Aunque son muchas las personas que están a favor de la vida, independientemente de sus creencias e ideologías, porque el aborto es una cuestión que afecta a la conciencia moral de la persona, sin embargo, en la sociedad actual un círculo de silencio ahoga cualquier posibilidad de comprender qué significa un aborto provocado. Es el silencio de una sociedad que no ha sabido reaccionar y sigue aceptando la lacra de una cultura abortista, pues según estadísticas oficiales estamos próximos a alcanzar la cifra de dos millones de abortos desde 1985. Por ello, se hace urgente denunciar la fría realidad que nos salpica a todos, incluso a la propia esencia del Estado de Derecho que debe basarse en unos principios morales para tener sustento.
La otra cara de la moneda, de la que tampoco se habla, es la mujer que abortó, segunda víctima de este proceso. Víctima de la información proabortista y de la presión social o familiar ante un embarazo no deseado. Víctima también por los riesgos para su salud física y psíquica y víctima, sobre todo, del sufrimiento que brota de un sentimiento de culpa por haber arrancado de sus entrañas a su propio hijo.
Pero si analizamos los hechos, podemos concluir que la cuestión de la vida o muerte del no nacido queda a merced del juego político de mayorías o minorías, sin afrontar la verdad de fondo: el aborto es la muerte de un ser humano provocada por quienes tienen la obligación de protegerlo, y avalado por leyes injustas que no defienden el principal derecho fundamental que es la vida.
La Asociación Presencia Cristiana manifiesta que la futura ley de «Protección del no nacido y de la mujer embarazada», aunque no colma todas sus aspiraciones, sí la considera un paso adelante en defensa de la vida, a la vez que pide a todos los diputados y senadores que consideren la vida como un don valioso y digno de protección.
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