel la invita a darse cuenta de lo privilegiada que había sido por Dios y de lo sublime que era la elección de Dios hacia ella. Solo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel le dice que es en el plan de Dios: La llena de gracia. La fe de María la lleva a aceptar con humildad el misterio de su propio ser, ya que ella es situada en un lugar singular para una criatura humana.
Fe para creer que su Hijo, sería llamado hijo del Altísimo. El Dios hecho hombre, la Palabra encarnada.
La pregunta de María: “¿y cómo será esto pues no conozco varón?” no es una duda, o falta de fe, sino como muchos padres de la Iglesia concuerdan en decir, María aparentemente había hecho un voto de virginidad y aunque estaba desposada con José de hecho no intentaba romper su voto. Y es por eso la pregunta, pues ella debía oír de Dios como se daría esta concepción siendo ella virgen, ya que humanamente su maternidad era imposible. Pero es precisamente este camino de la imposibilidad el que Dios elige para demostrar que en realidad para Dios todo es posible.
La fe se convierte para María en la única medida para abrazar no solo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos.
Las palabras con que la Virgen María da su asentimiento: “Hágase en mi según su palabra”, nos revelan la consciente aceptación de su función, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están mas allá de la medida de la inteligencia, y los pensamientos humanos. Y esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.
“He aquí la esclava del Señor” esta es una profunda confesión de humildad y obediencia, pero sobre todo de confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontrara el mas mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra creadora. (“la Palabra se hizo carne”). Ella creía tanto en la Palabra de Dios, que se hizo carne en su seno virginal. Si tuvieran fe como grano de mostaza, nos dijo el Señor, dirían a las montañas muévete y se moverían. Que clase de fe la de María Santísima que alcanzó ese inexplicable milagro: una concepción virginal….
San Agustín: “Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre”.
María escucha plenamente, acoge y medita dentro de su corazón, para dar fruto. Esta palabra, que requiere fe, disponibilidad, humildad, prontitud, es aceptada tal como se deben acoger las cosas de Dios. En María debemos reconocer las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Luc. 11,27) Por lo tanto, la maternidad de María no es solo ni principalmente un proceso biológico. Es ante todo el fruto de la adhesión amorosa y atenta a la palabra de Dios.
Cuando María dijo: “Hágase en mi según su Palabra”, dio su consentimiento no solo a recibir al Niño, sino un sí a todo lo que conllevaba el ser la Madre del Salvador. Este consentimiento de María pone de relieve la calidad excepcional de su acto de fe. Fe: es ante todo conversión, o sea, entrar en el horizonte de Dios, en la mente de Dios, en los pensamientos de Dios y de sus obras.
En el Cántico del Magníficat: Isabel dice a la Virgen María: “Bienaventurada por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 2:45), e inmediatamente después María responde a ese reconocimiento de su fe, con el cántico del Magníficat, que considero es un canto de fe profunda, que fluye de un corazón auténticamente humilde. Pues la fe solo nace en un corazón humilde y sencillo.
“Miró con bondad la humillación de su sierva” -Solo reconociéndose nada es que puede apreciar y a la vez necesitar fe para creer en las maravillas que Dios había hecho y haría con ella.
“En adelante me felicitaran todas las generaciones” -Fe de que la vida plena en Dios da frutos abundantes.
“El poderoso ha hecho grandes cosas en mi” -Fe de que Dios interviene en la vida de sus hijos.
“Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen”. Y empieza a describir lo que por fe sabe que Dios hará con su pueblo.

EN EL NACIMIENTO DE JESÚS
Todos los demás acontecimientos de la vida de María Santísima pueden comprenderse tan solo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera.
Pensemos en la extrema pobreza….¿no era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había anunciado el nacimiento del Mesías, un Mesías Rey tan pobre que ni siquiera tenia casa propia y que recibía tan solo el homenaje de unos humildes pastores?. ¿ En que consistía entonces ese reino que había mencionado el ángel?. ¿No se habría engañado ella al interpretar esas palabras?
Las apariencias parecerían desmentir su fe; pero es por eso que “María guardaba todas las cosas en su corazón”, porque quería a través de la fe descubrir la profundidad de las cosas y llegar incluso a creer con mas intensidad. Este guardar todas las cosas en su corazón, era una búsqueda honesta del sentido de los acontecimientos que ella se empeña en explorar porque esta segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede dejarla desamparada.

