Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de mí, pobre. ¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación! Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, recreas algunas veces con tu consolación. Bendígote siempre, y glorifícote con tu Unigénito Hijo, y con el Espíritu Santo Consolador, por todos los siglos de los siglos. ¡Oh Señor Dios mío, Amador santo mío! Cuando tú vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón; tú eres mi esperanza y el refugio mío en el día de mi tribulación.
Mas porque aún soy débil en el amor, e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por ti. Por eso visítame, Señor, continuamente, e instrúyeme con santas doctrinas. Líbrame de mis malas pasiones y sana mi corazón de todos mis afectos desordenados; a fin de que sano y bien purificado en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para sufrir y firme para perseverar.
Gran cosa es el amor y el mayor de todos los bienes. Él solo hace ligero todo lo pesado, y sufre con igualdad todo lo desigual, pues lleva la carga sin fatiga y hace dulce y sabroso todo lo amargo. El nobilísimo amor de Jesús nos anima a hacer grandes cosas y siempre nos mueve a desear lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido en cosas bajas. El amor quiere ser libre y ajeno de toda afición mundana, para que no se impida su afecto interior, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, ni caiga por algún daño o pérdida. No hay cosa más dulce que el amor, ni más fuerte, ni más alta, ni más espaciosa, ni más alegre, ni más cumplida ni mejor en el cielo ni en la tierra. Porque el amor nació de Dios y no puede descansar con nada de lo creado, sino con el mismo Dios.
El que ama vuela, corre, alégrase, es libre, y no es detenido; todas las cosas da por todo, y las tiene todas en todo, porque descansa en el único Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino vuélvese al dador de ellos sobre todos los bienes. El amor muchas veces no sabe modo, mas se inflama sobre todo modo. El amor no siente carga, ni hace caso de los trabajos, antes desea más de lo que puede. No se queja que le manden lo imposible, porque cree que en Dios todo lo puede. Pues tiene poder para todo y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama desfallece y cae. El amor siempre vela, y durmiendo no se adormece, fatigado no se cansa, angustiado no se angustia, espantado no se espanta; sino que como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad. Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: Gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, Amor mío, tú eres todo mío, y yo todo tuyo.
Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar en el fondo de mi corazón, cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor. Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por el gran fervor y admiración. Cante yo cantares de amor; sígate yo, Amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu loor transportada de amor. Ámete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por ti; y ame en ti a todos los que de verdad te aman, como manda la ley del amor, que sale de ti como un resplandor de tu Divinidad.
El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y ameno; fuerte, sufrido, fiel, prudente, constante, magnánimo, y nunca se busca a sí mismo, porque si alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor. El amor es circunspecto, humilde y recto; no es regalado ni liviano, ni atiende a cosas vanas; es sobrio, firme, casto, tranquilo y recatado en todos sus sentidos. El amor es sumiso y obediente a los Prelados, y para sí mismo vil y despreciable; para con Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en él, aún en el tiempo cuando no le regala, porque ninguno vive en amor sin dolor.
El que no está dispuesto a sufrir todas las cosas y estar a la voluntad del amado, no es digno de llamarse amador. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de él por cosa contraria que le acaezca.
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