Hijo, aún no eres fuerte y prudente amador.
¿Por qué Señor?
Porque a cualquier contradicción pequeña faltas en lo comenzado y buscas la consolación con mucha ansia. El constante amador está firme en las tentaciones y no cree las astucias engañosas del enemigo. Como yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en lo adverso.
El discreto amador, no considera tanto el don del que ama, cuanto el amor del que lo da; más mira a la voluntad que a la merced, y todas las dádivas pospone al amado. El amador noble no descansa en el don, sino en mí que soy sobre todo don. Por eso si alguna vez no gustas tan bien de mí o de mis santos como deseas, no por eso está ya todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que percibes algunas veces, obra es de la gracia presente, y como una pequeña participación de la patria celestial, sobre lo cual no debes apoyarte mucho, porque va y viene. Mas el pelear contra los malos movimientos del ánimo, y desechar las sugestiones del enemigo, señal es de virtud, y de gran merecimiento.
No te turben pues las imaginaciones extrañas de diversas materias que te ocurran. Guarda tu firme propósito con recta intención a Dios. No es extraño que de repente te arrebates alguna vez a lo alto, y luego te tornes a las distracciones acostumbradas del corazón, porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan penas y las contradices, mérito es y no pérdida.
Persuádete que el enemigo antiguo, de todos modos se esfuerza para impedir tu deseo en lo bueno, y privarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi Pasión, la útil recordación de los pecados, la guarda del propio corazón y el firme propósito de aprovechar en la virtud. Te trae muchos pensamientos malos para causarte horror, y para desviarte de la oración y de la lección sagrada. Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que no comulgases. No le creas ni hagas caso de él aunque muchas veces te arme lazos. Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelo a él y dile: Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate, desventurado; muy inmundo eres, pues me traes tales cosas a la imaginación. Apártate de mí, malvado engañador, no tendrás parte alguna de mí, porque Jesús estará conmigo como invencible capitán y tú quedarás confuso. Más quiero morir y sufrir cualquier pena, que consentir contigo. Calla y enmudece; no te oiré más, aunque más me importunes. El Señor es mi luz y mi salud, ¿a quién temeré? Aunque se ponga contra mí un ejército, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayudador y mi redentor.
Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por fragilidad, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor favor mío, y guárdate mucho de la vana complacencia y de la soberbia. Por esto muchos están engañados y caen algunas veces en una ceguedad casi incurable. Séate aviso para perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí.
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