Señor, tus juicios me asombran como un espantoso trueno, y hieren todos mis huesos, penetrados de temor y temblor, estremeciéndose de ellos mi alma. Estoy atónito, y considero que ni los cielos son limpios en tu presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será de mí? Cayeron las estrellas del cielo; yo que soy polvo, ¿qué presumo? Aquéllos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron a lo bajo; y a los que comían pan de ángeles vi deleitarse con el manjar de animales inmundos.
No hay por tanto santidad, si tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará ninguna sabiduría, si tú dejas de gobernar.
No hay fortaleza que ayude, si tú dejas de conservar. No hay castidad segura, si tú no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu sagrada vigilancia. Porque en dejándonos, luego nos vamos a fondo y perecemos; mas visitados por ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos, mas por ti estamos firmes; nos entibiamos, mas tú nos enfervorizas.
¡Oh cuán humilde y bajamente debo pensar de mí! ¡En cuán poco me debo tener, aunque parezca que tengo algo bueno en mí! ¡Oh Señor cuán profundamente me debo someter a tus insondables juicios, donde hallo no ser otra cosa, sino nada y pura nada! ¡Oh carga inmensa! ¡Oh piélago que no se puede nadar, donde no hallo otra cosa en mí sino ser nada en todo! ¿Pues dónde estará el escondrijo de la gloria? ¿Dónde la confianza en la virtud adquirida? Anégase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.
¿Qué es toda carne en tu presencia? ¿Por ventura, podrá gloriarse el barro contra el que lo formó? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas aquél cuyo corazón está verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no enloquecerá al que tiene la verdad sujeto; ni se moverá por mucho que lo alaben el que tiene puesta toda su esperanza en Dios. Porque todos los que hablan son nada, pues fallecerán con el sonido de las palabras; pero la verdad del Señor permanecerá para siempre.
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