¿Hablaré yo a mi Señor, siendo, como soy, polvo y ceniza? Si por más de esto me reputare, tú estás contra mí, y mis maldades dan de esto verdadero testimonio, y no puedo contradecirlo. Mas si reconociendo mi vileza, juzgare que soy nada, dejare toda propia estimación y me considerare polvo, como lo soy, me será tu gracia favorable, y tu luz se acercará a mi corazón, y toda estimación se hundirá en el abismo de mi nada y perecerá eternamente. Allí me mostrarás lo que soy, lo que fui, y a dónde vine a parar, porque soy nada y no lo conocí. Si soy dejado a mis fuerzas, todo soy nada, y todo flaqueza; pero si tú me mirares, luego seré fortificado y estaré lleno de nuevo gozo. Y es cosa maravillosa, por cierto, cómo tan de repente soy levantado sobre mí, y abrazado de ti con tanta benignidad, siendo así que yo, según mi propia pesadez, siempre soy inclinado a lo bajo.
Esto, Señor, hace tu amor; que sin méritos míos, me previene y me socorre en tantas necesidades, guardándome también de graves peligros, librándome, para decir verdad, de innumerables males. Porque yo me perdí amándome desordenadamente; pero buscándote a ti solo, y amándote puramente, hallé a mí y a ti, y por el amor me reduje más profundamente a mi nada; porque tú ¡oh dulcísimo Señor! haces conmigo mucho más de lo que merezco, y más de lo que me atrevo a esperar o pedir.
Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien, todavía tu suprema e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aún a los desagradecidos, y a los que están muy lejos de ti. Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y devotos, pues tú eres nuestra salud, nuestra virtud y nuestra fortaleza.
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