MARÍA, PEREGRINA EN LA FE SEGÚN EL VATICANO II
En el documento conciliar LUMEN GENTIUM capitulo VII, la Iglesia nos habla acerca de la fe de María Santísima.
1) Itinerario de Fe: Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios.
-A pesar de que esto es fruto de la gracia, es al mismo tiempo obra de la colaboración propia de María con el plan de Dios. Los padres de la Iglesia nos enseñan que María no fue un instrumento pasivo en manos de Dios, sino que cooperó en la obra salvación del hombre con fe y obediencia libres.
San Ireneo: “creyendo y obedeciendo se hizo causa de salvación para si misma y para todo el genero humano”.
“Lo atado por la incredulidad de Eva lo desató María mediante su fe. El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María” (Lumen Gentium # 56)
“Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo en pie, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas maternales a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado” (Lumen Gentium # 58)
2) La fe de María es modelo para la Iglesia: pues igual que María, la Iglesia tiene su propio itinerario, y es la fe la que guiara a la Iglesia por todos los instantes de su vida. ¿No fue acaso la fe de María la que pidió a su Hijo el milagro en Caná, a través del cual, los discípulos creyeron?
La fe de María fue la mas perfecta: las verdades sublimes le fueron presentadas y ella las acepto con prontitud y con constancia. Ella fue llamada a tener una fe difícil. Pues si es verdad que Dios hizo en ella “cosas grandes” (Lc. 1:49), no debemos olvidar que esto requirió que ella estuviera a la altura de esa dura tarea que se le fue confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y virginal, como a la capacidad de vivir y convivir permanentemente con el misterio de la persona de su Hijo y su plan de redención.
María creyó:
-Con prontitud: No dudo ni un instante. “hágase en mi según su voluntad”.
-Con constancia: en las tantas pruebas y tribulaciones de su vida, su fe fue siempre fuerte y generosa. Como una roca en el medio del mar que las tormentas no pueden mover.

LA ESPERANZA DE LA VIRGEN MARÍA
“Bienaventurado el que espera en Yahveh” (Sal 33,9).
“Bienaventurado aquel cuya esperanza es Yahveh, su Dios” (Sal 146,5).
La esperanza es una virtud teologal nacida de la fe; la espera es una actitud vital nacida de la esperanza y del amor. “Esperar en”… es tener esperanza; “esperar o aguardar a”.. es anhelar al que es objeto de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
Por esto es que nadie espera si no cree: “Aguardando la bienaventurada esperanza” (Tito 2,13)
La esperanza se funda en un atributo de Dios; su bondad y su fidelidad a las promesas; la espera se refiere a un encuentro personal con el amado.
María esperó, en primer lugar, que, con la gracia de Dios, podía ser esposa virgen. Estaba ya desposada con San José y se mantenía firme en su propósito de no conocer varón. El Espíritu Santo, que la iluminó para mostrarle el camino de la vida consagrada a Dios, la fortaleció para confiar que pudrían unirse en su vida el ser verdadera esposa y el mantenerse siempre virgen. Y no fue defraudada en su esperanza: el mismo espíritu que a ella la guía por el camino de pureza inmaculada sembró en el corazón de San José, el varón justo, un amor tan casto que hizo posible un matrimonio virginal.
Cuando el ángel le revela los designios de Dios acerca de su maternidad por obra del ES, y no efecto de unión con ningún varón, María espera también, contra toda esperanza natural, que sin intervención humana se depositase en su seno la semilla de la vida, la encarnación del Verbo.
María advierte la angustia y la duda de su esposo San José al conocer de su embarazo. Ella pudo sencillamente manifestar a José el misterio que a Ella se le había revelado, con lo cual sus angustias hubieran desaparecido; pero ella prefería esperar en el plan perfecto de Dios y repetir como en el salmo 74: “Alzate, Oh Dios, y defiende tu causa”. Por eso María callaba, oraba y esperaba en Dios. Y por su espera, un ángel se le aparece en sueños a José y le revela que María concibió por obra del ES y que el fruto de sus entrañas virginales seria el Salvador del mundo, el Emmanuel, el Mesías.

ESPERANDO A DIOS
Ya antes de que el arcángel la visitara en Nazaret, María esperaba como fiel israelita, con fe mesiánica, la venida del Redentor. Si las Escrituras nos dicen que Simeón “esperaba la consolación de Israel” y que José de Arimatea “esperaba el reino de Dios”, podemos imaginarnos como María (la inmaculada) esperaba tan ardientemente al Mesías. Lo esperaba con tanta fuerza y anhelo que mereció ser la escogida para tenerle en su seno, siendo así la mas “bendita entre las mujeres”.
Desde el momento que María dio su consentimiento al anuncio del ángel, Ella espera ver con sus propios ojos la plenitud de la promesa hecha por el ángel. Lleva en su corazón la expectación de tener a Dios hecho hombre en sus entrañas, su hijo ya presente dentro de ella. Es este precisamente el misterio del Adviento…esperar con alegría y añoranza la revelación del hijo de Dios. Es María quien inicia el Adviento, y es de Ella de quien la Iglesia aprende a esperar, a permanecer en ese estado de expectación. La Iglesia aprende de María Santísima a vivir el adviento.
A partir de aquel momento de la anunciación empezó en María una nueva espera. Ya estaba llena de Dios por dentro; pero quería estarlo también por fuera. Ya tenía al Verbo encarnado en su seno, pero quería tenerlo también en sus brazos y en su regazo. Ya le notaba en sus entrañas, pero ansiaba verle con sus ojos, oírle con sus oídos, besarle con sus labios, abrazarle con sus brazos, amamantarle con sus pechos.
Por eso María le esperaba con tan firme esperanza. Y a medida que se acercaba el día y la hora, aumentaba en María, el ansia y el deseo de la llegada del Mesías. Ni los mas arrebatadores anhelos de los místicos, cuando en su noche oscura esperan que el Señor se les revele, se puede comparar al anhelo de la espera de María en la noche de Belén.
Con un ardor inmensamente mas encendido, con una esperanza sin comparación mas firme, con un anhelo infinitamente mas vehemente, con un ansia indeciblemente mas sosegada, espero María la hora del alumbramiento.
“Los fieles, considerando el amor inefable con que la Virgen madre espero a su Hijo, están invitados a tomarla como modelo y a prepararse a salir al encuentro del Salvador que viene, velando en oración y cantando su alabanza” (misal romano prefacio de Adviento)

LA CARIDAD DE LA VIRGEN MARÍA
Pero la espera de María no era egoísta, no se basaba en la expectación simplemente de su hijo, sino del Mesías, el Salvador del mundo, quien venia por amor a los hombres a salvarlos. Es por esto que desde el principio hasta el final, María tendrá siempre una disposición interior de caridad y pobreza: nunca poseyendo al hijo sino entregándolo. Por lo tanto, en su espera por el hijo que nacerá, ella esta conciente que vendrá para el mundo y no para que ella lo posea. Es por eso que vemos en las Escrituras que María, lo coloca en el pesebre y lo acuesta, en ves de estrecharlo para si.
La espera de María, el adviento de María, es también una preparación al sufrimiento, una preparación: para el rechazo, el establo, la pobreza, el martirio de los niños, la huida a Egipto sin saber cuando regresarían, para la perdida de Jesús en el templo hasta encontrarlo, para la separación a la hora de entrar en su vida publica, para recorrer al lado de su hijo el camino de la cruz, para esperar la Resurrección, para separarse de el en su Ascensión y esperar por el momento en que se reunieran en el cielo.
Toda esta esperanza de María la prepara para oír a Simeón quien le anunció que, por su unión a la misión redentora de Cristo, ella participaría de sus persecuciones, hasta el punto de que “una espada traspasaría su alma” (Luc. 2,35). Ella no se atemorizó ante esta profecía, puso en Dios su esperanza y, cuando llegaron las horas sombrías de Egipto, de Jerusalén y del Calvario, sostenida por la gracia del Señor, vio siempre que era verdad que Dios no desampara a los que esperan en El.
Y esta fe y esperanza de María que fluyen tan abundantemente de su caridad, la preparan para la gran noche del alumbramiento, la noche de Navidad, cuando el hijo de Dios y de María, nace en un establo de Belén en medio de vicisitudes, negaciones, rechazo, pobreza…..Su espera, su fe, su caridad, la hacen descubrir en esa noche fría y entre animales, la gran noche de la gloria de Dios, donde el Mesías nace para traer a los hombres la salvación.
En base a Rev. P. Andrés García Torres y Madre Adela Galindo.

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